Me han rescatado de mis horas más oscuras. Me los he clavado en las orejas para no oír las amenazas de este mundo, como los marineros de Ulises se ataron a los mástiles de su barco para no ceder a la tentación del canto de las sirenas. Me han puesto a salvo de la melancolía, que considero una patología de la que conviene alejarse. He girado a su ritmo hasta marearme y caer desmayada, en bolas, en el living. Y volví a levantarme para seguir girando. Como los seguidores de la Glenda de Cortázar, no quiero que vuelvan a reunirse, jamás. Eran (éramos) jóvenes, bellos y felices. O eso creíamos y nos bastaba. Le cantaron este lullaby con estrellitas a los reyes de Suecia, el día de su boda. Me lo cantaron a mí, cada vez que los necesité. Y se lo cantaron a Muriel, que por una vez en la vida tuvo un happy end.
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