A Juan Cabandié lo filmamos en el patio de la Legislatura de la ciudad. Me dijo que la mejor música que se le ocurría para su lectura era el silencio. Porque el silencio también es música. Sentí la necesidad de escribir este poema y también sentí que Juan tenía derecho a leerlo. ¿Por qué lo escribí? ¿Para qué sirve haberlo escrito?
En este texto de John Berger encontré una pista:
“Yo no puedo decirte en qué influye el arte ni mucho menos cómo influye, pero sí sé que a menudo el arte ha servido para juzgar a los jueces, para vengar a los inocentes y para mostrar al futuro lo que fue un pasado de sufrimiento, algo que no puede ser olvidado. Sé también que el poder teme al arte cualquiera sea la forma en que se manifieste; al ocurrir eso, y cuando una manifestación artística, la que sea, corre como un rumor entre la gente, acaba convirtiéndose en leyenda porque ofrece un sentimiento, una conciencia de que una vida llena de brutalidades no debe consentirse, lo que se convierte en un sentimiento que nos une; un sentimiento, al fin y al cabo, inseparable de la justicia” (John Berger, “Mineros”, 1989).
La imagen que precede la filmación es la foto de una instalación de Christian Boltanski.
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