PÁJARO DE CHINA

domingo, 11 de diciembre de 2011

SOCIALISMO - (XII)





XII.

Quiero quedarme en el bosque donde la encontré. En el mismo bosque donde, si se queda, será condenada. Los Consolantes aceleran la búsqueda del cómplice. ¿Quién expone estos cuellos blandísimos a un mordisco homicida? ¿Quién salva de las trampas pacientes y prolijas a los pequeños monstruos sin madre? Es ella, dirán, es la sin hijos, es ella la que ampara esta sed como un virus. Ella hizo de nuestras niñas promisorias un puñado de muñecas tiesas, con los labios cosidos en cinco cajas blancas. El virus de la rabia empapaba el hilo terminal de la costura. Es ella, la rabiosa sin pujo de parto. La que quiere parir, colgada de los árboles, un flujo vegetal entre sus piernas.

Ella se mueve, está moviéndose como la colonia íntegra en las ramas, convocada por su grito de alerta. Gritó como gritaba en el centro del patio escolar vacío, un cuadrado inmóvil y enfermo de sol donde salir a aullar era soltar, como un quejido animal, el desconcierto. Avanzaba hacia el patio como un soldad a cuerda, haciendo a un lado las murallas de uniformes, con la pequeña mandíbula apretada y ávida de viento. No cabía más soledad en esas aulas de deditos laboriosos. Modelaban torpemente las plastilinas, se ensuciaban los delantales a cuadros con las témperas, volcaban los jarros de leche de la tarde. Eran alegres y estaban tan seguros que era insoportable. Habían apartado de los juegos a la que comía con las manos y movía el cuerpo sin control, a la tontita. Eran tan crueles.

Yo no podía acercarme a la tontita, le tenía miedo. Los ojos le brillaban de saber tantas cosas definitivas. Yo no podía mirarla a los ojos. Sabía que su madre lloraría a causa de mi cobardía, sabía que esa cobardía era crueldad. "El patrimonio exclusivo de tu especie", se lamenta el jugador de ajedrez. "Si pudieran tan solo alzar la vista y comprender cómo han sido engañados, cuántos jarros de leche y cuántas témperas les robaron desde aquellos días, cómo moldearon los rasgos del presente para hacer tolerable su brutalidad".

Podría hacer el cálculo de este largo robo. Y, aun así, aun si me alzara y tomara lo que me quitaron, aun si tuviera que entregar lo que quité, no sabría mirar, sin llorar de vergüenza y de espanto ante toda esta vida transcurrida, los ojos de oráculo de la tontita que buscaban una señal en mí, allí donde continuamente yo me ocupaba de otras cosas. La tontita se hamacaba en su silla como si montara un burro, aferrada a una crin invisible. Llevaba el pelo escaso recién lavado y húmedo, con una amorosa raya en su costado y una horquilla floja rematada, en su extremo curvo, por una cereza plástica. Así de muda y de roja, yo nunca vi una cereza tan real. Me interpelaba sin que supiera qué decir. Decir no era la manera. 

"Líbrame de mi analfabetismo sensorial, haz que sepa acariciar esta cabeza y sentir sus espasmos en la mía. Enséñame a anticipar su mapa ciego, para atenuar el impacto de sus accidentes y olvidar la ubicuidad soberbia de los que sufrí. Líbrame de mí como de una bruma. Que mi pelo se lave y se humedezca, que recoja esa horquilla y se incline sobre el cuello cansado de este burro, que el burro guarde y mezcle los secretos que le hemos confiado". Porque solo queríamos que nos quisieran. Quizá no hayamos aprendido, todavía, a querernos bien. 

Y aunque frotara las sombras de colores esfumadas sobre cada pena y quitara el lápiz escarlata de los labios partidos, sería media violencia la que emergería. "Sabrían al menos que trepan a los autobuses para asesinarse mutuamente, por obra de la inercia y la repetición de hábitos, pulidos y lustrados como un revólver", confirma el jugador, acomodándose el rubí de su turbante. La tontita, que no está en el tablero, quiere jugar con el rubí, prendérselo en la crin al burro. El jugador lleva la mano rápidamente a su rubí, como el militar a sus medallas. Protege su signo enmohecido de distinción, para hacerse oír y no ser devorado. 

¿Quiénes se proclamarán sus traductores, sus servidores, sus intérpretes? ¿Quiénes se inclinarán a besar su mano? ¿Quiénes lo declararán muerto y escupirán sobre el rubí y quiénes lo resucitarán para reformular sus estrategias? En todo caso, sería media violencia la que emergería. La otra media violencia, que jamás podría ser mitad, es este seco invierno de parálisis que consume la punta de mis dedos.

La tontita se quita la horquilla del pelo. El Mesías es una cereza plástica cuidadosamente colocada, como una estrella, en la crin áspera de un burro, allí donde tus dedos deberían hundirse para ocuparse estrictamente de estas cosas.  

El asesino de niñas llora como un niño, de regreso al estado en el que no asesina. Llora porque su víctima era frágil, tenía un vestido almidonado con paciencia, desafinaba al cantar un villancico. Esa nena era una preciosura. El mundo sería más simple si él estuviera incluido en el tablero y pudiera parar de llorar.    

El árbol gigantesco se estremece. La colonia se apresta a migrar. Ella se entusiasma. "Migran para evitar la cacería de los Consolantes. Dejarán velozmente su sitio de percha. Al pestañear verás, entrecortadas, las formas negras, vivas y cambiantes, impresas fugazmente en retirada. Pero no te ilusiones. La Gran Persecución se ha derramado como un veneno. Es un veneno contra la rabia. La colonia no huye. Busca otro lugar para persistir". Es una persistencia sin crimen. El cielo no escucha porque no puede interpretar ni traducir a los burros, o a las cerezas plásticas de las horquillas flojas. Me mira sonriente. "Nunca volveremos a verlos". 

Debo moverme hacia otro espacio, para dejar atrás esta desgracia. Esta manera de vivir, pese a todos los golpes recibidos, como vivieron nuestros padres. En la colonia no hay certificados de bautismo, alianza matrimonial, enciclopedias ilustradas, funerales. No hay padres ni monedas. Las obras de mi especie exigen esclavos. 

"Míralos volar". Se han lanzado a desaparecer. Intento retener en mi memoria la secuencia íntegra de la partida, pero aun sin pestañear la veo entrecortada. Planean sobre todos los patios escolares. No entenderían que intentara recordarlos. En la colonia no hay vivos ni muertos que honrar. La busco para arrojar, juntas, este recuerdo inútil al agua. Pero ella ya se ha ido. 

"Haz que sepa estar sola. Que haga, de cada estandarte y cada himno, un efímero batir de alas. Haz que no prometa y que no hable, que coma con las manos y me hamaque en la silla. Para que ella me ame y coincidamos, sin que yo cuente las horas, en el mismo sitio". 

Hay un árbol vacío, que ya es otro árbol. Abrazo su tronco porque no tengo casa. Porque mi casa es mi cuerpo, que ya es otro cuerpo. El tronco sostiene las ramas y la copa, las ramas sostienen los pájaros, la copa sostiene el cielo. Un árbol no ha fracasado, no es humano. Un árbol crece para sostener.  





3 comentarios:

  1. No se paga la deuda de la crueldad con la tontita. No hay criminal que pueda borrar esas huellas. Ni el quejido de la que pare vegetal y es árbol y colonia de aves. Aves en la penintenciaria.

    Sé del dolor de la soledad de los tontitos que comen con las manos y ríen de nada con cerezas o sin ellas. Los que miran. Bien pensado decir que sé es presunción de inocencia y de saber. Es un nuevo arrebato de la crueldad (Restar crueldad en el mundo - decía Rorty. ¡Fácil decirlo y poco más puede decirse!).

    El estigma. La mujer sin nariz dice que nadie se ha enmamorado de ella de veras, aunque sea su pelo lindo y su mamá le planche primorosa vestidos florales. El estigma.

    Extraña tu serie "socialismo", tan en línea con la chatarra acarreada en la isla de L, en el libro de L. Veo tus imágenes y recuerdo la casa de mi infancia (viví en un fábrica). Salen las historias con una narración semioculta entre la reflexión sobre el lenguaje (¿abandonaremos algún día esa manía meditante y fronteriza, influjo de la plástica y del cuadro en blanco, forzando las reglas de la escritura para asemejarnos a los experimentos de otros artes?). Confiesa la voz (yo-me-acuso) y cuando se produce el regreso reflejo, el yo acusador se muestra pequeña cosa, la única cosa, cosita, árbol, colonia isleña, big bang.

    La belleza del andamio y los anclajes, de la cimbra y de los puntales. Belleza del contrafuerte en el que los niños del pueblo, sabiéndose protegidos, orinaban entre sus juegos.

    Sostiene, pájaro, sostiene.

    L

    ResponderEliminar
  2. a mí me salvaron las más débiles del colegio, las raras, las denostadas, las ofendidas, las agraviadas, las ultrajadas, las que se sentaban en la última fila, las de los barrios bajos que escondían tanto desaliento, las silenciosas y solitarias, con la horquilla de la cereza de plástico prendida en su pelo, las que no jugaban en el patio del colegio, sino que se pasaban el recreo cerca del muro, de las alambradas, a mirar cómo escapar de aquel atroz sistema de crueldad fascista.

    ante la dominación de los aparatos de gobierno "democráticos", que nos hacen sus esclavos, en sus gustos, en sus culturas, en directrices de a quién castigar, marginar, aislar y machacar, sólo queda gritar y alejarse, y escupirles a la cara.

    una vez Kafka caracterizó sus escritos como “un abandono de la fila de asesinos”, así es tu escritura,

    y siento una sensación única y hermosa de calma, al leerte. de agradecimiento.

    lo que viví salvajemente en la particular colonia socialista, está ahí, tu observación de los hechos, descrito en “Socialismo”, es emocionante. cualquier symposium de imagen atrayente en este mundo es un contenedor de poses y de palabras técnicamente perfectas y vacías que dejan inerte. en este tramo de la vida me siento tocada por muy pocas cosas. cosas que siento que están bombeando sangre. necesito el retumbar del corazón.

    ResponderEliminar
  3. Crecer en círculos borrando la faz, las fauces que animosamente tienden a empañar, enmohecer, con asentamientos fabriles invadiendo el pasado y exterminando el lugar con una insípida sombra monótona, el filicidio, el gesto que asalta el nido. Un nido de raíces desorbitadas en cambio. La elocuencia de las falsas creencias no bastará para cerrar el círculo. Sin obviar la ventaja de morir en la corteza, en el anillo que merece esta locura, mece el ditirambo dócil del que alguna vez fuimos, vivimos, ni si quiera en ese terreno inmundo pero a pocos pasos. Inmolarse en fervor de un sentir, decirse y no saber.

    Me quedo al igual que Say y L.

    abandonado

    fotografiado

    alejado

    quieto

    oigo

    espiro

    ResponderEliminar