PÁJARO DE CHINA

domingo, 21 de marzo de 2010

CARTA A SIMONE DE BEAUVOIR, DE UNA MUJER CON TURBANTE


Texto publicado el pasado 12 de marzo,
bajo el cielo de protector de Cartas en la Noche.


Giraste la cabeza para mirarme así. Y fui un naipe marcado. No me encerraba en el baño a anestesiarme con el adorable canto con arpa de la Sirenita imaginada por Andersen o las previsibles peripecias de una Cenicienta rescatada del barro por los zapatos sin ruta confeccionados por Perrault (un par de proto-Blahniks que jamás calzaría una operaria o una pantera). Me acompañaba La Invitada.

En ese baño convertido en templo ninguna mujer era salvada por un hombre. Las mujeres se salvaban solas y decidían exiliarse de la maternidad, extenuar los verbos en un café-bunker y tomar partido. Hacía equilibrio sobre el bidet para alcanzar a mirarme en el espejo, con unos viejos retazos de cortinas de tul devenidos turbante de guerrera en Montparnasse. Las ficciones temblaban, a la Sirenita la ahorcaban las cuerdas cándidas del arpa y Cenicienta se partía la boca contra el piso al pretender caminar con tacos. Un final ejemplar para un par de babiecas. ¿Por qué me miraste así, Simone?. Tu vocación sísmica clausuró la edad de la inocencia y colgó de un clavo oxidado mis juguetes.


Me amordazaron en las clases de catequesis, por difundir el embarazo de la Virgen por causas y goces naturales y trepanarle los sesos a la catequista para que hiciera de María una amante insumisa, sublevada contra el martirio impuesto por las jerarquías patriarcales. Te anudabas el pelo con pañuelos de escándalo. Courbet se equivocó. El origen del mundo no es el útero sino la cabeza. El rictus de una boca que no cede, ojos como estiletes encendidos en la gruta y la determinación de ser obra en perpetua construcción, mordiendo los barrotes de la jaula.


Nunca están dadas las condiciones. Papá se declara en bancarrota y mamá nos quiere docentes y decentes. La lucha en el hipotálamo puede graduar su intensidad pero no ahorra las obsesiones, el terror y el insomnio. En París suena el jazz, las vanguardias pulverizan la forma establecida de mirar y el Titanic no imagina el bloque mortífero de hielo. Pero el combate se libra entre las sienes y el París de tu casa y de tu cama puede temblar antes de que lo pise la bota nazi. ¿Cuántas veces te escondiste a llorar en el baño, Simone? ¿Cuántos años se tarda en nacer, cuando nacer significa hacerse e independizar la lengua, sin impostar la propia voz ni lamer las ajenas?


Mi infatigable Castor, inmersa en la aventura estremecedora de pensar junto a un hombre feo como un sapo que jamás sería príncipe, sin ser absorbida por su pensamiento ni convertirse en su florero, su trofeo o su anexo. Siguiendo la ley de tus propios pactos y abriéndole tu segundo sexo a un chico musculoso de Chicago, al que le escribiste cartas de amor ridículas, como todas las cartas de amor. Estados Unidos te electrizaba la piel que no mostrabas en la sesuda Europa de Jean Paul. Confesá, Simone, confesá. Te quiero aunque escribieras públicamente tu Lado A como una reina indómita y, en secreto, tu Lado B suplicando mimitos. ¿Quién renunciaría a que lo cuiden salvajemente?


Pobres las que cayeron en tus redes de entomóloga. Supiste ser malísima y complotar con el sapo la prolija destrucción de corazones, rendidos ante un tándem explosivo de cerebros. Mi amazona ofídica, con un puñal envuelto en el pañuelo. Fuiste todo mezclado, refulgente y revuelto.

Te encantará saber que, aunque persistan en expulsarlas del catecismo y la academia, las chicas no bajan la guardia y son las únicas que sacuden la historia tras la toma del Palacio de Invierno, montadas (aunque no lo sepan) en la turbulencia incandescente de tu estela. Tu turbante es la contraseña de las que empujan los límites.

Dejo sobre la tumba inquieta del Castor y su sapito nudos de tul de las cortinas rasgadas de la infancia, con las que todavía vendo, blindo y asomo mi cabeza al estrépito formidable del mundo. Intentando mantener y simultáneamente romper el equilibrio, para no avergonzarme ante el espejo que jamás perdona.



Fotos: Remains (family II), Annette Messager, 2000.
We don’t need another hero, Barbara Kruger, 1987.
Candy cigarette, Sally Mann, 1989.

11 comentarios:

  1. Querida Pájaro, No hago sino rendirme en tu disección con paragüas de Simone. El segundo sexo no era en su caso las chicas que maltrataba, sino el lugar que ocupaba en "chez" del filósofo.
    Era "cool" pero necesitaba un poco de aire Chanel, más deportivo, más libre y menos encorsetada en sus turbantes.
    Hablando de turbantes ¿has visto "Grey Gardens" de los Meysles?
    Primavera llorosa, no cesa de caer lágrimas del cielo, y espero un rayo de sol discreto que no puedo con soles intensos.
    ¿estás bien...?
    Besos partisanos, de tú rendida admiradora.
    En éste blog siempre encuentro lo que busco, cosas de lujo sin diseño sino con lo esencial.

    ResponderEliminar
  2. Amo a esta mujer con toda mi alma. Si pudiese elegir con quien tener una charla de cinco minutos de todas las personas que admiro (que no son muchas) seria ella mi elegida.

    ResponderEliminar
  3. Creo que mi comentario se borro asi que aqui va nuevamente. Decia que amo a Simone con toda mi alma y que si pudiese elgir con quien conversar 5 minutos de todas las personas que admiro, seria ella mi elegida. Un beso pajaro para ti.

    ResponderEliminar
  4. Hace poco tuve la ocasión de ver algunas entrevistas de la Beauvoir en la tele y ¡qué mujer! Los hombres deberíamos leerla más a menudo.

    ResponderEliminar
  5. Pájaro no te lo pierdas. Es una recomendación de partisana-edith.
    http://www.youtube.com/watch?v=F9r-SRyO3d4
    Un abrazo con humor.

    ResponderEliminar
  6. como me recordaste a pessoa con eso de las cartas ridículas de amor... y muy cierto, al final Simone pidió ser enterrada con el anillo de Algren entre las manos, señal de que era tan apasionada en la razón como en el sentimiento... alguna vez ilustré con esta foto un artículo en mi blog sobre ella, seguro ya la conoces (pero en caso de que no):

    http://1.bp.blogspot.com/_igMD8P_BKO8/Sa92Lb9ezLI/AAAAAAAAAvc/mS15kaTesVk/s1600-h/simone.bmp

    un abrazo

    ResponderEliminar
  7. También muchos chicos nos montamos en la "turbulencia incandescente de su estela", aunque no nos diéramos cuenta.
    Un placer leerte (tan cerca de Pierrot le fou)
    Beso.

    ResponderEliminar
  8. Querida Mariel, girar hacia los géneros considerados “menores” siempre exige osadía. La epístola pasa por ahí, y nos ha dejado un legado más que memorable, más que entrañable. Ya quisiéramos poder construir estas interlocuciones. Y vos lo hacés, en el mismo gesto de Beauvoir: en la interpelación de su mirada. Sin salvaciones masculinas. Sí su amor, no su aura salvífica. “Amante insumisa”, como decís, ante un patriarcalismo todavía intacto.
    Cuánta osadía falta, mirando este rostro… Atrapados por la pusilanimidad de una época, la rebelión debe abrirse paso a fuerza de agujerearse el pecho. Pero también S.B. tuvo que pasar por ahí, incluso en su vínculo con ese Castor llamado Sartre que necesariamente debía ser rebasado.

    Me quedo con esta pregunta: “¿Quién renunciaría a que lo cuiden salvajemente?”. Me recuerda a algo que dice Kristeva: con frecuencia una palabra de amor es mucho más eficaz, profunda y perdurable que la quimio o la electroterapia; nuestro único medio para aprender a sobrellevar las heridas.

    Un fuerte abrazo,
    Arturo

    ResponderEliminar
  9. Impactante relato, Mariel. Algunos iconos pueden cambiarnos la vida. Luego, lo que fueron en vida, pues ya se sabe. Como todos. Un día coherentes y otro no, un día generosos y otro no... esas cosas que a veces pienso que es mejor no saber. Y que en el fondo importan poco: queda lo construido, las conciencias cambiadas, la semilla germinada. Un beso.

    ResponderEliminar
  10. Me he quedado tan atrapado en la magia del texto que no he podido hacer otra cosa que dejarme llevar.
    Un abrazo

    ResponderEliminar