PÁJARO DE CHINA

miércoles, 16 de noviembre de 2011

SOCIALISMO - (XI)



XI.


No pedirá que la siga. Ella no pide ni enlaza. Usaba las correas que tuvimos para saltar a la soga. Escribo a la organización central, relato la desaparición de los equipos, informo que solo encontré un cuaderno en blanco cuando el diluvio cesó, casi hundido en el barro y ahora colgado de la única cuerda que nos queda, secándose de a ratos según los favores de un sol trémulo. Huelo en la tierra mojada el aroma de la tierra sucesiva, adonde deberán enviar los paquetes de alimentos, el botiquín de primeros auxilios y el instrumental sustituto, si quieren continuar la expedición. No menciono el ataque de los Consolantes, enfurecidos por la destrucción imprevista de sus trampas. Tampoco indico que la he encontrado, a ella, en el bosque que asila a la colonia. No quiero volver a casa.

Desde la altura de esta madurez me inclino a contemplar la seriedad de la niña frente al libro de cuentos, acodada en el césped de un sencillo jardín familiar, iluminado entonces por las certidumbres. Las hormigas abren galerías sordas bajo la línea de las azaleas. 

En una habitación se angosta y se endurece un vestido de novia, destinado a prometer caramelos durante un día. Será encerrado prontamente en una caja de cartón, en la que un excesivo moño rojo se afana por cubrir los largos meses de billetes trabajados por el novio pobre, contados como panes por la noche y acunados en una lata. Los meses del ahorro duran más sueños que el resto de los meses. En la tienda a la que acuden las novias lustran los espejismos en los probadores, les calzan piernas de rígida ortopedia a las sirenas y comen a escondidas sus colas amputadas. En otra habitación una sirena se frota la hendidura y sabe que no tendrá fiesta ni fábulas. Anhela el látigo dormido en el sexo de las novias y lava las tijeras y los peines de su peluquería carcelaria. Cómo quisiera que su lengua arda entre las piernas de la mujer a la que peina, fugada de la expectativa brutal que la controla. Es duro enterrar. 

Crepita la cabeza de la novia, va secándose estrepitosamente, estalla en espirales de madre loca. Estalla la cabeza de la sirena virgen, asfixiada. El novio pobre conversa con las flores de la melancolía. 

Estamos aquí los hijos, los marcados. El daño cava sus túneles de insomnio, cincela sus máscaras de buenaventura, acuña las monedas temibles del hastío. Aquí nos despertamos los dañados en honor al honor, a la fidelidad al ábaco, el arado y el ancla, al matrimonio concertado con las diversas patrias tutelares. Aquí exhumamos el secreto con la pala de lágrimas. Los niños se concentran cuando sueltan las cuentas de cálculo, abrazan al buey o dejan naufragar sus barcos en la fuente; cuando se adentran inocentes en la estampa del ilustrador. Esa concentración era triste y lo sé al observarla, al mirar hacia atrás, desde la vida adulta. Usamos las sogas de saltar como correas. 

El jardín implosiona, liberándonos. Me pregunto qué haremos con esta libertad, estos restos resilientes de psiquis.

"Quién soy yo para pedirte que vengas conmigo. Y qué podría darte que no fuera sangre de inercia. Cómo ponerte un nombre y una falda a lunares o una remera a rayas de marinero. Aunque los corte a medida te ajustarían. Con qué derecho asignarte un dios y un alfabeto, una manera de doblar la ropa, un mundo de imágenes que recordar. Cómo entrenarte sin vergüenza en las supuestas dosis necesarias de olvido y armarte una biblioteca. Cómo no dudar de mis escuelas y tener el descaro de parirte, sin que parirte equivalga a secuestrarte. A quitarte parte del tiempo que te ha sido dado, solo para que tengas el coraje de verme y la fortuna de recuperarte de mí". 

El jugador de ajedrez la escucha disgustado. Ella sabe que la serpiente que educa el jugador es bolsa y palo y tiende a enroscarse en los cuellos hasta estrangular. Ha visto bultos enloquecidos debatiéndose a ciegas contra las paredes de su esófago. El jugador reclama conductores y alumnos aplicados a quienes el conductor traduzca, como un médium, una verdad sin pliegues ni fisuras.
 
“La verdad sopla en ráfagas de trapos sueltos”. El jugador sonríe con sarcasmo. Le gusta hacer del trapo una bandera y una bandera con todos los trapos. En el fondo le gustan los alumnos, los fieles, los corderos, encolumnados detrás de una bandera. Rascamos el fondo del pozo como perros, para encontrar el tul del vestido de novia y el alambre de púas en la frente de la sirena virgen. Me pregunto qué haremos con los tules y alambres. Si enterraremos el peine que peinaba el viento y rescataremos la tijera para cortar la lengua de la peste, travestida de flores que insisten en hablarnos. 

Ella está en otra parte. Se ha puesto a gritar al pie del árbol para espantar a la colonia antes de que sea tarde. El grito decapita las vocales, corta el tallo de alambre de las consonantes, quema el cerrojo oculto en el tul. "Hay que migrar para sobrevivir". Aprieta los puños para potenciar el grito. El impulso, indiferente a toda persuasión, asciende envuelto en trapos del puño a la laringe. Sale del ataúd del pasado donde juegan los niños, para rozar, al menos una vez, lo salvaje. Es un grito gestado por la implosión, un hijo luminoso del derrumbe. Ha debido templarse con esquirlas de espejos mercantiles. Ya no le queda llanto. Lo rechaza. No puede traducirse y reducirse a un sentido común, como es común que llore y grite quien viene de nacer en la sala de partos. "Todos los bebés se parecen". Pero este grito adulto es extraordinario. 

Cientos de cuerpos se rozan en el árbol, como una larga sonda en la que fluye y se transmite el suero. La colonia ha comenzado a moverse. El rumor es apenas perceptible. 

El próximo paso de los Consolantes es dejar la navaja en su mano. Ella lo sabe. 

Mira, como los muertos, a través de mí. Pasa su mano por mi pelo suelto. "No podría pedirte nada. Me pregunto qué haré cuando no pueda verte. Pido a mi corazón, del tamaño de un puño, que apoye sus cuatro cavidades en el suelo, que se tienda a escuchar, arrodillado, las señales de tu corazón".





4 comentarios:

  1. En los detalles se encuentra la perfección, digo con la nariz pegada al cristal. Bastardeando con estas palabras las que acaban de traspasarlo. No puedo volver a leerlas, estas están, fueron. Fabricaron. Aquello que es. Cimiento lento de una verdad, la suya, en el puño, en el cristal, en el velorio brumoso que presenciamos. Son demasiados los escorzos que merecen consideración y por eso, debo respirar, separar la nariz de tan hermoso cristal.

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  2. Gritos irrefrenables. Sin conveniencia ni oportunidad. Hijos de la acumulacion. Gitos de basta, de comienzo, de punto final.
    Gritos cocinados en la podredumbre de la paciencia meditada y en la tolerancia de manual de escuela.
    Gritos que reivindican dignidades ignoradas e inician la migracion, como alternativa unica, no para continuar viviendo, sino para vivir.
    Te quiero y te extraño tanto, preciosa.

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  3. La verdad cumple condena en todos los secretos.
    Y tú, querido pájaro, le pones miel y magia para que vengan a abrevar los desorientados.
    Un abrazo

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  4. tengo la navaja que los enfurecidos Consolantes han dejado en mi mano, y puedo abrir en canal a cualquiera que intente separarnos o hacernos daño a ti o a mí…

    he venido desde el refugio del bosque trastornada por el amor y el deseo de protegerte, traigo un lírio del pantano, y en la otra mano nuestro mapa secreto para la migración…

    quiero que mi “lengua arda entre las piernas de la mujer a la que peina, fugada de la expectativa brutal que la controla”,

    ...como cuando ella me toca y luego salgo llena de algas marinas…

    recuerdo todos esos lugares recorridos en la colonia…y las divinidades de estas ráfagas…

    sólo con esta belleza puedo sobrevivir…

    es mi llave para entrar en la vida…

    gracias

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