PÁJARO DE CHINA

martes, 7 de diciembre de 2010

EN PRINCIPIO FUE EL VERBO



Es diciembre otra vez. Otra vez el mes
de los que asan lechones navideños.
Y yo los odio.
Carlos Diques


La gente traga sin pensar lo que le meten en la boca. Por ahí se espantan cuando les dicen el nombre de lo que se tragaron. Pero ya es después. La gente no suele investigar. De chico un chancho fue mi mejor amigo. El chancho es uno de los animales más hermosos de la tierra. Al taxidermista le dejé unos pesos de más, porque ha hecho un trabajo soberbio. No esperaba menos del tipo que embalsamó al gato de mi prima Tita. "Te llamarás Catulo", le anunció el día que lo recogió de la calle, iniciando una cadena de chistes de rima fácil de los que Catulo jamás se enteró ni ella se dio por enterada. Mi prima Tita fue profesora de latín y vivió toda su vida en la Antigua Roma.  

La primera vez que pasamos Nochebuena en la casa de mi cuñado Julio, salí corriendo a vomitar al patio. El centro de mesa era un lechón asado, al que le habían metido en la boca rígida una manzana lustrada como un par de zapatos de tango. Julio lo exhibía triunfante como una copa de la FIFA. No pude quitármelo de la cabeza durante meses. 

A Martita tampoco, cuando la conocí. Me sedujeron sus labios de churrasco y me olvidé de que escondían un aparato fónico. No debí haber pasado de un primer café, que revela al portador de un instinto promedio si es el primero o el último. Debí haber dicho que ingresaba al monasterio. Pero la besé, la llevé al cine, me casé y, como si eso ya no constituyera una sobredosis de Abombadol notable, al primer año de casados tuvimos a Felicitas. Yo ya estaba en el horno, como los lechones de Julio, con una corbata, una hipoteca, un 600 comprado en cuotas y una hija que bien podría haberse llamado Tristecitas, considerando los padres que le habían tocado en suerte. Un pusilánime y una lora.  

El primer Papá Noel de Martita le trajo a nuestra pobre hija una Barbie con casita, piscina y gafas de sol. Me descompuse. Felicitas jamás sería como Barbie. Yo desciendo de tobas, esa tribu integrante de lo que ahora llaman "los pueblos originarios". Bueno, si somos tan originarios, que nos entreguen las escrituras. Infelicitas heredó mis rasgos. Todas las Barbies circulantes debieran ser decapitadas. 

Martita no me escuchó, porque jamás escucha. Ella habla, sin parar. Es una radio descompuesta, una catarata de opiniones lapidarias que la erigen en la dueña del bien y del mal. Tiene la suerte de ver en blanco y negro y divide a la humanidad en miserables o genios, en turnos rotativos. "Es que soy tan apasionada", es su latiguillo exultante. Se hubiera estrellado contra las Torres Gemelas si se lo hubieran pedido o hubiera ayunado hasta morir por el reconocimiento del Estado Palestino, en nombre de una "causa" que varía como la temperatura y abarca desde la situación entre las dos Coreas hasta la avaricia del coreano que supuestamente se queda con los vueltos en el supermercado de la esquina. El mundo suele conspirar contra Martita para que sea infeliz. Infelicitas. Nadie la entiende y los fines de semana se viene la maroma por todo lo que hubiera podido ser y no es, o haber tenido y no tuvo. El culpable, obviamente, soy yo. Escucho los partidos comiendo Cerealitas como un desahuciado. La relatora de fondo es Martita, en cualquier emisora.

Martita hubiera bailado en el Bolshoi, cantado en el Radio City o firmado autógrafos en la Feria del Libro. Claro, cuando uno no se da cuenta de lo que es, cree que podría haber sido cualquier cosa, en un pasado que siempre fue mejor y le hubiera reservado un protagónico en continuado. Si Martita cerrara un poco la boca, quizá el cerebro le enviaría un mensaje. Pero la única forma de que esa boca se cierre es pégandosela con la gotita, en una funeraria. Y para eso tendría que estar muerta. 

Las Nochebuenas en la casa de Julio se convirtieron en un calvario. Kilómetros de ruta con Martita sin freno, empapados de sudor en el 600 que cedía bajo el peso de las ensaladas, los budines, los turrones y las botellas de sidra camino a Santa Fe. Y Tristecitas esperando su nuevo modelo de Barbie, en carrera hacia una idiocia irreversible. En cuanto tuvo con qué, se largó a hablar cual cotorra bífida, dividiendo el mundo entre Barbies y tobas. Supuse que en un par de años ya no me dirigiría, por toba, la palabra. Sentí un alivio tremendo.

Yo no quería que Martita cocinara, lavara, trabajara o que me fuera fiel. Quería que un golpe, un accidente, un auxilio divino la dejara muda. Rogué que se escapara con cualquiera del barrio. Pero no eran tan giles. Le presenté a un compañero de oficina sordo, creyendo que se llevarían fenómeno. Martita, que se enrolaba en todas las causas humanitarias fáciles (o sea, esas con las que todo el mundo está de acuerdo) aprendió el lenguaje de señas, lo invitó a cenar una semana entera y el sordo desapareció, saludándome con mirada de pésame. 

Llegué a escucharla en sueños (hablando en lenguas muertas, como Linda Blair en El Exorcista) y hasta cuando no la veía. El magma discursivo de Martita era una ducha permanente sobre mi cabeza. El clímax de mi martirio eran sus alabanzas navideñas al lechón de turno de su amadísimo hermano, que al año siguiente pasaba a ser odiadísimo y luego idolatrado. En las fases de odio yo zafaba del lechón asado y me arrodillaba en la iglesia a dar las gracias. Empecé a ir a la iglesia porque ahí nadie hablaba. Llegué a creer que las iglesias son refugios anti-Martitas. Cuando escucho que empiezan con la historia de que "en principio fue el verbo", me levanto y me voy. El tema no es si el verbo apareció primero. El drama es todo lo que hizo después. 

Esta Nochebuena será diferente. Si Catulo embalsamado era una obra de arte, esta lengua ni les cuento. A Martita la interné en el hospital y declaré que había tenido un brote psicótico. No hubo testigos de lo que pasó y siempre será mi palabra contra la de ella, que gracias a Dios ya no la tiene. Me llamaron los muchachos de la seccional del barrio, pero para aplaudirme de pie. A Infelicitas la mandé a la casa de la prima Tita, hasta que la madre se recupere y pueda entender qué lindo es estar callado. El lenguaje de señas ya lo sabe. He llegado solo hasta Santa Fe, diciendo que Martita está con laringitis. En la valija tengo lo poco que necesito para alquilar una casita modesta en mi pueblo y encontrar, con suerte, un trabajo en la municipalidad y un chancho que me acompañe.

Cuando traigan el lechón asado, verán que esta vez le han cambiado la manzana apretada en su boca inmóvil por una lengua que te hace agua la boca. Si lo que querían era hiperrealismo, acá lo tienen servido y en bandeja. Me da gusto ver cómo se relame la tribu de invitados. Sortearán la lengua del lechón cuando den las doce. Yo pedí un aplauso para el asador, pero Julio me dijo que, esta Navidad, el mérito es todo mío. "No te conocíamos estas habilidades culinarias".

Yo tampoco me las conocía. Pero uno no es nunca lo que hubiera querido ser, sino apenas lo que consigue hacer con el resto de coraje que le queda.





Imagen:  Matthew Barney (serie The Cremaster).

3 comentarios:

  1. in principium erat verbum (arvo pärt)

    http://rasca-cielos.blogspot.com/2010/10/in-principium-erat-verbum.html

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  2. mejor inutilizar la poesía, llenarla de sandeces o trivializarla que asesinarla, mejor forzar un suicidio que una mártir, dejemos que beba Champaña, gane trofeos e inaugure fiestas. Asi le convencía el usurero al obispo en la Torre Real.

    (De "Otro decir por decir, 2010)
    Vick

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  3. Magistrales cuentos de terror navideño. Te envidio esa capacidad de darle la vuelta a todo, esos mensajes directamente al estómago. Esos giros humorísticos. Valoro el humor, porque creo que es el C.I. verdadero.
    Y te abrazo, te acompaño de lejos muy cercita, le pido al Niño del Remedio - le tengo cariño por pequeñito y solitario- lo que más necesites.
    Besos

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