PÁJARO DE CHINA

domingo, 21 de agosto de 2011

NO IREMOS NUNCA A VISITAR AL PAPA



El Vaticano quiere canonizar a mamá, muerta a manos de un hijo desquiciado. Fue la sonrisa beatífica de mamá, sumisa y débil, la que nos envenenó a todos. Mamá no se rebeló contra la locura de su hijo; la soportó como quien expía un pecado y paga la culpa de un crimen que seguramente ha cometido. ¿Pero cuál es ese crimen? ¿Por qué debemos cargar una cruz y pagar un precio? Y nacer condenados, hasta que un desconocido baña nuestra frente con agua que llaman bendita y nuestra opción es berrear como corderos, sin comprender qué pasa. Porque no comprendemos lo que pasa, porque tenemos terror a lo que pueda pasar, la religión nos recluta desde niños como corderos. Como dice en su desesperado monólogo el pequeño hijo de Ernesto en "La hora de religión" (Marco Bellocchio, 2002), que bien podría ser el pequeño Ernesto antes de parir a su hijo: "Estoy pidiéndole a Dios que me deje en paz. Porque si Dios está en todas partes, en todas partes me mira y nunca puedo estar solo y nunca puedo ser ... libre". Por eso no iremos nunca a visitar al Papa, empeñado en la producción de santos que garanticen la continuidad de su negocio policial. 

La familia ha sacado cuentas y es conveniente cooperar con la Santa Iglesia. Como dicen las tías, en este mundo alguien tiene que protegerte: el Opus Dei, el Instituto Gramsci, el que sea. Pero no se puede andar por la vida sin un padre. ¿Y qué nos cuesta creer, después de todo? Los ateos no tienen evidencia a su favor, más que este mundo atormentado que mucho mejor iría sin el extravío de los ateos. Los creyentes tampoco la tienen, pero se la inventan. Como esta gigantografía de mamá en el patio de casa, un prototipo mayúsculo de futura estampita, que la familia deberá sumar a la ocurrencia de un sanación milagrosa y a la confesión exacta del asesino de que ella pedía, pedía, pedía que por favor no blasfemara y él la mató y ella, con una expresión de paz ultraterrena en su rostro susurró, antes de morir como la santa que quieren que sea y que será: "yo te perdono" (enterrando la versión de que el crimen ocurrió bajo el efecto nebuloso de los psicotrópicos). Nosotros no perdonamos el infierno asilado en la cabeza de mi hermano matricida, recluido indefinidamente en un loquero. Por eso no iremos nunca a visitar al Papa. 


Ofrecemos como prueba de ateísmo nuestra historia de amor, porque es muchísimo más difícil amar genuinamente a un único ser humano que amar a todos los pobres de esta tierra. La historia de un ateo se escribe con claroscuros, como la filmó Bellocchio, claroscuros como pliegues en los que uno tropieza, se desgarra, sangra, se lame, no sabe exactamente cómo sigue en pie. Nada de luz celestial atravesando los vitrales. Se escribe con ambigüedad, como la filmó Bellocchio, porque el límite entre ficción y realidad es tan difuso que a veces creemos tocar criaturas nacidas de los sueños. Como Ernesto, dejamos la puerta entreabierta para propiciar su aparición. 


No es enloquecedora la belleza del mundo, sino su fealdad. Los opresivos monumentos colosales en la vía pública, el culto vertical al líder, los bustos y los bronces que provocan unas ganas tremendas de salir a dinamitar verdades absolutas. Algunos lo intentan y fallan y su destino es el mismo loquero donde nuestro hermano dura. El resto de la familia jura profesar una fe de la que calcula sacar ventajas. El rebelde se ha convertido y se ha integrado al rebaño, lo que no es sino una forma aproximada del suicidio tácito, pero no es el suicidio real. Quiero decir, no es poner el cuerpo. 

Los cardenales y los obispos no ponen el cuerpo y cubren con sus ropajes genuflexos el del Santo Padre, ungido en el secreto de un cónclave que es la negación perfecta de la democracia. Si la modernidad es el paso hacia una vida laica, donde nadie ejerce su poder por mandato divino, ¿de qué fumata pestilente ha salido este hombre? Todo poder es político, por definición. En su nombre se mata y en su nombre se muere y Dios baja a la tierra para participar en campañas electorales. Por eso no iremos, jamás, a visitar al Papa. 

Ernesto dice a su hijo que no irá, porque no cree en Dios. Es decir, es un hombre sin Padre. Un hombre sin Padre necesita, para sobrevivir, una red. Ernesto pinta e ilustra libros para niños. Deja la puerta de  su cabeza entreabierta, ya lo dije, para que entre alguien a quien amar. Ernesto ha dinamitado, en su pantalla, el horrendo monumento que trastornó a un hombre. El catecismo está pariendo un Dios ubicuo que persigue a su hijo en los jardines. Blande un látigo de siete puntas cuya imagen el diccionario personal traduce como culpa. ¿Culpa de qué? ¿De qué somos culpables, si no es de incoherencia ante nuestros hijos y falta de caricias a nuestro hermano torturado por su sistema nervioso? ¿Qué ha hecho el Papa al respecto, más que dar misas en latín y orar por todos nosotros, cuando si somos tantos la plegaria no alcanza y no nos toca a cada uno ni siquiera media sílaba de petición supuestamente bienintencionada, salida de la boca de un corrupto elegido endogámicamente por sus pares? Ser ateo es entreabrir la puerta, a nuestros propios demonios. Ningún Papa nos asistirá en este combate cuerpo a cuerpo. Por eso no iremos a visitarlo.

Si no creemos en su Dios, ¿qué le diríamos? Tendríamos que reírnos, con una sonrisa que no sería precisamente la de nuestra santa madre. No iremos porque hacerlo sería ser, sencillamente, unos incoherentes. Nos piden que creamos, que oremos, que nos inclinemos, que besemos anillos y entreguemos la custodia de nuestro pensamiento. Pedimos coherencia. Nos la exigimos, a fuerza de insomnios y renuncias, a nosotros mismos. El hijo de Ernesto tendrá que aprender a disentir, en su clase de catecismo. En su hora de religión donde le enseñan a temer. Súbitamente, la Iglesia, el Estado, la Familia (esas fábricas continuas de Madres y Padres), se complotan como soga de ahorque de Ernesto, que habitaba el exilio de sus pinturas, haciéndose sus propias preguntas sin respuesta. Que nos dejen en paz. No nos pondremos el traje oscuro ni la corbata de seda, no haremos ningún gesto reverencial. Avanzan como cazadores engalanados por el luto, voluntarios integrantes de una cotidiana República de Saló. No nos verán sus ojos. 


Quizá algún día tengamos el coraje de Ernesto, para dar prueba de la certeza de nuestras convicciones batiéndonos a duelo. No verbal, no de prensa barata, no de simposio de intelectos de alquiler. A duelo de espadas y de padrinos, de los que dejan tajos en la carne (¿soñados?, ¿vividos?, ¿cuánto se sufre al dormir?). Abajo, bien abajo en la tierra de los desesperados, y no arriba de una cruz. 


No, no vamos. No forma parte de este puñado de pasiones que llamamos, con grandilocuencia, "nuestra vida". Realmente, no lo registramos. Alguien, exactamente a nuestro lado, un paria expulsado de todo paraíso, el hermano que creció a nuestro lado y a nuestro lado se perdió porque no vimos cuán profundo y cuán negro era ese pozo, blasfema y pide, a los gritos, un abrazo. No hay patria, no hay líderes, no hay túnicas ni templos. Somos huérfanos que encuentran, tras años de arrancarse de los ojos venda tras venda, su tabla de náufrago en un extraordinario gesto mínimo.   







4 comentarios:

  1. Un texto con el que me identifico con todo.
    Si me he de quedar con alguna frase me quedo con ésta:"Estoy pidiéndole a Dios que me deje en paz. Porque si Dios está en todas partes, en todas partes me mira y nunca puedo estar solo y nunca puedo ser ... libre". No se puede decir mejor.
    Aunque ayer tuve un momento de flaqueza. Les cayó a esa concentración de seres impolutos una tromba de agua, con sus rayos y truenos incluidos y en su trono, viendo la escena, el Padre (supongo que a propuestas del Espiritu Santo: no puede haber forma más triste de ser padre). No sé, me hizo pensar. ¿Será alguna señal divina? ¿les estará avisando de algo? ¿estaré yo equivocado?. Vaya, que viendo el chaparrón, me entró algo de canguele.
    Un abrazo!

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  2. No iré a ver al Papa porque su dios no es el mío, porque su fe nada tiene que ver con la mía, porque sus abusos y los abusos de los suyos son bendecidos por un cristo que nada tiene que ver con el mío, porque su amor avariento de poder deja sembrada la pobreza en el mundo y porque no me da la gana participar de tanta canalla infame.

    Dentro del agua todo es suave y mi Dios me acompaña en el silencio.

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  3. Yo tampoco iré a ver al papa, porque quiero vivir sin tiranos, pero ante todo y sobre todo, quiero vivir sin hipócritas, sin mentiras para consolar la cobardía, sin dignidad que perder en el altar de la sumisión.

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  4. Simplemente la pera, Mariel.
    Un beso súper.

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