Alejandro Ricagno (Buenos Aires, 1962)
Pedagogía y distancia
A Franchi
Viene y dice: “Enseñame; quiero aprender.
El deseo de crecer en el deseo. Enseñame cómo.
La manera de mirar el mundo. Enseñame qué
mundo mirar, o qué mundo miro cuando miro.
Las palabras, dice; enseñame. Los otros; dice.
Cómo hacen; cómo saben; saben qué; hablar,
trasladarse de un pensamiento a otro. De una red
a otra red”. Entonces -¡otra vez!- soy el que debe
desprenderse de sus dudas,
de la cáscara de sus certezas otra vez.
Cuaderno abierto sus ojos - la sed, la clara, la profunda
en sus ojos cuando pide.
Debo tener cuidado de lo que escriba
en él. Cuidado de regar las dudas como plantas de invierno,
de cortar qué mala hierba en las pocas semillas de mis certezas;
pelusa en los bolsillos. Deshacer debo la red de mis trampas;
evitar caer en la pregunta que su sed -la clara, la profunda-
lastima en mí la enorme distancia en el tiempo enorme.
Si trastocara distancia en años por kilómetros, menor sería
el riesgo y la fatiga. Cualquiera puede desandar veinte kilómetros;
parar en esa posta, abrir la habitación que dejó,
airearla y mostrar los cuadros de la exposición.
Veinte kilómetros no hacen un pasado;
apenas un recorrido exploratorio. Puede, entonces, enseñarse el lugar
como contemporáneo del lugar a un huésped contemporáneo y próximo.
Pero él dice: “enseñame”.
Y el mapa se vuelve calendario.
¿Afinar la distancia, el tiempo, para que sea posible plantar semillas,
desechar cáscaras, cortar malas hierbas en jardín ajeno?
Pero en mi bolsillo todavía pelusas, redes sin desplegar,
kilómetros y kilómetros de gestos que fueron oxidando el cuerpo.
La erosión, no en el camino, en los pies. Y el alma impura
de limpiarse en ojos como esos.
Qué palabras, digo, gestos qué. Con qué manos señalar
lo que los ojos deben mirar; y cómo entre asperezas deletrear
al menos algo de esperanza,
o la elegante seguridad de caminar erguido;
las manos en los bolsillos sin pelusas de los años.
Mi pobre saber detenido en estaciones, no suma, no agrega;
y si lo hace es con una transparencia que no borra en el cuaderno;
empaña apenas la figura inicial, el garabato borroso.
Me descanso en estas enseñanzas de irresponsabilidad limitada
por los años detenidos, por los veinte kilómetros, por los ojos del amigo
que podría ser mi hijo o mi amante;
nunca un contemporáneo.
Porque en su cuaderno fulgura una plenitud sin hojas arrancadas todavía;
así la muerte incluso haya soplado cerca suyo, de mí,
o de la historia.
Esta es mi biografía, podría yo decirle.
Entre cáscaras, entre pelusas, entre redes.
Esta es mi biografía:
enseñar lo que no sé.
Y señalar el horizonte donde los otros crecen.
(Negocios de estos días, Eloísa Ediciones, 2002)
Soliloquio del hermano doble
A Max
Mi hermano doble de la fidelidad del sol,
que siempre nos traiciona,
también está, y a su pesar, fatigado.
Me dice:
“A veces quisiera irme con los muertos.
Que se me entienda bien, quisiera. No darme
la muerte lenta o brusca.
Quisiera irme con los muertos a una vida más alta.
Por eso, y porque no pienso matarme,
cada tanto me voy lejos de esta ciudad malsana,
donde todos piden consuelo
empuñando una garra mezquina.
Me voy a los desiertos con su campanario invertido;
a las salinas infinitas donde un hombre
sólo dice las palabras necesarias. Dice; por ejemplo: “agua”
porque necesita agua. Y necesita su lengua sentir la humedad
de esa palabra.
El veneno de las ciudades me sofoca más que cualquier sol.
Si viviera en otro tiempo…
Ah; si pudiera
-me dice mi hermano doble-
elegiría aquel de los constructores de las catedrales;
los anónimos, que tras fatigas de estructuras perfectas
como músicas de órgano,
perdían el nombre porque Dios lo sabía
y sólo eso importaba.
O el de los trovadores,
el de los cátaros y su épica herejía,
el de las princesas venecianas
sin cuya presencia en las ventanas
perdían belleza góndola y canales.
O el de los cuatreros de capa negra
que sólo guardaban el puñal
frente a las astillas del cielo.
No es orgullo ni hosquedad lo que me aparta.
Es tan vasto el misterio del mundo,
el misterio de las manos en la tierra…
Como la distancia que tejen las pestañas
de una niña que vi hablar en el silencio de un mar de olivares.
Quisiera, apenas,
rozar la sabiduría del ojo profundo de una yegua preñada
que recorre un país sin nombre y sin dueño.
Silenciar el ruido de las máquinas del mundo.
Quisiera, y sin rencor,
acallar los millones de quejas de los que viven sin sangre
y luego lo escriben con orgullo.
Dar un golpe en la mesa de las tertulias literarias
y aplastar las palabras que no despidan belleza.
Pero belleza áspera y espléndida.
De ese murmullo sin sentido
en que las hemos sumergido,
a ellas,
las sencillas, las sagradas,
es que estoy tan fatigado…”
-susurra mi hermano doble-
“Sólo los muertos hablan una lengua más clara.
Los muertos,
y los niños altivos de ciertas provincias
donde el viento se sorprende de tanta inmensidad,
y la creación no dispone aún de otra poesía
que un árbol que esconde una manzana.
La niña y la yegua descansan a su sombra.
Y allí, con el viento puedo,
a veces, un instante,
yo también
descansar…”
(inédito)
Como ya sabes hoy amanecí hasta el amanecer, y de la noche, no me he enterado..., ¿o si? El caso es que tuve una sacudida, un estremecimiento, al leer tus palabras, las que me has dejado..., y las que leo ahora, llenas de misterio, buen hacer, belleza infinita, y sensibilidad ardiendo. Sin duda el sol hoy nace por tu verso y tu palabra mágica que ya la he metido en mi pecho.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, de regreso.
Hola Mariel.
ResponderEliminarSaludarte sobre todo. Y visitar tu blog he estado un tiempo algo callada no tengo tiempo casi de leer y de comentar pero que sepas que aún estoy por aqui.
Un abrazo.
Enséñame,quiero decrecer, conformarme con lo que soy, esperar a quién no viene, tentar a la suerte, desaprender hábitos, hacerme pequeña, sentirme grande...esperar tus poemas.
ResponderEliminarUn beso pájaro
Hermoso.
ResponderEliminar¿Qué queda de la incertidumbre? Un hombre viejo, un hombre nuevo, la misma duda, la misma certeza, el “solo se que no se nada”, que triste idea o verdad o consecuencia de nuestro ser mortales, imperfectos, finitos. Un mundo que cambia, siempre cambia y nosotros que no hacemos pie, siempre a mitad de camino, a mitad de todo, aunque Husserl, aunque Husserl lo desapruebe porque ¿puede un término medio buscar la verdad? ¿Sino quien? La única verdad sea tal vez que lo único constante en el mundo sea el cambio (¿Cómo decía Heraclito cuando habla del eterno devenir de las cosas?). Si aprendí la lección, todo fluye, nada permanece, salvo el logos, el verbo, la palabra… esta magnifica y maldita palabra, la que nos confunde más de la cuenta. Fue con una palabra que el diablo tentó a Eva y condeno a Adán (esto me suena un poco machista).
ResponderEliminar¿Qué podemos enseñar? Demasiado poco, lo que ya saben todos, apenas alguna que otra vivencia personal, pero… es personal, ¿entonces que podemos enseñar? ¿Se educa repitiendo o viviendo? Y ya van demasiadas preguntas y vos ya habías preguntado demasiado también, llevando hasta el infinito nuestras dudas.
No hay nada demasiado cerca que este lejos, demasiado lejos. ¿Sería cómo alcanzar lo inalcanzable inalcanzablemente?, como dice Nicolas de Cusa, quizás lo sea, y quizás de esta manera los kilómetros y kilómetros de gestos que fueron oxidando tu cuerpo, al final no sean más que centímetro, quizás hasta no sean realmente más que imaginarias construcciones, solo un punto, perdón, una cicatriz en el rostro que examina la realidad que lo rodea con miedo y admiración.
Otra historia, escrita desde el vamos, sobre renglones que desaparecen, reencontrándose entonces, en el blanco papel sin demasiados “tutores”, sin renglones en los cuales hacer pie, porque todo se cuestiona, ¿que quedará después de todo, cuando pongamos el punto final que termine la historia?
Hay un mundo fuera, hay que develarlo (si se puede) lentamente, no de golpe, porque con el golpe se mata (y te matan). Cuantos deseos próximos a los de muchos otros, o por lo menos a los míos.
Delicatessen como estas palabras que traes hasta nosotros a través de tu espacio son realmente un mangar que no creí degustar este lunes al mediodía.
Todo un placer leerte, realmente lo digo.
Un saludo.
HologrmaBlanco
Hermoso lo de AR. Lo último que leí de él fueron críticas de cine, muy buenas por cierto.
ResponderEliminar¿Quien puede enseñar lo que no se sabe?.
ResponderEliminarTu me enseñas todo el rato como amar la palabra y cada vez que me enseñas yo me encojo y no se nada, y me quedo muda sin palabras.
Un abrazo
Pensar que crecí leyendo a Ricagno en El amante y demás. Otro espíritu libre.
ResponderEliminar"Veinte kilómetros no hacen un pasado".
ResponderEliminar¿Y los miles que he andado?
"Sólo los muertos hablan una lengua más clara".
Sí, sí, ya lo sugería Quevedo. Es una lástima que nuestra cultura haya excluído tan radicalmente a los muertos.
Abrazos