PÁJARO DE CHINA

jueves, 14 de enero de 2010

FUI YO

La plage de Pourville
Claude Monet, 1882

 
Ella se sentaba cada tarde en un banquito de madera, en un ángulo invariable de la sala. Su expresión era, también, invariable. Yo me sentaba en un banco en diagonal al suyo, más grande, frente al cuadro. Jamás intercambiamos una sola palabra. Ella tenía la vista perdida en el vacío. La mía se entregaba al mar que se deshacía en la playa.

Bajaba atropelladamente las escaleras interminables del edificio, deslizando una mano temblorosa por las paredes descaradas de esa espiral semejante a la de mi cabeza, pero quieta. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Me tapaba desesperado las orejas pero no se iba. El tic-tac no se iba. Se aceleraba mecánicamente, ajeno a mi deseo y desprendido de mi voluntad. Era como Glenn Close apagando y encendiendo con movimientos de autómata una lámpara, con un camisón parecido a un chaleco de fuerza, en la penumbra obsesiva de Atracción Fatal. No importa si esa película es buena o es mala o lo que sea. Pero yo era Glenn Close en esa época. A pasos de convertirme en un inconsciente e indetenible bunny boiler, aferrado a los blisters de Lorazepan, desesperado por meterme una pastilla debajo de la lengua. Para que parara el tic-tac.

La pastilla rara vez funcionaba. Ya nada parecía funcionar, excepto ir al museo y dejar que ese mar me lavara el córtex. Me lo hubiera puesto debajo de la lengua, para que me inundara y me enseñara a flotar, sin padecer. Boca arriba con los ojos colgando dulcemente de unas nubes vivas. Nubes fugitivas de materia orgánica, desplazándose en un cielo constantemente conjugado en apacibles variaciones. Dios, si existe, muchas veces mira para otro lado. Dios no miraba mi cerebro, descarrilado como un tren que se quedó sin frenos. Ese cielo, sí.

Cuando el ruido empezaba de noche, me revolvía en la cama intentando recordar la playa. El museo estaba cerrado. Tic-tac. Tic-tac. El ruido no respetaba el horario de apertura del museo. Ahora alternaba con un serrucho. Y con una máquina de cortar carne. Con uñas que rasgaban insoportablemente una pizarra.

Entonces contraté al supuesto estudiante de bellas artes y le señalé la imagen en un libro. "Quiero una igual", le dije. Sabía que nunca podría ser igual, por más diestro que fuera en su oficio. Habría deslizamientos, matices dispares, mínimos movimientos erróneos en su pulso. No se trataba solo de la imagen tangible expuesta a la mirada. También lo que estaba lejos de la playa, ausente pero a la vez presente en ella de un extraño modo, no existiría en la copia. No estaría allí, como si la playa hubiera succionado lo que reverberaba en mí frente a ese cuadro, convirtiéndose en un agujero negro. Pero esa copia sería un original para los otros, en los que evocaría, en el mejor de los casos, otras intraducibles reverberaciones.

Ella se levantó y se encaminó hacia el baño. No dudé. Salí del museo con la playa agitándose bajo mi sobretodo enorme y dejé a la hermana bastarda en su lugar. Fue como conectarme a un tanque de oxígeno.

No fui un ladrón profesional sino un enamorado. Dejé la marca de mi amor bajo la forma de huellas dactilares. Y la copia comenzó a despegarse en una esquina, a revelar su falsedad con el paso del tiempo. Así es, así pasa.

El tiempo, sin embargo, ha sido bueno conmigo. Me ha concedido una década de comunión sensorial con la playa que me había robado. Obviamente no pedí permiso y tampoco debo pedir perdón. Es posible que Dios, si existe, haya sujetado con su mirada el pegamento barato de una playa apócrifa expuesta en un museo. Una playa que, además, se ofreció auténtica hasta ayer a todos los que se detuvieron a mirarla.

Durante diez años, pasé horas sentado en el borde de mi cama, contemplando el mar que lame esa arena de Pourville. Como ese axolotl del acuario del que habló Cortázar, he llegado a ver, convertido en un hombre que flota suavemente como un nenúfar, a un hombre que mira una playa sentado en el borde de su cama. He puesto dosis de ese recorte de Pourville en mi boca, día tras día. He consumido blisters enteros de ese recorte de Pourville que colocó cada vagón del tren sobre las vías, cada filo en su funda, cada carta en su sobre.

Golpearon a mi puerta hombres de absurdos rifles y pasamontañas. "Fui yo", confesé, antes de ser interrogado. Ahora espero, en una celda, que crean que deciden por mí. Las lámparas y los conejos están a salvo. El tic-tac, el serrucho, la máquina, las uñas y la pizarra fueron retrocediendo, deslumbrados, hasta desvanecerse. Me llevarán a una dirección falsa. Cualquier lugar al que me lleven no será, siquiera, una copia, sino un evidente sustituto del lugar auténtico que pisan y pisarán mis pies. La arena de una playa de Pourville, donde lo único que se escucha es el silencio del agua.

15 comentarios:

  1. Bien valieron esos diez años, no es así? :)

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  2. Pájaro: Que lindo por favor!Esa playa es quiza la cabaña para que los lobos no nos encuentren?
    un beso grande grande

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  3. Por esa playa de Monet, se pueden cometer muchos delitos literarios.

    Me gustó el relato. Bien construido.
    Esa primera persona que narra, que nos seduce con su amor al cuadro impresionista...

    Besos fuertes, fuertes.

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  4. Wl pájaro que se come las palabras no le podrá prestar las alas para volar a Porville? Hermoso...

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  5. Entiendo al personaje y su
    decisión imparable.(como el amor)
    Allí no había un paisaje
    sino una idealización coincidente
    (la de Monet y la suya);
    un fogonazo de vida necesario
    (lo contrario al fármaco)
    alli estaba la tabla salvadora en
    la energia creadora.
    Me ha encantado la historia,
    (he tenido tentaciones
    cleptomanas muchas veces en
    algún museo,lo reconozco
    pero no debo estar tan
    "colgao" todavía...)

    Un besazo para tí,
    Divino Pajaro

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  6. Uhmm,me dio un poco de miedo,me he atrevido a hacer copias de mis pinturas favoritas con el afán de verlas todo el tiempo....(Me encanta la forma tan ligera que tienes para decir las cosas,para contar despacio,para describir,para hacer que pueda imaginar detalles,Genial!...)

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  7. ..me ha encantado, eso lo he vivido ante una pintura..me hizo viajar sacándome de mi dolor.
    un beso

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  8. Roba el pajarito perfiles de colores. Dicen playa pero, ¿por qué no decir cuerpo o lengua adormecida por el Lorazepan? El amor a la belleza - auténtica o becaria - ¿es idiotez? Sospecho. ¡Seré idiota!

    (Autenticidad: el agente doble que atentó contra los agentes de la CIA ¿era un auténtico agente doble? ¿un falso amigo de la CIA o un enemigo latente de los al qaeda que informaba correctamente, sinceramente, amigablemente?. Autenticidad de la mano del estudiante puesta en el museo - rey desnudo con traje nuevo de emperador. Es lo que tienen los museos: dan autenticidad al arte. Convierten la belleza en agente doble).


    ¡Vivir en una "dirección falsa", estar encerrado en ella y vigilado!.

    Después de dejarse seducir por la belleza siempre vivimos como en una dirección falsa. ¡Vaya fastidio, mi amiga!

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  9. Muy original el texto, esa obsesión por la hermosura de la playa.. del cuadro..
    Bonito blog. Un abrazo.

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  10. Qué querés que te diga? Volví a leer el texto y temo entrar en un tipo de "interpretación aberrante".
    Me encanta su estructura y la sutil historia que se vislumbra entre nieblas, pero no termino de entenderlo.
    A veces me siento desconcertado, por no decir, bruto. No lo entiendo no lo entiendo no lo entiendoooooooooooooooo!!!

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  11. Lug Bicéfalo dijo todo lo que hubiese querido decir cuando leía, pero el agua me tapaba, la playa está lejos y ando sin lorazepan.

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  12. Seguro recuerdas la canción de Serrat donde un hombre enamorado roba un maniquí de una vidriera. El no se salva a diferencia del protagonista de este relato que logra huír por la tela como en un antiguo cuento oriental. El arte siempre puede salvarnos y a veces, nuestras obsesiones.

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  13. Acabo de robarme el relato.
    Si la aceptable copia que leen les parece buena, imaginen el original.
    Golpean a la puerta.

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  14. Acabo de robarme el relato.
    El original está conmigo y es muy superior a esa copia que les dejé. Imagínenlo.
    Golpean a la puerta.

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