Catherine, ginecóloga, examina maquinalmente genitales femeninos. Para Catherine el orgasmo es una mera contracción muscular. Esa es la tarea corrosiva de la convivencia prolongada sobre el mapa corporal de una mujer. Cubrirlo de impotencia y de nieve y empujarlo, lenta e impiadosamente, a olvidar los espasmos de sus ciudades. ¿Cómo eran los tiempos conyugales en los que temblábamos? ¿Cómo eran los días en los que la espera desesperaba el tacto?
En algún momento, quienes conviven se pierden como amantes. David envejece flirteando, cada vez más deseable, a salvo del martirio de la sociedad de consumo. La cosmética, en cambio, desprecia el cataclismo de la menopausia. Catherine, que todo lo controla (incluidas las hormonas de su hijo adolescente), no pesquisará la fidelidad de David pagando los servicios de un detective sino los de una joven prostituta de lujo, para que aborde a David y le cuente a Catherine cómo se hace para seducirlo y cómo él la "toca". O sea, para que le restituya el recuerdo de un tacto.
Porque David ha llegado a estar demasiado cerca, durante demasiados años, para preservar esa cuota imprescindible de extranjería que alimenta la sexualidad.
El sexo es la proyección mental de una película sin cortes ni censura. Un relato en aguas abiertas y sin tanque de oxígeno, protagonizado por extraños a nosotros mismos. Catherine cita periódicamente a Chloe para escuchar la narración detallada de cada estremecimiento íntimo de su marido, aunque la narración se revele finalmente falsa, es decir, una pieza de ficción bordada. La realidad no supera a la ficción. Es la ficción lo que permite que la realidad emerja y fluya sin coagularse ante la norma.
El detalle es crucial y confirma al puñal como un doble instrumento: de la agonía al éxtasis hay un paso (lo saben las beatas esculpidas por Bernini). La narración dispara y verifica la arrasadora potencia sexual de las palabras, que no solo aplazan la muerte de las Scherezade: resucitan a las mariposas muertas. De niña me encerraba a leer en voz alta las historias de Little Birds que Anaïs Nin me susurraba al oído. Del reposo silente en el estómago, las mariposas se precipitaban en línea directa a fregar sus alitas sobre el monte de Venus.
La irrupción real e imaginaria de Chloe (descendiente menor y directa del Terence Stamp de Teorema) en la vida de los Stewart remite instantáneamente a la desestabilización familiar provocada por la llegada del "extraño", destinado a subvertir el orden, arrancar las máscaras y abrir la puerta, en este caso, al adulterio y la homosexualidad. Chloe es el "otro" que gatilla la imaginación, el tercero que la fantasía sexual reclama para sacudir el tabú y el combustible fresco del voyeurismo.
Frente a Catherine, invita a quitar el pie del freno y constatar que la pérdida extrema equivale paradójicamente a una libertad mayúscula, que desvanece cualquier mecanismo inhibitorio. En su papel de supuesta "médium" entre los amantes extraviados, Chloe no es sólo el hilo que devuelve a Catherine la esfumada imagen sexual de su marido, sino también la propia. Sólo moviendo la boca para articular un relato, en uso y goce permanente de los sentidos y con una desenvoltura que resalta y relaja la rigidez corporal de su interlocutora.
Hasta que Catherine se astilla y se hace caleidoscopio que puede componer nuevas figuras. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar cuando creemos que todo está perdido? ¿Qué cristales inadvertidos de identidad afloran a una superficie emancipada de mandatos y convenciones y puesta de cara al "fantasma de la libertad"?
Tendría que ser hombre para indagar y atribuir la exclusividad a mi género, pero existe definitivamente una complicidad femenina más alta que la ola perfecta para el surfer, que desborda los límites de la sábana lésbica. Una especie de confraternidad fuera del molde que se lleva puestos todos los candados e incluye el rol intercambiable de madre e hija. El roce femenino es el fetiche del macho que espía por el ojo de la cerradura. Un lazo femenino, innominado, podría sobrevivir y sobrevolar los escombros del mundo.
Que el mundo de este film sea insoportablemente estilizado no es sorpresa. Los vínculos se descomponen en una zona residencial de Toronto, entre interiores minimalistas con muebles de diseño y orquídeas solitarias, enormes superficies de cristal y una distribución previsible de asépticos objetos en el espacio. Los hoteles son de lujo; los restaurants, sofisticados y el vestuario, una sucesión de texturas lisas de alta calidad. Una pátina de laca parece cubrirlo todo, con un fondo de música incidental enfática. ¿Qué esperábamos? Los ricos también lloran y María Antonieta no andaba en bikini.
Catherine retrocede y Chloe avanza mientras su psicosis se sale de pista y deviene amour fou. Uno de los jugadores dementiza y los restantes restablecen su "normalidad". Chloe quiere poseer todo lo que huela a Catherine, hasta caer en una toma en cámara lenta imperdonable. No porque estemos hartos de la metáfora del ángel caído, sino por cómo cae.
Elipsis y perturbadora escena final, en la que una horquilla de Chloe recoge el cabello de Catherine. ¿Qué dice esa horquilla? ¿Qué relata? La miro y no sé si es el signo de una evocación o una amenaza. Porque el cabello de una mujer se suelta, se escapa y se suelta en cualquier momento.
Imágenes: Chloe (Atom Egoyan, 2009). Están las pecas irresistibles de Julianne Moore, Amanda Seyfried en los zapatos de una Lolita naufragada y un Liam Neeson con los ojos más tristes que últimamente ha dado el cine (durante el rodaje perdió a su mujer, Natasha Richardson, en un accidente de esquí - el dato biográfico sería irrelevante si no estuviera, intuyo, en el origen de estos ojos). El film es supuestamente una remake de Nathalie X (Anne Fontaine, 2003). No lo es y, si lo fuera, el análisis comparativo lineal no sólo sería aburrido sino inútil.
Que el mundo de este film sea insoportablemente estilizado no es sorpresa. Los vínculos se descomponen en una zona residencial de Toronto, entre interiores minimalistas con muebles de diseño y orquídeas solitarias, enormes superficies de cristal y una distribución previsible de asépticos objetos en el espacio. Los hoteles son de lujo; los restaurants, sofisticados y el vestuario, una sucesión de texturas lisas de alta calidad. Una pátina de laca parece cubrirlo todo, con un fondo de música incidental enfática. ¿Qué esperábamos? Los ricos también lloran y María Antonieta no andaba en bikini.
Catherine retrocede y Chloe avanza mientras su psicosis se sale de pista y deviene amour fou. Uno de los jugadores dementiza y los restantes restablecen su "normalidad". Chloe quiere poseer todo lo que huela a Catherine, hasta caer en una toma en cámara lenta imperdonable. No porque estemos hartos de la metáfora del ángel caído, sino por cómo cae.
Elipsis y perturbadora escena final, en la que una horquilla de Chloe recoge el cabello de Catherine. ¿Qué dice esa horquilla? ¿Qué relata? La miro y no sé si es el signo de una evocación o una amenaza. Porque el cabello de una mujer se suelta, se escapa y se suelta en cualquier momento.
Imágenes: Chloe (Atom Egoyan, 2009). Están las pecas irresistibles de Julianne Moore, Amanda Seyfried en los zapatos de una Lolita naufragada y un Liam Neeson con los ojos más tristes que últimamente ha dado el cine (durante el rodaje perdió a su mujer, Natasha Richardson, en un accidente de esquí - el dato biográfico sería irrelevante si no estuviera, intuyo, en el origen de estos ojos). El film es supuestamente una remake de Nathalie X (Anne Fontaine, 2003). No lo es y, si lo fuera, el análisis comparativo lineal no sólo sería aburrido sino inútil.
Perfecto. ¡¡Que sinopsis!!Me encanta leer críticas cinematograficas así, son pura literatura.
ResponderEliminarMe quedo con esto:"las mariposas se precipitaban en línea directa a fregar sus alitas sobre el monte de Venus". Es de una delicadeza extrema.Muy, muy bonita la frase.
Un lujo de lectura, de veras.
Exquisita!
ResponderEliminarSi no fuera una vulgaridad, te pediría que empieces a establecer alguna clasificación (desde "quedarse en el nido" a "aleteo febril hacia el cielo", o algo así)
Queremos la próxima función.
Un abrazo
Apenas la veré pero me dijeron que es mala. Que es mejor la versión francesa. Me gusta leer tus reseñas.
ResponderEliminarAbrazos.
De veras que no sé qué cosa es esa de la sexualidad cuando salimos más allá de lo obvio (la floritura de la contracción-convulsa: el parto de la espuma que, oingg oingg oingg tristeza, nunca da lugar a Venus en mar botticelliano...).Dices: Sexualidad y "cuota de extranjería". Desde luego, desconfío de la opinión aquella que habla de la sexualidad como consumación de la entrega y fusión (para eso, qué duda cabe, está el canibalismo). Pero, ¿cuota?¿Paridad o 0,7 % del PIB? ¿Condición necesaria o condición suficiente la extranjería?
ResponderEliminarEl sexo como actividad siempre solitaria, exilio o extranjerización (la extranjería si no estuviera en el inicio siempre deviene) que después de los primeros movimientos - tiki-taka del juego en la mitad del campo - sólo busca la rusticidad y el casticismo de lo propio: la boina y la propia amalgama de terminaciones nerviosas ------ El pseudocosmopolitismo de Don Juan esconde pulsión de terruño.
Hacerse astillas y mutar caleidoscopio... marear-se en el juego de las formas del azar hasta encontrar una que nos recuerde melancolías del pasado (y ahí echar el anclaje de las uñitas:Es difícil vivir con el alma en los huesos y la mayoría se deja tentar por la melancolía de lo déjà vu).
Me salió conservadora la nota
No vi la película pero despiertas ganas aunque no mole el resultado.
Yo también, Pájaro, te coloco una orquilla para despedir-me. Besos de agosto.
El pájaro sabe de las palabras y con las palabras teje nidos tan altos y tan bellos que cualquier pequeño insecto que revolotee hacia ellos se muere de éxtasis, casi sin saberlo. Un abrazo inmensamente azul para ti, pájaro de China.
ResponderEliminarTiene que gustarme el tema de esta película. Yo soy muy poco cinéfilo. Pero admito que con tus últimos posts, la mañana se pasa mirando películas desde una perspectiva muy particular.
ResponderEliminarAyer, precisamente, le decía a mi chica que, es muy raro, pero "leer películas" no es una mala forma de acceder al cine
Por lo demás, tu post es "alto post" diría Flopi, y me llega a las fibras profundas, sobre todo, en aquello de "que somos capaces de hacer cuando todo está perdido". Seremos capaces de cruzar límites>? Me consta que si y me consta que no. Será amor o atrevimiento?
Un abrazo.
Todos los deseos, todas las torturas y ninguna de las certezas, o si...
ResponderEliminarRicardo
Magnífica sinopsis, es como atravesar un tunel con los ojos abiertos, las sensaciones flotan en el encuentro de Catherine.
ResponderEliminarHola Pájaro de China, me ha parecido un post muy convocante, difícil resistirse a la reseña que realizas. El tema es ¡el tema! ¿cómo mantener encendida la llama erótica tras largos años de convivencia, historias en común, muchos lazos y también heridas? ¿cómo hacerlo en una sociedad cada vez más dada a vínculos efímeros, a buscar la pasión -precisamente- en la permanente fuga hacia otras relaciones?... mmm... pájaro... quedaré reflexionando y ¡veré la peli!
ResponderEliminarPD: vivan los orgasmos y Anais Nin!
Un abrazo!
"...las mariposas se precipitaban en línea directa a fregar sus alitas sobre el monte de Venus"
ResponderEliminar"¿Hasta dónde somos capaces de llegar cuando creemos que todo está perdido?"
"Un lazo femenino, innominado, podría sobrevivir y sobrevolar los escombros del mundo"
"...en la que una horquilla de Chloe recoge el cabello de Catherine. ¿Qué dice esa horquilla? ¿Qué relata?"
Estas son las películas en que cada fotograma te muestra, secretamente, la subtrama interna de lo que es, en realidad, la película.
Mariel, cuánta clarividencia, instinto, sagacidad...