PÁJARO DE CHINA

domingo, 31 de octubre de 2010

I LOVE YOU STEVEN RUSSELL



Steven Russell: Te amo. Has demostrado que, por amor, uno es capaz de hacer, literalmente, cualquier cosa. Y cuando digo "cualquier cosa" me refiero a inducirse un coma hasta quedarse seco, pasearse por los pasillos del presidio vestido de drag-queen o afanarse todos los marcadores de tinta verde que existan en la cárcel para teñirse el uniforme y rajarse vestido de enfermero.

Has demostrado que, por amor, uno es capaz de convertirse, literalmente, en cualquier cosa. Y cuando digo "cualquier cosa" digo falso abogado, médico o asesor financiero de una megacorporación. Más eficiente y creativo que los profesionales verdaderos. O sea que ... nada de falso. El límite entre la realidad y la ficción se borra continuamente. Y tu copia del original no es una copia boba sino crítica, porque demuestra cuán aburrido y bobo (como la mala repetición de un chiste) es, en definitiva, el original al que los diplomados entregan como ofrenda su sistema nervioso.

Finalmente, has demostrado que, armado de tenacidad y de optimismo, un modesto ciudadano de a pie puede llevarse puestas todas las instituciones de Texas, tocarle el culo al sistema sin inmutarse y dejar al sistema con el culo al aire exhibiendo al viento la leyenda: "Querido Sr. Sistema: eres tan imbécil". Todo eso operando por teléfono, sin salir de casa y con calzones de red. Chapeau!. Quiero clases a domicilio, aunque no puedas dármelas. 


Tengo una teoría particular acerca de ciertos robos y estafas, Steven Russell. Cuando a uno le arrancan un pedazo, sale a robar para que se lo devuelvan. Para recuperar, de algún modo, lo que le pertenecía. Ese robo no es un delito ni es una venganza. Es un acto de redención. Robar es reapropiarse de lo que nos robaron. El botín es la compensación simbólica de una herida fundante que no cierra.

Por la misma razón se fraguan tarjetas de crédito o cédulas de identidad, con una displicencia a prueba de bala. Se actúa como un auto-Robin Hood y no se duda de que el supuesto robo o la aparente estafa es un acto de justicia que nadie ejecutará por nosotros.

Es fantástico que te hayan filmado en planos cortos que no dan respiro, porque la vida dura tan poco que más vale montarla con aceleración. Además, uno jamás sabe dónde estará parado en el próximo minuto, que ya es este minuto en el que te escribo, pero tampoco es éste ni este otro; en realidad, eran esos minutos que ya se fueron.

Es fantástico, también, que la banda de sonido de tu vida subraye y enfatice, porque ... ¿qué son las grandes y desatinadas historias de amor sino un subrayado de nuestra voluntad y un énfasis de nuestra obstinación en entregarlo todo, a quien usualmente no nos pide tanto?

Phillip Morris te dijo que le bastaba que estuvieran juntos. Le bastaban cartas de contrabando, chocolates con versitos en el reverso del papel plateado y bailar un lento adentro de la celda. Pero no podías, siendo hijo del abandono, no regalarle Key West.


Curando tu carencia involuntaria con la deliberación ilimitada de tu exceso. Por eso te amo, Steven Russell: porque lo ilimitado no fue tu exceso de novela, sino la determinación con la que saliste a buscarlo, para compartirlo con Phillip Morris. Que no es en este caso una marca vulgar de cigarrillos, aunque genere adicción, sino una forma posible del amor inalcanzable en South Beach, cuando se nos murió el Visconti que filmó a un delicadísimo Tadzio frente al Adriático.


Porque al ver a Phillip Morris recordé a Tadzio y pensé que, en estos tiempos, probablemente Tadzio sólo podría reencarnar en Phillip Morris y las playas del Lido podrían mudarse a Miami, si y sólo si les ponen esas nubes. Esas nubes de cuaderno escolar que son el corazón de tu película y evocan el futuro encerrado en las vísceras o el vuelo de las aves que descifraban los augures y arúspices romanos.

Ellos vaticinaban prosperidades o batallas. Vos invariablemente encontrabas una nube con forma de pene. Esa es otra de las razones por las que te amo, Steven Russell, en la medida en la que uno pueda afirmar que existe algun raciocinio en el amor: porque al ver un pito en una nube tuviste claro, de niño, tu destino. Y porque donde algunos ven princesas o unicornios, vos viste un nítido pito de tamaño XL.

Además, sos la evidencia ambulante de que somos huérfanos. No bastará repetirlo hasta el hartazgo. No te bastó hacerte policía para investigar dónde estaba tu madre. Cuando la encontraste y como suele pasar, casi te parte la puerta en la cara. La escena formidable en la que el turro de tu hermanito te revela tu origen es una demostración no sujeta a debate de lo horrible que puede ser la vida mientras te caen las lágrimas de la risa. Por eso tu película es el maridaje, en dosis imprevisibles y desproporcionadas, del mar de melodrama y comedia inescindibles donde intentamos nadar mientras nos tapa el agua. Ese mar que pretendiste controlar en una impecable casa con piscina casi pintada por David Hockney, donde uno salta del trampolín sin temor a partirse el cráneo.












Alguien de tu linaje dijo: "Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad. Desde que estoy conmigo mismo es tal la aglomeración de las que me rodean que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda".

Tus personalidades, Steven Russell, no brotan en simultáneo como las de Girondo. Florecen en cadena dependiendo de tu necesidad, como la serie de retratos de ocasión de mi reverenciada Cindy Sherman. ¿En cuántos nos convertiremos para llegar al final del día?












Jim Carrey, interpretándote, encontró finalmente sus máscaras. No era The Mask, burda y en singular. Eran varias y bajo todas ellas late la desesperación. Para ser querido y para que el amor dure.

Cuando te enterás, hecho percha, partido al medio y en la horizontal de la camilla, de que la mecha es corta y se apaga en cualquier momento, tu necesidad estalla y patea el tablero de simulacros ejemplares del pasado. Tu alucinada cabalgata sexual, al grito de "soy gay, gay, gay", es una sobredosis de esperma vital, un manifiesto existencial memorable. No me extraña que en tu patria, la bienventurada Land of the Free, les cueste soportarla.

Por eso uno se arma su patria propia, como se arma un rompecabezas para resistir el dolor y liberar de sus jaulas el placer, mientras irrumpe Gundula Janowitz o Nina Simone o la musiquita ligera de Dance Hall Days como cortina de fondo, sin que jamás te permitan oficiar de DJ.

El ballet de manos que trafica mensajes clandestinos en tu cárcel es el heredero posmoderno del que nos legó Pickpocket. Te amo porque lo desdramatizaste incluyéndole un reparto de sándwiches de medio pelo, todo en honor a tu brújula llamada Phillip Morris. Si no fuera por amor la desdramatización sería para morirse (de revulsión, entre otras causas).

Pero cada uno de tus disparates te honra porque hay un prójimo, deseado hasta que duele el estómago, en la línea de mira, con profusión de colores pasteles, reinado del amarillo patito e irrupción de ritmos hawaianos.


Cuando no se mide, se hiere no sólo por avaricia sino también por derroche de regalos. Y de tanto empujar, haciendo uso de todos los recursos imaginables y deshaciéndose para que el otro salga, uno termina metiéndose adentro. Te amo porque ni eso te importa, Steven Russell, de tan indigno que sería amar con la calculadora en la mano y sin asegurar que uno se ocupará de solucionar las cosas para abolir la condena ajena. "No te preocupes que yo me ocuparé" es la bandera sin red de Steven Russell, que le inflige una condena a perpetuidad, en la prisión física y en la de su cabeza.

Deseo con toda mi alma que te escapes, por quinta vez. Que veas la nube y corras sin mirar atrás y los de gorra no puedan alcanzarte. Que el recuerdo de Phillip Morris (tu Humphrey Bogart, tu Ingrid Bergman) te sostenga. Pero, básicamente, quiero que vuelvas a escaparte amparado por la nube que te corresponde.


Porque sé que para sobrevivir hay que escaparse, cuando el aliento de una pantera invisible te roza la nuca. Sé que hay que hacer del escapismo, que es la antítesis de la evasión, un arte.

Te amo y te agradezco que, una madrugada insomne, tu vida filmada no sólo me haya quitado el dolor del estómago, sino el miedo del cuerpo. Es una las tantas dichas tremendas que nos concede el cine. Y el empecinamiento de escapistas irredentos como Steven Durrell.

Esta historia realmente sucedió. Realmente.





Imágenes: I love you Phillip Morris (Glenn Ficarra-John Requa, 2009) - el distribuidor local que rebautizó este film Una pareja despareja debería ser ajusticiado.
David Hockney, A bigger splash, 1963. 
Cindy Sherman, autorretratos sin título.



7 comentarios:

  1. guauuuuuuuu, deberé verla!

    "Sé que hay que hacer del escapismo, que es la antítesis de la evasión, un arte..."

    deberé verla, besos

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  2. Qué bello se siente cuando uno larga la baranda, suelta la mano, y se deja arrastrar, y se vuelve parte del agua.
    Fluya, pájaro, que es lo mismo que volar pero abrazada por el mar.

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  3. Porque sé que para sobrevivir hay que escaparse, cuando el aliento de una pantera invisible te roza la nuca.

    -¿Cómo lo hiciste, pájaro? Tienes que contármelo, amigo.

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  4. En mi pueblo no dan estas películas, habrá que contentarse con tu comentario. Un abrazo.

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  5. Uno se va porque necesita irse, a robar, como dices, lo que le han robado ya a uno, y vuelve y se reencuentra con estas palabras y estas alas de pájaro, y vuelve a volar, alto, aunque no haya conseguido robar nada de lo que le quitaron. Gracias. Un abrazo.

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  6. Cada frase es para esculpirla, cada toque un manual de supervivencia. He vuelto a sentarme en el jardín de Peggy, en ese banquito de Jenny como un homenaje, a tus palabras y a tus regalos. Porque de todo lo que dices, lo que me fascina y me apasiona es que siempre hables de lo que hables, siempre hablas del amor.
    ¿Acaso existe otro tema...?
    Una frase la paso a vueltas con la vida, sin pedirte permiso.
    Y podría hacer un largo truismocon todas tus verdades. Tan necesarias, tan bellas, tan serias Un beso sin nicotina.
    Me gustó y una amigo me dijo que era infumable. Dejaré de hablarle.

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  7. Tanta vida, y tan bella, en tus palabras.

    Tengo que ver esa película

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