V.
La madre miró la mano
interrumpida que antes había soltado lentamente una muñeca rubia y vio cómo, en
la cabeza de la muñeca de porcelana hecha pedazos sobre el piso, el pelo se
volvía de ceniza y paja. Lavó el camisón infantil con desesperación, hasta
acabar todos los panes de jabón que había en la casa y colocar cada puñado de
lágrimas en una burbuja. El padre se golpeaba la cabeza contra una pared y
sentía cómo en su cabeza repiqueteaban letras de lata. Su cabeza era una caja
donde se amontonaban llaves viejas.
La niña bajó a la tierra en
una caja. El jugador de ajedrez colocó en la caja uno de sus alfiles, pintado
de un lila provisorio, y cuando la ceremonia concluyó y todos se alejaron, se
arrodilló, oprimió el tablero contra su pecho y besó la tierra arrojada por las
palas, porque en el cielo no había nadie. El sacerdote, la empleada de correos,
el médico, la maestra, el policía, el redactor del periódico local y los
restantes individuos del pueblo identificables por un oficio o profesión habían
rozado levemente los hombros de los padres amputados de hija, que serían por un
largo tiempo (o al menos eso suponían los Consolantes) brutalmente infelices o,
en todo caso, ciertamente más infelices que ellos mismos. La infelicidad desatada
como una cinta ciega por un crimen horrendo es garantía de solidaridad.
Mendigos y prostitutas, sombras intercambiables y nómades, fueron aceptados
como Consolantes. Alguien sumó cinco tumbas de niñas. Alguien aseguró que el culpable
pertenecía a la colonia.
Esa misma tarde se inició la Gran Persecución. Se diseñaron y cosieron las
redes, se prepararon en dosis exactas los venenos y se enrollaron trapos
embebidos de alcohol en cada palo de escoba disponible. Se pagó por participar
en la tarea a mendigos y prostitutas, con monedas que compraban jabón de pan.
El pueblo airado y compungido se unió en la adversidad del féretro infantil
multiplicado, el féretro expuesto, explícito y terrible de la corta edad.
Querían el estuche que guardaba el encéfalo del asesino. Porque el cráneo del
asesino era un estuche. Dado que nadie en la colonia sabía hablar, fue como si
todos hubieran confesado cinco crímenes al mismo tiempo. En la colonia se
parían hijos sin nombre a los que se dejaba volar y mezclarse con otros padres
y otros hijos, según la anomia inherente a la escuela centrífuga de la
promiscuidad. El vínculo materno-filial se prolongaba hasta que la cría podía
abandonar el hueco. Una cría autónoma raramente reencontraba a sus padres. ¿Qué
respeto podía prodigar una especie así a una garganta de muñeca?
Los vi atar los palos en
forma de cruz, seleccionar los trapos con frenesí, agotar los frascos de
alcohol en la tienda del boticario. El sacerdote pegó hostias al trapo; la
empleada de correos, estampillas y sobres; el médico, prospectos y recetarios;
la maestra, láminas de anatomía e índices de manuales escolares; el policía,
fojas de casos cerrados y el periodista, todas las noticias impresas hasta esa
misma tarde. Los escuché afilar sus dentaduras, planificar en conjunto sus
estrategias, encomendar al comerciante de cristales la duplicación de la altura
de sus espejos. Porque una nueva y gran historia comenzaba y era, en verdad, como si se
inaugurara la historia.
La colonia se colgaba a
descansar. Pendía de sus delicadísimas uñas curvas, con las rodillas rectas,
los estuches floridos y los ojos dulces como caramelos. Ajenos al estrépito del
error, al horror de la obstinación atávica en la cacería.
"Deseo tener una
membrana alar, quitarme el brazo que termina en mi mano hábil", dijiste,
avergonzada. "Sabemos que están equivocados y lo único que hacemos es
escribirlo en un cuaderno. Quisiera que me expliques para qué sirve
escribir". Mujer sin hija, niña sin camisón y sin muñeca, te pusiste a
llorar partiendo tus prismáticos cuando la luna marcó el inicio de los pasos
humanos en el bosque. "Quisiera saber para qué sirve, quiero que me lo
expliques, por favor".
Sirve para poder decir, por ejemplo, "Déjame retornar las cosas al estado de inocencia en el que las tuve; déjame retornar al jardín donde cada juguete encontraba su sitio bajo los árboles, antes de los incendios, las requisas, la diáspora" y para creer después que es posible, posible coser anhelos a través de la escritura, posible aunar(nos), posible entender(nos) y luchar, no dejar de hacerlo, apuntar con la palabras.
ResponderEliminarUn abrazo, Pájaro.
el lenguaje de la colonia, sin lenguaje. la fonética, la atmósfera, el estado de los seres que viven allí. una extraña pasión. los sonidos que se escuchan entre la escritura.
ResponderEliminarlas niñas que quieren huir del“horror de la obstinación atávica en la cacería”. el lenguaje que grita desde las colonias socialistas. en los bosques las hojas sobre el suelo crujen
bajo nuestros pasos. y hay gotas de agua.
junto con el amor y la música, escribir es una forma de existencia. membrana alar. en las palabras átomos de nuestro cuerpo. cada palabra marcando un surco. nos orienta en el mundo. cuando la altura de los espejos se duplica, la imaginación y la escritura para escapar.
Las palabras son la levadura que hace el pan crujiente, tierno, el pan es lo necesario. El amor lo imprescindible, la poesía lo urgente. Pájaro alimenta la cabeza con granos de trigo disticos...soy campesina y recolectora de granos.Besos
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