I.
No puedo ver lo que hay en mí
aunque me parta el pecho
y meta la mano y saque
las piezas de cartón,
los pentagramas,
el verso interceptado
por la velocidad
enloquecida
de las cosas.
No distingo las casas
debajo de las cintas de cemento
que se superponen sin tocarse,
se cruzan sin mirarse y sin saberse
planificadas.
Tendría que acostarme
a solas, desventrada,
toda una larga noche boca arriba.
Lanzar al aire mi cabeza
y colgarla de un puente,
para ver.
La forma de las autopistas
de Los Angeles.
Las zonas
tan distantes y dispares
coaguladas y reconocibles
en el territorio dividido,
excavado y marcado
por mi boca.
No puedo sostener
Los Angeles
sin desdoblarme.
Solo puedo leerme
pegando una cara
que no es mía,
que no habla,
que no ha vivido
nada,
a la ventanilla inmóvil
de un avión.
II.
La extensión inasible
de ese día.
La cadencia variable
de tu respiración.
El nudo en la garganta,
la traqueotomía,
nuestra donación
recíproca
de oxígeno.
Es esa ínfima luz
que parpadea,
brilla y me hace llorar,
tiembla y me hace reír
apartándome el pelo
de la frente,
tan menuda y tan frágil,
ahí abajo.
III.
De la estación de tren
se sale al vacío.
Por el vacío dicen que pasa
un autobús
rumbo a la playa.
Hay que sentarse en un banco
a esperar.
La temperatura es estable
en esta solitaria y súbita
intemperie.
Hay que ser paciente
hasta que llegue
un autobús en miniatura.
Hay que cruzar
innumerables barrios,
interminables filas
de casas quietas y bajas,
hasta golpearse los ojos
contra el mar.
IV.
En esta sala de cine
se pueden estirar
las piernas
totalmente.
Los actores te hablan
al oído.
Te hablo al oído
mientras ellos
nos miran.
Los pies se ponen tibios.
Al salir, llueve y resbalo
porque no los tengo.
El cine es un país
donde quedarse a vivir.
V.
"Vengo a buscar mis pies".
"No están".
Me lo temía.
Tendré que inventarme
un nuevo par,
calzarme la cabeza
que colgué en el puente.
Para trepar a los trenes,
para esperar en el centro
del vacío,
para frenar y acelerar
según mi instinto,
para rozar, pisar y caminar
el arco imprevisible de mis horas,
la tierna soga de plata
tendida entre mis sienes
sobre la tentación maldita
del abismo.
La duración
desangelada y desmesurada
de Los Angeles.
Mi propia duración,
el celuloide
de cada fotograma,
las cenizas y el sol
sobre mi cama,
el plano irrepetible
de mis anárquicas e imprevisibles
autopistas.
Es un viaje a la semilla. Lo increíble de estos escritos con sangre, es que cuando los vas leyendo, percibís el cuerpo abierto de lado a lado, las carnes expuestas, el alma para comprobar que hay otras cosas más que la pura materia. Abrazo descarnado.
ResponderEliminarmariel.
ResponderEliminares hermoso cuando no escribes, como hiciste aquí, esa costumbre que nos das como letras (lee pan).
si hubiera de decir qué nos das diría sin dudar por no haber pasado de cabeza a cabeza
t e m p e r a t u r a
mariel nos da temperatura el lo que aparentemente queda escrito, aunque ella, insisto, no escribe, va al novamás
es ese límite excedido
como dilatar cuando se da vida
como una vaca pariendo todo ese animal nuevo lleno de líquido caliente que al cabo de unos minutos se tambalea sobre la hierba y mira, nos mira.
muchas gracias, tormenta templada, por mirarnos y que quede la línea húmeda que pareciera un escrito aunque no lo sea, gracias una y mil veces por provocar
t e m p e r a t u r a
sin aparato que mida
besos,
ò.
Veo que no sólo estás entonando tu propio "Jesus died for somebody sins but not mine" con el segundo mandamiento, sino que ahora nos metes en el vértigo de la intersección cuerpo/ciudad, al leer el texto he sentido ese nudo de autopistas y circunvalaciones anillándome la garganta, y también me he mirado los pies para asegurarme de que estaban allí.
ResponderEliminarun gran abrazo
Mariel, querida, sólo he hecho una lectura y, por lo tanto, no sé muy bien, o no del todo, de qué estás hablando, pero ¿sabes? a veces me gusta quedarme así con el poema, no sabiendo del todo, como ante ciertas pinturas, no entendiendo del todo, porque entonces acontece el entender no entendiendo "Toda ciencia trascendiendo", como decían nuestros místicos, y es maravilloso, magnífico, como magnífico es el poema, materia prima, de primera, te lo aseguro.
ResponderEliminarUn enorme abrazo.
me gusta mucho este sonido que tiene tu poésía
ResponderEliminarQuién supiera todo lo que sabeis mis antecesores en comentarios y tu.
ResponderEliminarPorque tu habrás perdido los pies, pero yo, que hoy he visto unos pies enormes, aquí no hago pié: me ahogo sin remedio.
Puedo decirlo, me ha gustado arañar todo eso en tus palabras... palpitan
ResponderEliminarQuerida Mariel, los comentarios vertidos antes allanan el camino. Hay un derrame, una inmersión en la encrucijada, un reinventar los mandamientos (como Kieslowsky con los suyos) que son el más bello ejercicio de una restringida libertad, cierta a pesar de las jaulas.
ResponderEliminarCelebro estas escrituras, justamente, porque como decían antes, sobrevuelan un "no saber sabiendo", lo que Freud/Lacan luego renombrarían como "inconsciente".
Un fuerte abrazo,
Arturo
¿Sabes qué me ha ocurrido mientras leía este hermoso poema? Que se me ha figurado que la voz poética era la de una niña. No por ingenuidad, desde luego, sino porque la voz poética se achica, se hace pequeña frente al mundo que impone. Lo único que queda es mirar colgando la cabeza de un puente o acercando los ojos a la ventanilla del avión. Hermoso texto, Mariel. Esa actitud tan humana, mirar e interpretar sin acabar de comprender, es la base de la grandeza de la mirada poética.
ResponderEliminarEl cine es un país
ResponderEliminardonde quedarse a vivir...
Esto me recuerda a "La rosa púrpura del Cairo" de Woody Allen, que me encantó siempre justamente porque Cecilia (Mia Farrow), encuentra su escape en el cine para refugiarse de su triste realidad y soñar con un mundo de fantasía, un mundo en el que hay todo lo que desea y no tiene. Y cuando está por alcanzar la felicidad, se aleja de ese mundo y transa con el mundo real nuevamente, es ahí cuando lo pierde todo otra vez.
Amé esta historia sencilla y hasta previsible, sentí que es en la peli donde Woody nos trata mejor que en ninguna otra, a las chicas digo. Porque a veces nos da para que tengamos...
Besos cinéfilos
Mujer de Olé: exactamente esa fue la frase que me quedó rebotando luego de leer el poema y ésa fue la peli que recordé. Algún receptor en común debemos tener.
ResponderEliminarLa Farrow no te parece que está muy Gelsomina en ese film?
Mariel: cómo me alegro que mi ordenador permanezca suficientemente rato encendido como para alcanzar a leerte esta mañana. Aunque me infunde unas 'prisas' poco amigas de la poesía, que pediría recitarse lentamente, meterse poquito a poco en una autopista, en un reflejo de ventanilla hacia otros lados, en esa voz niña de la que habla Ramon, aunque mi trasto no me permita acceder como debería, digo, mantienes una fuerza tan netamente esencial en el texto que inunda y sobrevuela desde el primer acercamiento instintivo. Debe de ser una cuestión de 'temperaturas' (cómo me ha gustado el comentario de Soperos!), de capas endodérmicas, cálidas y ágiles como un vuelo de pájaro.
ResponderEliminarSigue enseñándome el mundo desde ese puente mágico que sólo tú ves como debe verse. Un abrazo a las puntas de tus alas, que son las que te permiten volar más y más alto.
¡Jo, muchachita, eres buenísima!
ResponderEliminarEscribes con una fuerza aplastante.
Montón de besos y ¡plas, plas, plas!
El hombre creó las ciudades a su imagen y semejanza. Algo que sentimos esperando un autobús debajo de un puente, en algún descampado, o mirando la anatomía urbana desde el cielo. El poeta es su profeta, el que pierde sus pies, el que es capaz de desventrarse.
ResponderEliminarNo recuerdo ahora quién lo dijo, pero decía que los cines son los sueños de las ciudades. Tú los has vuelto a decir.
Un abrazo