PÁJARO DE CHINA

miércoles, 6 de abril de 2011

POR QUÉ SOMOS ATEOS




Mi hermano Rodolfo y yo somos ateos. Cada uno, por partida doble. O sea que, entre los dos, hemos hecho un cuarteto del ateísmo. No se trata de que el día de nuestra primera comunión mamá no tuviera mejor idea que vestirnos con traje y corbata, como si fuéramos a laburar a un banco. Que cosiera en la manga del traje de Rodolfo, con furor, un moño de pliegues como globos y formato general de hélice, que al mínimo vientito hubiera provocado el milagro de que mi hermano despegara como un Cessna a la entrada de la parroquia. Que Rodolfo, humillado por tamaño esperpento litúrgico adornado con flecos y borlas, dignos de Liza Minelli en Cabaret, patinara en la escalera recién lavada del patio y aterrizara frente al párroco con un barandazo a lavandina que volteaba a cualquier santo. 

No se trata, tampoco, de que, intimidado por los orgiásticos pechos de la Virgen, yo me atragantara con la hostia bendita y de los nervios, además, estornudara con accesorios: unos soberbios mocos verdes nacarados, flameantes y más largos que las velas del púlpito. Era la Virgen de Luján y yo jamás la había tenido tan cerca. Era como el sifón, el vino Titarelli, la garrafa de gas o la birome Bic. Un emblema nacional no podía, no debía ostentar semejantes melones. Lo más perturbador era que al Jesús lactante le dabas 18, le asomaban pelos en las gambas y estaba listo para entrar en la colimba. Una degeneración extraordinaria que coroné, de la impresión, con un flato atómico. El halo celestial que hubiera debido envolvernos se transformó de golpe en una nube de gas mostaza, que ni el efecto-lavandina de Rodolfo logró neutralizar.

Tampoco somos ateos porque la improvisada casa impresora del barrio traspapelara los pedidos e ilustrara el anverso de nuestras estampitas con una horda de vacas con cucarda y reemplazara en el reverso el "Angel de la guarda, dulce compañía" por "Leche de Don Tambo, dámela que es mía, no me quites esta leche, ni de noche, ni de día". Habíamos encargado 500 estampitas para un promedio de 50 parientes, de los que se ausentó la mitad al saber que no habría ágape con sanguchitos.

A diez estampitas por cabeza, poniendo cara de marmotas y escupiéndonos a escondidas los dedos para inventar unas lágrimas, habíamos calculado una recaudación mínima apta para negociar la compra de todos los ejemplares de la revista Libre, con su serie de vedettongas en tarlipes en tapa, listas para encanutar en el cajón de la cama-cucheta. Las monedas que los miserables arrojaron a los "querubines" arañaron tres ejemplares deplorables de Anteojito, con el poema del grillito de Nalé Roxlo, que ya nos tenía las bolas por el piso, una gigantografía de Belgrano con jabot al que le faltaba el kimono para desfilar de geisha y las plúmbeas enseñanzas de Petete, de quien lo único que nos interesaba eran las dos primeras sílabas del nombre.

    
Somos ateos porque conocimos la maldad. Y la maldad fueron ellas. Chiquita Pestalozzi de Sarraceno y Nena Hermida de Muzupappa. Y fue porque la maldad vino en tándem que corrimos el doble para zafar de Dios. Fueron nuestras tías abuelas, las hermanas menores de nuestra abuela Clara, alias Clara de Huevo, porque así le quedaba el pelo, fatalmente, después de cada tintura; una abuela que bien podría haberse llamado Poncia, en honor a Pilatos: una criatura neutral hasta la inmundicia, que nunca se metió en nada "para que hubiera paz" y puso cara de sota cada vez que la sangre corrió, sin moverse un milímetro para impedirlo. En cuanto las conocimos, supimos que Chiquita y Nena dormían enroscadas en la pata de la cama y eran capaces de cortar un salame con la lengua. Fueron, para nosotros, el opuesto de nuestra tía Filomena, la mayor de todas las hermanas y la destinataria natural del Niágara de veneno que la dupla de sierpes se obstinó en dedicarle con alevosía, ante el silencio nauseabundo de Clara de Huevo.

Cuando la tía Filo llegó de España, Chiquita y Nena se quedaron de una pieza. Además de brotarse ante la visión epifánica de Filo, tuvieron que mudarse a una pieza de pensión, porque los negocios de sus maridos se fueron a pique. Para convivir con esas hienas había que empardarles, al menos, la carroña, o andar por la vida sin que te subiera el agua al tanque. Tanto a Hildo Ítalo Sarraceno como a Hermelindo Muzupappa les faltaba un jugador.

Hildo laburaba de cartero y estaba convencido de que había que leer todas las cartas antes de entregarlas, para guardarse las de las malas noticias y anticipar verbalmente las que traían las buenas. Zafaba porque Chiquita (que devoraba las cartas cual langosta, abriéndolas con vapor y pegándolas con su órgano bífido) se apresuraba a devolver la correspondencia negra y afirmaba que su marido tenía una "intuición especial" para predecir la buena suerte. Yo, que nunca vi dones partidos al medio, pensaba que Hildo no daba ni para tarotista. Hermelindo, como todos los bobos, se creía un as. Despido asegurado en cualquier parte, por desastres varios, en cadena.


Chiquita y Nena vivían para ser centro de atención, pintarrajeándose como si estuvieran por desfilar en el Sambódromo y vistiéndose en un extraño composé alternado, cuyo mensaje finalmente logramos descifrar: si en el batón de sedalón de una flotaban peces, en el de la otra remaban pescadores; si en el siguiente batón correteaban pastores, en el batón gemelo pastaban ovejas. Y así. El mensaje era claro: "detrás de una se viene la otra; agárrense". Con Rodolfo nos agarrábamos, pero del susto: no despegaban mucho más del metro, más que avanzar rodaban como bolas, usaban unos zapatos gigantes recetados de Dr. Schöll y su obsesión era un juego de toallones bordados, reservados para esa "gran ocasión" que jamás llega, por Clara de Huevo de Calcuta.

Los gatos les duraban un suspiro y ellas se apersonaban sin previo aviso de visita, con unas horrendas masas caseras de coco, de cuyo contenido dudamos hasta hoy, porque no tocaban ni una y te las dejaban de regalo, cuando usualmente se apoderaban de cuanta masita hubiera en el lugar (metiendo masita hasta en la cartera) y no regalaban ni un par de medias de algodón.

No había bautismo, boda o velorio en el que no lograran el protagonismo. Chiquita era insulino-dependiente, así que tenía pista asfaltada para rato. Cuando al neonato en cuestión le calzaban el nombre entre berridos, o los novios se calzaban las alianzas o al finado le calzaban el sobretodo de madera, sabíamos que se venía el desmayo de Chiquita, con espasmos, ojos en blanco y un poquito de espuma por la boca, porque su sueño total hubiera sido la epilepsia. Nena se había casado en segundas nupcias. No hizo falta demasiado para que a Hércules, su primer marido, una sombra raquítica a quien mantenía a fideos recalentados, se lo llevara puesto el 60, mientras cruzaba Cabildo en babia para ir a comprar el pan.

Nena, supuestamente, tenía ataques de pánico donde el 60 la serruchaba a ella, porque morirse era algo que Hércules le había hecho con premeditación y era ella la que perdía la vida bajo las ruedas de esa aplanadora trágica. Los números vivos no fallaban: a una le bajaba la insulina y a la otra la levantaba el bondi. Las dos fingían, por supuesto. Eran fanas de Zully Moreno y coleccionaban Radiolandia. Habían audicionado en Radio Prieto para cualquier rol, el que fuera, en "Juanita La Petenera", un título que nos obsesionaba tanto como Petete, por idénticos motivos. En dos minutos, con solo verlas, las habían ahuyentado a escobazos.

¿Pero qué deleite mayor que actuar en vivo, frente a toda la parentela, con ambulancia incluida y fin del evento garantizado por el sufrimiento indescriptible de estas zorras?

A diferencia del oro en polvo, la maldad no viene en estado de pureza. No hay maldad pura. A todos nos mostraron, hasta inflarnos las bolas, la foto en la que Hitler acaricia al perro. La gente nace con narices como tubérculos u orejas como radares pero nadie lleva grabado en la frente: "soy un hijo de puta". La maldad  necesita insumos y el de Chiquita y Nena era, por goleada, la envidia.


Por eso la aparición de la tía Filo las trastornó por completo. Ellas, que entre tres maridos lastimosos no hacían uno bueno, casi se suicidan con Raid cuando supieron que Rafael Arguedas cruzaba el Atlántico desde Vigo para casarse con Filo. Ya "Rafael" era nombre de actor de Radiolandia. Y la verdad de la milanga era que el tío Rafa estaba mejor que comer pollo con la mano y destilaba sexo. Filo era altísima, delgada y suplía una belleza del montón con una actitud de reina. Es decir, era imperdonable. Pasaba la tía Filo y pasaba una vestal, que convertía al binomio de pitones en muebles invisibles. Les hablaba con amabilidad, sin perder un ápice de esa elegancia que a las pitones las descontrolaba.

Chiquita e Hildo perpetraron a Beto, que creció a lo ancho hasta homenajear a Moby Dick y un día decidió no levantarse nunca más de la cama. Chiquita auguraba, en lo más íntimo, una remake de la gran Onetti. Pero de ese cuerpo despatarrado en un lecho para lechones no salió ninguna novela de Santa María, sino el pedido doliente de una lista interminable de menúes que excluían, rigurosamente, la pizza y el panqueque con dulce de leche de Banchero. Con Rodolfo pensamos que el origen de la depresión de Beto fue la salida preferida de Chiquita, que arrastró a Hildo durante años a Banchero al terminar las interminables funciones de "El diluvio que viene".

Nada podía igualar ese bajón, con José Angel Trelles vestido de sacerdote bueno hasta la idiocia, Luis Tasca imitando en las sombras la voz de Dios y las apariciones estelares de Vicky Buchino y Ricardito Dupont, una invitación urgente a la inmolación alla Waco. Beto, de hecho, sufría episodios convulsivos de llanto cuando amenazaba tormenta. "Es el diluvio ...", murmuraba aterrado, "el diluvio que viene".

Hermelindo y Nena arrojaron a este mundo a Susy, que progresivamente desarrolló una notable cara de espantada, como el animalito en la ruta nocturna sorprendido (cual tío Hércules sobre Cabildo) por los haces de luz de un camión a velocidad extrema. Nos convencimos de que la causa de ese 2 de oro que eran los ojos de Susy era un regalo monstruoso de Reyes, elegido por el GPS impiadoso de Nena.

Una muñeca vestida de novia, como un imperativo, bautizada Rebeca, con ojos de Siberian Husky y volados al por mayor. Por un defecto de fabricación, la muñeca no cerraba los ojos y Nena insistía en que "cuidara" a Susy a los pies de su cama, con esos globos oculares de taxidermista. Debe haber sido una peli de Corman, pero peor. Con los meses el pelo de Rebeca viró a paja sucia y los volados a un color amarillento, tipo mortaja gastada por el uso. Susy ya no daba más pero Nena inspiraba más terror que Corman y Rebeca juntos.


Fue en esa época, cuando Rebeca se transformó en la primera novia de Chucky, que Susy conoció a Sandrita, su compañera de estudios de la otra cuadra, y empezó a encerrarse todas las tardes, fines de semana incluidos, a estudiar matemática. Lo raro era que repetían las fórmulas algebraicas bajando por los pasamanos de la escalera de la casa que, gracias al infarto de su padre, Nena había podido comprar con un crédito más blando que la plácida pichila de Hermelindo. Hermelindo se enorgullecía de esas dos acróbatas que aullaban algoritmos como posesas, mientras aceleraban transpirando en las curvas.

No se enteró jamás de que Susy había descubierto, gracias a la brillante idea de Sandrita, las delicias espiraladas del orgasmo. Había empezado como un juego inocente y terminó en una adicción, como el bingo o las patas de los caballos. A veces llamamos por teléfono a Susy, que sigue viviendo en la casa de sus padres y a quien nunca nadie tocó ni con un palo envuelto con Espadol, y nos contesta "justo, justo estaba bajando la escalera". Hace unos años Rodolfo insistía en visitarla, pero no para verla, sino para hundir la cara en ese pasamanos que pedía basta.

Ni Nena ni Chiquita se preocuparon por el devenir de su progenie. El mundo empezaba y acababa en ellas y en ellas ni Hermelindo ni Hildo, podríamos jurarlo, acabaron jamás, excepto para perpetuar la prole. Beto habrá medido la naturaleza del género femenino con la vara de Chiquita y Nena y resolvió no salir del catre. Susy habrá medido la del masculino con la vara de los cónyuges de este par de cobras y se cobró los orgasmos perdidos aferrándose al pasamanos de una escalera.        

El núcleo delirante de las anacondas pasó a ser la tía Filo, a la que imaginaban gozando de la verga enhiesta del tío Rafa y escuchando ópera en el palco del Colón. Se encargaron de averiarnos el cerebro contándonos que la tía Filo era tortillera, puta barata, mala cocinera, comunista, descendiente de gitanos y filo-judía, información que nos provocaba un regocijo total. Seguían informando que no se bañaba, que era cleptómana y que bailaba en bolas en penumbras para que la vieran los vecinos. A Rodolfo la baba le caía desde la comisura de los labios hasta empaparle el cordón de los zapatos que mamá nos compraba en Carlitos. Las anacondas habían hecho de Filo, muy a su pesar, nuestra Janis Joplin.


Para el casamiento de Filo, Nena y Chiquita le regalaron una cacerola. No fue solo avaricia. Las traicionó el inconsciente: pensaban sin parar en la tremebunda liebre del tío Rafa. Insistieron en acompañarla a la prueba del vestido de novia, sin pronunciar una sola palabra. Insistieron en conocer el departamento donde viviría Filo, para castañetear los dientes, tiritar y simular un desmayo por congelamiento. "Qué departamento tan frío se han comprado", cacarearon a dúo, abrazadas como si estuvieran en la Patagonia. Antes de retirarse, dejaron como obsequio, en la bolsa del pan, una montaña alucinante de caca cuya generación debió haberles demandado apretar el culo durante un mes. Filo se calló la boca ante ese auténtico Everest fecal. Nadie podría culparlas. La caca literal carece de huellas dactilares.

En la ceremonia civil le tiraron arroz, hirviendo. En la religiosa le pisaron, agujereándole con la fuerza de un soplete, la cola de tul. En la fiesta, obviamente, actuaron para ganarse el Oscar. Pero Filo ni las miró y las miradas del resto fueron, esa noche, todas para Filo.

Filo no tuvo hijos y las cobras se afanaron, con fruición, en repetir en cada velada familiar que no había en este mundo hostil nada más bello que un niño. Creo que, secretamente, anhelaban la libertad de Filo. Que Filo no volviera a una casa donde había que alimentar a Moby Dick o intentar despegar a Susy de un pasamanos (sin tener idea de quiénes eran, realmente, esos hijos).

Cuando años después se enteraron de que Filo se había enfermado de cáncer, se quisieron morir. El cáncer era, en sus mentes desquiciadas, el N° 1 en el ranking de la desgracia, la pole position del derrotero médico. Fue peor todavía cuando Filo dijo exactamente "tengo cáncer", sin recurrir a metáforas de ocasión, y el tío Rafa aseguró asombrado que, pese a todo, Filo se reía. A nosotros nos fascinaban sus turbantes, mucho más intrépidos que los de Erykah Badu. En un álbum familiar está todo. En los turbantes de Erykah están los de la tía Filo. ¿Quién puede hablar con justicia de las novedades?.

A Chiquita y Nena se les desató el morbo de verla sufrir y la impotencia de verla sobrevivir sin resabios de amargura. En un asado familiar le espetaron si después de la "enfermedad" se sentía más buena y si cada día se sentía más viva. Se hizo un silencio mortal. Filo apuró una copa y declaró, para deleite de la purretada: "En realidad, todavía me siento como el orto. Y soy la misma que siempre fui".

Porque Filo sabía que la gente, en el fondo, no cambia. Se agrava. Las anacondas eran el ejemplo perfecto y nosotros no hemos conocido, todavía, la excepción.

Dos décadas más tarde, Filo apuntó a su corazón con una calibre 38, sin errar. Donó todo lo que había tenido y pidió que enterraran sus cenizas en la misma cajita en la que dormían las cenizas de Viernes, su último perro. Clara de Huevo, en un gesto inédito, envolvió la cajita en el juego de toallones bordados y la enterró bajo el  limonero de su jardín.

En el funeral de Filo, sin flores ni plegarias, irrumpió una mujer jovencísima, con dos tímidas nenas de la mano. "Mi nombre es Mercedes", dijo delante de todos los presentes, sin que le temblara la voz. "Hace quince años que Rafael me ama y éstas son nuestras hijas". Supongo que hacía quince años que ensayaba esas palabras y quince años que esperaba ese momento. Ahora ella sería la protagonista absoluta.

Chiquita y Nena abrieron la boca y no podían cerrarla, como Rebeca no podía, por más que la sacudieran, cerrar los ojos. Ellas habían deseado asistir al sufrimiento de un ser vivo, porque el de un muerto le pertenece al muerto, por completo, y es impenetrable. Tenían el dolor de Filo al alcance de la mano pero Filo no estaba y, de repente, sus propias vidas dejaban de tener sentido.

Pronto, muy pronto, encontrarían a alguien a quien odiar, por razones seguramente equivocadas.

Mi hermano Rodolfo y yo somos ateos. Pensándolo bien, no es porque hayamos conocido la maldad, que infaliblemente tiene nombre. Es porque si Dios existiera, o fuera bueno, no debería permitir que una mujer se anude un turbante en una isla y se incline y se apriete a su perro y lo mire y le diga, desde la soledad extraordinaria de esa isla, "te llamaré Viernes".







Imágenes: Fotomontajes de Grete Stern de la serie Los Sueños, publicados en la revista Idilio durante el período 1948-1951 en la página "El psicoanálisis le ayudará", ilustrando los sueños de lectoras de la revista.






5 comentarios:

  1. Lo leí como si fuese una obligación, porque alguien me lo mandó por mail, advirtiéndome: "oh, mira qué bien escribe esta chica, escribe mil veces mejor que todos nosotros".
    Como si yo no supiera que en el mundo del Pájaro de China, que es el mejor blog del mundo, hay una chica que hace con las palabras lo que se le antoja.
    Por mi parte, aún no definí mi ateísmo. Es algo grave. No vi a Dios.
    Digo, yo te hubiese escogido mi divinidad particular, mi penate preferido. Aúnque sé, que de todas formas me hubieses condenado al destierro.
    Y beso, furioso otra vez.

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  2. Esta escrito con humor.¡Qué imaginación! Es un placer leerte siempre. Adoro a Grete Stern.
    Besos por hacerme soñar y reflexionar.

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  3. Una madeja como ésta, sólo un Pájaro certero puede desenmarañarla.
    Besitos

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  4. Los texto son tan buenos siempre, que da mucho corte dejar comentarios. Parece que lo emborronaras.
    besos pájaro

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  5. La maldad nunca viene en estado puro, decis, y yo veo la mano que vuela en forma de caricia y vira a puño justo antes de tocar la mejilla.
    La maldad vive de sus insumos, y es que los hijos de puta generalmente estan llenos de excusas.
    La maldad es maldad y el hijo de puta es eso y no otra cosa; y realmente importa muy poco si en el origen de sus actos hay debilidad o premeditacion. La distincion cabria en su naturaleza de psicopata o cobarde, pero esa distincion es, al fin y al cabo, meramente intelectual.
    El daño y el dolor nunca son colaterales, sobre todo para el que los sufre, y para ello no hay excusas ni explicaciones; muy a pesar de los hijos de puta.
    Sabes que te quiero, hermosa, y te dejo besos buenos.

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