La cola no es la del caballo, sino la de ella. Su cola de caballo. De amazona y de rito tribal. Un huracán de la naturaleza suave como la seda, intimidatorio y atrayente como un relámpago y dotado de un estatuto propio y altamente enigmático y perturbador. Ella ha convertido algo funcionalmente inútil como una cola de caballo en un devastador instrumento de seducción que nunca ve, porque lo lleva rozándole la espalda. Cuidado, puede rodearte el cuello. Convirtiéndose en un lazo que te entibia o una soga que se tensa hasta asfixiar. Ella es implacable y conmovedoramente vulnerable; por eso, su cola de caballo es un látigo que te enloquece y te pone a sus pies, o un pañuelo larguísimo que se inventó para secarse, a escondidas, las lágrimas. Todo su carácter puede condensarse en una imagen: la calma de una playa desierta y un cielo despejado, atravesada por el pulso y el impulso del paso decidido y pasional sobre la arena. Ella, como este caballo, no se detiene ni se domestica. Su cola de caballo se entrega al viento como una bandera. Acá estoy yo, te dice. Por favor, peiname dulcemente hasta que llegue el sueño. Mi cola de caballo se enredará delicadamente entre tus piernas, será tu talismán de la buena fortuna, anudará tu corazón al mío y nunca, nunca, te olvidarás de mí.
Fotografía: The Pony Tail Girl.
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