La supervivencia de una organización depende del control ejercido sobre la narración de su historia. Una organización debe controlar las palabras escritas en cada página, arrebatarle las páginas al viento y cristalizar esas palabras en un relato, cosido, anudado y funcional a la estructura de la que forma parte.
La palabra es la sede del poder, desde Heródoto hasta CNN. Una imagen puede asimilarse a una palabra, porque también se lee. Los ejércitos de la antigüedad y los conquistadores imperiales tenían sus historiadores y sus cronistas. Porque lo que importa no sólo es lo que sucede, sino la forma de contarlo. Una organización jamás debe perder el control de sus documentos narrativos.
La palabra y la imagen "traducen" el acontecimiento. Por definición, no podrían "reproducirlo" jamás pero tienen la tremenda capacidad de maquillarlo, amputarlo, calzarle prótesis y manipularlo hasta que la técnica de desfiguración lo vuelva irreconocible. Así, una biografía puede convertir a un idiota en un héroe, tal como hacemos nosotros usualmente con nuestras propias vidas, al editar y enterrar miserias y basura.
La última película de Roman Polanski, El escritor oculto, puede "verse" (o "leerse", ya que son términos equivalentes) desde múltiples perspectivas y a distintos niveles. El trabajo es del espectador-lector: puede entretenerse con un thriller político y permanecer en la superficie, o exprimirlo hasta acabar preguntándose cuál es la medida de su libertad personal, el uso que cotidianamente hace de dicha medida y el peso de su responsabilidad cada vez que abre la boca.
Porque el centro del film es un manuscrito, custodiado bajo siete llaves en una isla, alrededor del que empieza importando el contenido, luego un nombre, después una palabra al inicio de cada párrafo y, en definitiva, una sola letra (la "s", que diferencia beginning de beginnings y modifica sus significados) y en cuyo sistema solar orbita la galería exacta de personajes reclutados por la Organización para poder durar y hacer historia.
Hay un ex-primer ministro británico que quiso ser actor y fue cooptado sin saberlo por esa Organización-ventrílocua (la CIA) para desempeñar el rol de su muñeco, porque tiene la invariable virtud de entregarse al sentido común, el más ingenuo y mentiroso de todos los sentidos; una mujer brillante cooptada a conciencia para mover la boca del muñeco; la pléyade de asistentes-burócratas inocentes e incondicionales (la cocinera, los choferes, la secretaria ejecutiva); y el académico al servicio de la Organización y de sus socios.
El nombre de estos personajes es irrelevante. Por eso el político en cuestión se llama Adam Lang (una anodina "a" detrás de otra). Sus rostros tampoco importan y por eso la cara de este político es la cara (tan anodina como una fila de primeras vocales) de un perfecto Pierce Brosnan. La organización podría reemplazarlos en cualquier momento. Son sus empleados a sueldo, sus "fantasmas".
Al ex-primer ministro le importa el resultado de sus acciones (la desaparición del terrorismo, como sea); a su rival político, el procedimiento elegido para alcanzar el resultado (la tortura de prisioneros de guerra); y a la víctima (el padre de un soldado muerto en Irak, en nombre y representación de todos los padres de todos los muertos), la acción en cuestión: el recurso a la guerra. Pero la verdadera amenaza de la Organización no es el rival político, al que sólo le repugna la forma de la masacre, ni la desesperación de la víctima devenida francotiradora.
El auténtico enemigo de la Organización, el único que realmente puede herirla, es el pensamiento gatillado por la curiosidad: que un inofensivo "escritor fantasma" (el epítome del mercenario intelectual, con un apego emocional en grado cero y vocación de autómata), contratado para escribir las memorias impolutas del ex-primer ministro, se indiscipline: que sospeche e investigue más de la cuenta, atando cabos y montando las piezas de esa organización hasta "ver", hasta "leer", la podredumbre de la estructura que integra.
Cuanto más disciplinado sea un cronista, cuanto más pacíficamente sintonice con el espíritu de los tiempos que corren, mayores serán las comodidades que se le ofrecen. En el mejor de los casos, será un suceso de ventas y una estrella bendecida por el mercado editorial. Tendrá el estatuto de una celebridad, el más alto regalo simbólico que su ego puede recibir, y la medalla y los honores que la Organización (cuyo brazo es larguísimo) cuelga al cuello del cómplice.
Cuanto más se subleve, mayor será el castigo: el anonimato, la soledad y, eventualmente, un destino de cadáver prolijamente "editado" para que su eliminación parezca un "accidente". Las organizaciones vienen cobrándose la vida del narrador insumiso.
El escritor de Polanski es un intelectual con acceso al manuscrito custodiado. Tiene las herramientas y el tiempo para pensar, lo que no puede exigirse a la cocinera inmigrante que lava los platos en la fortaleza de lujo enclavada en la isla en la que conviven los personajes -una metáfora de la escisión física y mental de la realidad de los ejecutores de la "alta política".
Es el intelectual quien tiene en sus manos el GPS y Polanski entrega servida esta otra metáfora. Es el intelectual quien puede decidir ponerse finalmente en los zapatos de sus predecesores rebelados (aunque lo primero que haya tirado del predecesor muerto sean los zapatos - otra delikatessen polanskiana de igual calibre), para tomar la posta e intentar completar una investigación inconclusa.
Aun en condiciones extremas de opresión, el anterior "escritor fantasma" ha sido capaz de dejar una clave encriptada, demostrando el peso de todas y cada una de las palabras de los manuscritos. De las que se amontonarán como mierda en las mesas de las librerías y de las que pueden disparar al corazón de una organización opresiva. Un mensaje descifrado y escrito de puño y letra en un modesto papelito pasado de mano en mano (en una escena formidable de la película) tiene el poder destructivo de una bomba de tiempo.
Polanski va lo suficientemente lejos como para mostrar que el asunto no se acaba en la Organización, que uno podría suponer habitada por reclutas "fantasmas", enajenados que empujan a ciegas una maquinaria demente. Si así fuera, todos y ninguno serían responsables.
Detrás de la Organización están los dueños de la pelota: en este caso, la industria bélica, cuyo nombre -en el film, Hatherton, es el que realmente importa. La guerra se declara para que esa industria pueda colocar en el mercado el catálogo completo de sus arsenales.
Detrás de la Organización están los dueños de la pelota: en este caso, la industria bélica, cuyo nombre -en el film, Hatherton, es el que realmente importa. La guerra se declara para que esa industria pueda colocar en el mercado el catálogo completo de sus arsenales.
Para tirar de la cuerda, el intelectual no tiene más que recurrir a Google, ese instrumento que chorrea información y te la pone delante de la cara, para que te anestesies y juegues al hacker o reconstruyas, de link en link, la foto completa de la mierda en la que estamos hundidos. No hay revolución 2.0: hay un nuevo dispositivo y el resto depende de cada uno.
Polanski recorre el espinel completo. El recorrido destila un desencantamiento visceral y, como inapreciable compensación, la posibilidad de una fisura, en manos del cronista que deja de alquilar su pluma para ponerla a funcionar según el dictado de su conciencia. No advierto qué puede haber de divertido en este itinerario.
Polanski filma del mismo modo en el que la Organización actúa: en pleno control de sus recursos y sin que se adivine su presencia (sospechemos entonces de Polanski: viviseccionemos su criatura). No hay efectos especiales, música incidental que irrumpa tomando la batuta, jadeantes cámaras al hombro, persecuciones espectaculares ni saltos abruptos de montaje.
Es el montaje clásico de un Hitchcock moderno, que corta donde hay que cortar y determina la sucesión encadenada de planos convencionales y estables que alimenten el suspense, pero sin que se note. Es la estrategia de los ventrílocuos, desde el origen de los tiempos. No advierto qué puede tener de anticuada.
Es el montaje clásico de un Hitchcock moderno, que corta donde hay que cortar y determina la sucesión encadenada de planos convencionales y estables que alimenten el suspense, pero sin que se note. Es la estrategia de los ventrílocuos, desde el origen de los tiempos. No advierto qué puede tener de anticuada.
Ver cine es estéril si no podemos proyectarlo hacia nuestra circunstancias. El último film de Polanski debería hacernos entender, de una vez por todas, que los políticos en función son en definitiva empleados a sueldo de corporaciones (que eligen como socias a una organización o varias).
Que esas corporaciones funcionan en base a un sistema de alianzas y trascienden a sus empleados. Que la pregunta básica es a qué corporación le sirve una determinada "gestión de gobierno". Que esas corporaciones tienen nombre y apellido y que esos nombres y apellidos son los que importan.
Que esas corporaciones funcionan en base a un sistema de alianzas y trascienden a sus empleados. Que la pregunta básica es a qué corporación le sirve una determinada "gestión de gobierno". Que esas corporaciones tienen nombre y apellido y que esos nombres y apellidos son los que importan.
Que básicamente no importa la acción, el procedimiento y el resultado, sino la estructura que los determina y para beneficio de quién lo hace.
Y que, si bien el intelectual no tiene la obligación de inmolarse, tiene el deber de hacerse cargo de cada una de sus palabras, en contraprestación por el privilegio de la educación y el tiempo que le han sido concedidos para acceder a esa actividad de lujo para minorías en la que se ha convertido el pensamiento.
La corporación siempre dirá no sólo que "la única verdad es la realidad" sino que la "realidad es ésta". Intentará monopolizar no sólo la definición sino los límites de la realidad. Eso se llama fascismo.
Que un intelectual se coloque detrás de los hechos políticos para aplaudirlos en lugar de ponerlos bajo sospecha y que además sostenga que "estos hechos son lo mejor que podemos conseguir, lo máximo que esta sociedad puede tolerar", es decir, que fije desde sus credenciales de filósofo el límite de nuestras esperanzas, es un gesto no sólo típico del lameculismo más rastrero sino también un gesto fascista de pura cepa.
Lo digo recordando a todos los que renegaron de su rol de fantasmas para dejar constancia, cómo fuera, del horror de la vida que a la mayoría les ha sido impuesta y de la identidad de los máximos beneficiarios de ese horror, que nunca son los funcionarios-títeres (y sus editorialistas infames) que están a primera vista.
Lo digo recordando a todos los que renegaron de su rol de fantasmas para dejar constancia, cómo fuera, del horror de la vida que a la mayoría les ha sido impuesta y de la identidad de los máximos beneficiarios de ese horror, que nunca son los funcionarios-títeres (y sus editorialistas infames) que están a primera vista.
Imágenes: The Ghost Writer, Roman Polanski, 2010.
Éstas peli la vi hace unos meses, justo cuando yo mismo me encontraba haciendo un laburito de escritor fantasma. Lo mío fue mucho menos emocionante. Sigo admirando a Polanski como a pocos directores (Lang, Tourneur, Fuller), y en Ghost Writer, lejos de ser su mejor laburo, demuestra que las mejores películas se hacen sobre novelas pedorras.
ResponderEliminarFree Polanski!
No la he visto , pero me obligo ha hacerlo...
ResponderEliminarAndres
Mira que me gusta Polanski pero lo de free Polanski te lo has podido ahorrar, como cineasta es la ostia, pero como persona deja mucho que desear, como Chaplin o el propio Picasso que eran dos grandes hijos de puta. No tiene nada de heroico lo de Polanski como para hacer una arenga no se puso delante de unos tanques sino que se follo a una cria. Viva el cine de Polanski y menos free.
ResponderEliminarQue impresionante post.
ResponderEliminarHay un montón de asuntos para comentar. Es de una riqueza incalculable, lo que escribís, y como.
Primero, la libertad individual. En un rapto Foucultiano, en última instancia, el individuo de la organización tiene la oportunidad de "saltar por la ventana", "suicidarse", y demostrar así, que las estructuras de la organización son falibles.
Segundo, me abruma lo del fascismo. No sé por que tengo en la cabeza que un fascismo intenta imponer una verdad incomprobable para nadie.
Tercero, que la labor del intelectual sea poner todo en sospecha, me deja el sabor más amargo del fin de semana.
Un abrazo.
La película está a medio camino entre Hitchock y Hawks, dos personas que colocaban la cámara allá donde debía estar, sin estorbar el relato. Si el relato-guión- es tan potente, no necesita desmadres de cámaras, ni persecuciones por segundo. Necesita eso que se llama "emotion pictures", y en éste caso frialdad, luz blanca, interiores "cool"Una puesta en escena más que inteligente para contar la historia de un pobre hombre que tiene que contar la historia de un hombre perverso.
ResponderEliminarEl lamculismo, está totalmente instalado en los medios más progres españoles, que con la ruina que cae viven de subvenciones del poder. Lástima que los que pagamos seamos todos nosotros.
La película la ví hace unos meses y me fascinó.
En nuestro país no hay ninguna mujer crítica de cine, y mucho menos que vea y escriba lo que ve después de metabolizarlo y codificarlo.No a tontas y locas.
No me gustan los halagos sin embargo no tengo otra palabra que "chapeu..."
Una frase tuya me sirvió para partisana.
Impresionante análisis, Mariel.
ResponderEliminarMe gustaría que escribieras crítica de cien en ciertas revistas que yo me sé: el soplo de aire fresco de tu mirada las revitalizaría.
Me quedo pensando en tu último párrafo y en quiénes serán esos que renegaron de su rol de fantasmas.
abrazos