Hace unas noches fui a verla. A verme. La escuché con los ojos cerrados casi todo el tiempo y moviendo el cuerpo, dejándome llevar por su abecedario trastocado. Tiene una vocación perseverante por el cover. Cantar canciones propias (si es que algo puede ser exclusivamente propio) la aburre. Entonces canta las canciones que han escrito o cantado otros, antes que ella, y uno apenas se entera del nombre de la canción que está cantando. Un nombre. ¿Qué es un nombre? Ana tiene un gato que se llama Rilke y Stalker tiene un gato al que llama, por llamarlo de algún modo cuando le conversa, "gato". En un gato hay algo que es estrictamente "gato" y en un gato cabe, también, Rilke. Somos lo que decidimos meter dentro de lo que somos, lo que importamos del mundo para componer nuestra identidad. Somos una suma de pedazos robados. Criaturas vintage. Nuestra originalidad reside en qué cartas usadas elegimos y en el modo en que las barajamos para jugar. No se trata en absoluto de la necesaria existencia de los antecesores (en Schoënberg está Bach y en Pollock, Seurat; heredaste los ojos de tu madre y la irascibilidad de tu papá). No se trata de cómo mentimos acerca de nuestro pasado (Borges lo falseaba deliberadamente para que sonara más bello - y además lo confesaba - y mi adorada Simone escribía sus memorias mintiendo con descaro, para que quede claro que nadie puede creerse una autobiografía). No se trata de cómo resignificamos los sucesos del pasado empuñando el filtro de la experiencia del presente. No se trata tampoco de cómo los otros nos constituyen (el "j'est" de Rimbaud, atribuyendo a la primera persona del singular la conjugación verbal de la tercera). Se trata de una trata, de un tráfico y, más que de un tráfico, de una apropiación consciente o inconsciente de elementos de la república de la extranjería, que estiramos, deformamos y retorcemos para hacerlos propios.
Somos el gato-puro-gato de Stalker en el que se ha colado el Rilke que ama Ana. Rilke se convierte en un gato, tal como Ana Karenina se convertía en Karenin, el perro amado en una novela por Teresa y Tomás. Los rangos jerárquicos se disuelven y todo vale lo que vale un trapo. Un trapo de los que juntan los traperos de la humanidad. Cuando nos acercamos a alguien, ese alguien debiera saber que se le acerca un reservorio ambulante de mezclas impuras. Que lo que le parece un cuerpo es en realidad un inventario y lo que late debajo de ese cuerpo, una caja viviente de botines resultantes de robos sucesivos, botines arbitrarios y desordenados. Somos todos ladrones. Eso deberíamos poner como profesión en los formularios. La ley podrá empeñarse en proteger las autorías pero somos un monumento viviente al copyleft. La diferencia entre unos y otros está en la calidad de lo que robamos y la sensibilidad de las operaciones de alquimia que emprendemos con las flores robadas. Algunos eligen flores mustias, unívocas, venenosas, podridas. Otros, flores polisémicas, incesantes, refulgentes. Algunos consiguen revivir las flores mustias y otros asesinar las flores incesantes. Algunos consiguen vislumbrar los tesoros bajo la podredumbre y encontrar el antídoto para el veneno; otros no hacen más que mezclar inmundicias. Porque hay ladrones expertos y ladrones de poca monta.
Escuchándola cantar, me estremeció la intensidad con la que roba. Canta casi todo el tiempo flexionando las rodillas, como si tuviera que tirar y tirar de una soga para romperla y atraerla con su garganta desde la cueva de Alí Babá, con todos los botines de la cueva colgando de esa soga como estrellas. Se guarda la soga en el pecho, vampiriza y revuelve las estrellas, y las devuelve pujando con el cuerpo, transformadas. Uno ya no reconoce qué es lo que se robaron los cuarenta cómplices de Alí Babá. Porque toda historia es una cadena de robos y transformaciones en cadena. Todo espejo devuelve un cover. Bajo la forma de una tragedia o una farsa, de un circo de acróbatas intrépidos o un deplorable circo de tristes animales amaestrados. Por eso hay gente a la que uno le quiere hacer la guerra y gente a la que insistimos en hacerle el amor. Ladrones que no pueden robar sin metralleta y otros a los que les bastan y les sobran los ojos y la lengua para delinquir.
Dada su profesión evidente de ladrona, se cambió el nombre de Charlyn Marshall a Chan Marshall a Cat Power. Otros se lo cambian de Ander a Bash a Arden. No es cuestión de elegir lo que suene más bello, como decía Borges, sino de cruzar las fronteras con pasaporte falso, para desmaterializarnos, casi, y robar mejor.
Así como robamos nosotros, a nosotros quizá también nos roben, si encuentran en casa algo que les guste o que valga la pena. Lo mejor que puede pasarnos es que nos desvalijen. O que no necesiten asaltarnos, porque entregamos voluntariamente y antes del atraco lo que nos seduce. Hay sujetos que atesoran sus posesiones detrás de roñosos muros inexpugnables y otros, como Rubén, Susana, Lola o Portinari, que dejan la puerta abierta y te convocan a su umbral para que la apropiación no sea hurto sino regalo. Hay gente, como Laura o Arturo, que defiende tenazmente los umbrales. Hay gente como Adolfo, a la que le está prohibido caminar y son sin embargo los ladrones más bellos y veloces. Hay tanta gente que quisiera nombrar, que ahora mismo se está robando algo que brilla de alguna parte. Y tanta otra que cree tener un nombre, pero que en realidad tiene un páramo repleto de cosas, cosas tan poco dignas de robar que no han logrado convertir el páramo en una cámara de maravillas o un modesto e hipnótico gabinete de curiosidades.
En todo esto pensaba, mientras le robaba impunemente a Charlyn-Chan-Cat cuanto podía, para mejorar, en profundidad y en estatura, los rasgos particulares de mi prontuario.
Ahora tengo un tiempo breve y pobre, pero permite que te diga que acaudalas joyas de codicia gato y altura jirafa, aunque en tu generosidad siempre tiendas a mirar hacia afuera.
ResponderEliminarBendito el robo que renueva y regala. Bendito el robo del lector creativo y del oidor entregado, que reinterpreta lo bello que recoge.
Si no pudiéramos robar ni un poco para adornar nuestros salones oscuros con los oros ajenos, hablaríamos en fábulas latinas, en amores corteses y en épica medieval. Benditos los robos que nos enriquecen...
Besos-gato (que disfruta de tu inteligencia y sensibilidad para alcanzar árboles a los que no llegaría solo)
Susana querida: Me robo tu comentario, que supera largamente lo bello que pueda haber en esta entrada, que es toda tuya, para que te la robes sin dudar. Besos ladrones.
ResponderEliminarMariel, querida, seamos ladronas para estar más próximas al idioma de nuestros perros ;o)
ResponderEliminarBesos ladradores arrebatados.
Precioso texto sobre tantas cosas... me ha encantado encontrarme a Rilke y a Gato, algún día tengo que conocer esas criaturillas en vivo. Y también de encontrarme a mí, o a mi nombre: qué gran honor, de verdad!
ResponderEliminarA mi me encanta robar, no puedo evitar robarle líneas a los autores que amo e incluso a los que me dejan indiferente o apenas conozco. Al principio lo disimulaba, ahora veo que la literatura es en no poca medida un gozoso robo (y no sólo por el precio de los libros). Así que en mi caso mejor dejo la puerta abierta para que saquéeis a gusto, o para que el virus se contagie por todo el hospital.
Debes de haber disfrutado mucho de ese concierto de Cat Power, la señorita Marshall en directo no tiene que tener desperdicio.
Besos maullantes
Mariel. Chapeau: me gusta mucho como escribes. En cuanto a las ideas qeu expones y como las expones.
ResponderEliminarEs un texto precioso. Una bella prosa que dice mucho.
Es extraordinario todo lo que escribes.
"Somos una suma de pedazos robados". Ese es el resumen pero que gusto leer todo el texto al completo.
Un abrazo.
Rubén, yo ya te robé para mí y pienso seguir haciéndolo. Por otro parte, espero ser desvalijada por tus ojos lúcidos. Sería un orgullo. Tus robos son refundaciones que producen el efecto de piedras arrojadas al agua. Las aguas concéntricas de tu Operación Blanchot todavía me persiguen. Y sí, la Srta. Marshall te produce escalofríos. Besos de ladrona incorregible.
ResponderEliminarLola querida, lo extraordinaria es todo lo que hay en este mundo para robarse. Incluida vos. Besos de Bonnie & Clyde.
Bendita Morgan. Ya sabes, andaba de viaje, ya estoy de vuelta.
ResponderEliminarMe he pasado la vida robando. Fagocitando sin vergüenza. Entonando el mea culpa solo de vez en cuando. No debo nada a nadie. Somos una suma de pedazos robados, y un par de besos en una fría cama. Esquirlas de amor en tu boca. Las deudas me aburren. Se puede tomar algo digno o hacerse cargo de una puta mierda de novela. Tú y yo usamos papel de descarte, y me fumo lo que me sobra. Les tergiverso, aprendí el detournement de los violadores de iglesias. No quiero trabajar ni trabajarles. Nuestra originalidad reside en qué cartas usadas elegimos y en el modo en que las barajamos para jugar. También reside en saber hacer trucos, trampas y no pecar de ingenuos. Todo vale un trapo. Dice una pintada “nadie inocente, todos terroristas”… se trata de cruzar las fronteras con pasaporte falso, para desmaterializarnos, casi, y matar mejor.
Robaros la vida, que mayor atrevimiento. Estais en mi punto de mira, os quiero robar a pedazos.
Besos en medio de un chaparrón de plomo.
SaLuz.
Siempre pensé que el robo y el regalo son las dos únicas formas dignas (no mercantilizadas) de relación con los demás. Alguien que roba debe también regalar profusamente, al asalto, quemarropa de regalo y robo a flor de piel.
ResponderEliminarTu entrada hace acogedora esta noche irrespirable.
Abrazos
Bash: Jamás imaginé que fueras otra cosa que un ladrón en tránsito y en trance. De tus palabras salen chispas. Aprender el detournement de los violadores de iglesias es lo único aprendido que no debe olvidarse. Besos pistoleros.
ResponderEliminarBúfalo: Sí, ni el robo ni el regalo tienen precio y los dos pueden pagarse con la vida o con la libertad. Te robo tu corazón y te regalo el mío (y salgo ganando, sin duda).