"La falta de agua enseña a pescar y practicar hechicerías"
Aby Warburg, El ritual de la serpiente
I.
"Separen
a la hembra”,
sueño que
ordena mi madre.
Me he
escondido detrás de la puerta,
dentro de
un camisón pequeño, para oír.
Hace
tanto frío.
Mi madre
golpea el pecho de mi padre
con los
puños cerrados de la crisis nerviosa.
En la
hora desquiciada escupe la verdad.
Mi
hermano ha grabado su figura
en una
placa de cobre
de la que
cuelga, tieso, un calendario.
Lleva un
vestido de fiesta, es tan hermosa,
un avión
inclinado pierde el control en el cielo,
es tan
joven y alegre y el avión está a punto
de
estrellarse contra su cabeza.
"Separen
a la hembra", susurra mi madre,
que comienza
a estar en todas partes.
Mi padre
es una sombra en retirada.
Si mamá
estaba cerca,
sentíamos
que no sucedería nada malo.
"Separen
a la hembra",
decreta
en la vigilia encarnizada
que media
vida de insomnio me ha devuelto
mientras
arde un vestido, un camisón, un padre,
una
cabeza arde como si fuera la madera de una puerta,
detrás de
la que pastan y engordan los secretos
que se
comen a gritos a los niños helados.
El dibujo
infantil ha durado siglos.
Reina
para doler
entre los
restos calcinados del avión.
II.
La
hembra, separada,
avanza en
línea ascendente,
con su larga
y altísima cola de caballo.
Trepa las
escaleras con sus tacos,
recorre
las terrazas cultivadas
para su
inmolación.
El cielo
es una placa de cobre,
los
tributos brutales de mi cuerpo
se
archivan en una sucesión de placas.
El
ignorado dice "aquí estoy”,
habla el
inadvertido hasta cortarme.
“No es posible obedecer y ponerse a salvo”.
La hembra,
desmembrada,
invita a
su propio sacrificio.
Es un
noble ejemplar.
Estudia,
trabaja, vacaciona,
pule su
diligencia en los gimnasios,
se
diploma y ejerce los derechos
paridos duramente
por su sexo.
La
modernidad está contenta conmigo,
que no he
sabido derribar la puerta
para
escribir, despierta, lo que vi.
Veo a las
madres colgarse sus medallas
con los
estómagos repletos de hijos,
ávidas
como las maquinarias de la industria,
las
oficinas, las redes del comercio.
“No hay sacrificio sin complicidad”.
Pero
dónde nos ponen y con quién nos dejan,
cuánto se
tarda en salir de casa.
III.
Aquí nos
encontramos,
donde es
desierto,
arrojados
desde el
cilindro bautismal
de la
gran ola.
Con la
carta marcada
estampada
en la frente,
la
estrella perturbada del pobrecito.
Estábamos
electrocutados,
el
lenguaje reptaba por la sonda,
caía en
la bolsa sucia del drenaje.
Y en el
desierto no hay escapatoria
(por eso
los hombres construyen ciudades),
es un
espejo volcado como un mar,
un espejo
que borró sus marcos,
cualquier
plan es inútil, se deshace,
lo único
palpable es el cuerpo.
Tu cuerpo
es tremendo
cuando
decide
desertar.
“No nos
mires”,
pedimos a
mamá.
“No nos
mires porque sufrirías”.
Ella ya
está de espaldas.
Ahora
somos lo que estaba al principio,
la sed
que el dolor ha emancipado,
ha
situado fuera de la ley.
IV.
Entonces
fuimos libres
para
elegir cómo invocar la lluvia.
Reemplazamos
los rituales sangrientos
al pie de
los altares familiares
por los
adoratorios subterráneos,
convertimos
a la criatura condenada
en la
intermediaria de nuestro deseo,
salimos a
buscarla para hacer
de
nuestra excomunión una plegaria.
Salimos a
buscar serpientes,
para
mudar de piel al entregarnos
a su piel
provisoria,
atamos
cascabeles a nuestros tobillos
para que
su cascabel nos escuchara.
Teníamos
que enamorarnos de nosotros mismos,
hacer que
el alma saliera de su agujero,
subirla
como una lata de agua hasta los labios.
Nunca es
seguro cuándo estamos listos,
el pasado
arrastra su velo de novia,
me
propone volver a convivir.
Teníamos
que huir
de aquel
lugar donde nos separaban,
erguir en
el desierto la columna de nuestra soledad,
reconocernos
en nuestra orfandad y celebrarla.
Abandonamos
nuestras profesiones,
depusimos
la voluntad de profesar.
Entonces
fuimos libres
para
decidir que, con nosotros,
se
acabaría nuestra estirpe,
porque
nosotros somos estas cosas.
Este pie,
este papel, esta cuerda,
el modo de
afinar un instrumento,
una
declinación mínima y transitoria
de
fuerzas que apenas podemos intuir,
los
herederos de una casa
a la que
hicimos viento
nocturno.
Miramos
cómo vuela lo desaprendido,
nos damos
la mano para dejarlo ir.
V.
Me detuve
jadeante ante el serpentario,
extendí
mis manos hasta rozar los vidrios,
el pánico
espoleaba la obsesión de tocarlas,
difería
el instante de la consumación.
Aquí
acunamos las serpientes,
las
iniciamos en el culto de los misterios
al
sumergir sus cabezas bajo el agua.
La
esperanza es la hierba medicinal de este santuario.
Al lavar
las serpientes nos lavamos la cara,
limpiamos
los restos de la mugre bíblica,
Ellas
habitan el subsuelo de los enterrados,
dormitan
en las cuevas del inconsciente,
conocen
el calvario del estigmatizado.
Es mío el
gesto de purificarlas,
este
desvío es mi patrimonio.
Mi
hermano sube
del
inframundo al desierto a dibujar
en la
arena,
traza
nubes de las que emergen rayos,
rotundos
y obstinados como las pasiones.
Los rayos
tienen forma de serpiente.
Ellas
serán las mensajeras, ellas traerán la lluvia.
Las
colocamos sobre esta superficie móvil,
donde no
hay placa de cobre que sostenga
las
certidumbres arrasadas de la infancia.
Reptan sobre
los rayos, se impregnan de nubes,
absorben
los puntos cardinales,
son la
forma viviente de una carta,
reciben
el dibujo, transfundido,
en el
acto de desdibujarlo.
Desatarán
el trueno al agitar
sus
látigos de aros amarillos,
entregarán
a la garganta del cielo
nuestra
sed
a cambio
del relámpago.
VI.
“Lluvia,
los
anhelantes bailan sobre el suelo seco,
se
abrazan a sus animales consumidos,
velan sus
frágiles semillas desperdiciadas,
ejecutan
el último acto del ritual.
Somos
nosotros,
los que
te escuchábamos caer de niños
sobre un
techo de lata,
los que
nos ovillamos entre sábanas
con
perfume a jabón, los tiernos inmortales.
Fuimos
tan crueles con nosotros mismos.
Lluvia,
somos los
hermanos
que solo
ahora pueden verse cara a cara.
Maduramos
hacia lo silenciado,
sin más
amparo que el de nuestros pies.
Somos lo
que negaron y finalmente se desata y cae,
como una
lluvia.
Por eso,
lluvia, cae,
cae y toca
estas cabezas vendadas”
VII.
Alzaron las serpientes como si fueran ellos recién nacidos
y las extendieron cuidadosamente con sus manos, a la altura exacta de sus ojos.
Era esa la altura de sus terrores. Apoyaron el inicio y el fin de las
serpientes sobre sus hombros, para concentrarse en la extensión del cuerpo
donde no hay cabeza ni cola con cascabel. Cerraron los ojos e inclinaron el
rostro. Se quitaron, inmóviles, todo eso que existía en ellos por detrás y debajo
del rostro, guarecido entre músculos y órganos. Parecían dormidos. Lo
condujeron hacia arriba y hacia adelante, hasta posarlo sobre el piso de la
lengua. Todo eso que existía en ellos se concentró en la punta de la lengua y
les entreabrió la boca, suavemente, listo para abandonarlos. Se extendió sobre
sus labios, como el polvo que cubre las construcciones demolidas. Tenía que
convertirse en la carne del dibujo que ya estaba dentro de las serpientes, ser
la materia de una invocación.
Exhaustos de demoler, deseaban, con todas sus fuerzas, que
lloviera. Parecían dormidos todavía cuando besaron el cuerpo de las serpientes, lo colocaron dentro de sus bocas y todo eso que existía en ellos migró a ese cuerpo que llevaba, en su interior,
un dibujo. Razonablemente, hubieran debido morir entonces, vacíos de todo eso
que existía en ellos, sueltos de todo eso que era ahora un corazón que bombeaba
deseo a los trazos estables de un dibujo que antes había sido de arena.
Pero, contra todo pronóstico, tomaron las serpientes que
habían besado y colocado dentro de sus bocas y las llevaron entre sus brazos, como sonámbulos, hacia la línea
donde comenzaba la llanura. Las serpientes parecían dormidas. Allí las dejaron
y allí se quedaron hasta que las serpientes comenzaron a moverse, a reptar, y
se alejaron y desaparecieron entre cactus.
Mi hermano sonrió, retrocedió y buscó mi mano. Entrelazó a
tientas mis dedos con los suyos y cuando giró sobre sí mismo para mirarme tenía
los ojos verdes de mi hermano más verdes que yo hubiera conocido, sus últimos y
definitivos ojos verdes a la altura exacta de todo aquello que habíamos temido,
que habíamos besado después de demolernos y que comenzaba a empaparnos las
vendas vuelto lluvia. Las vendas las colgamos de los cactus, que parecían
despiertos, solos y erguidos bajo el temporal.
...la madre grita o susurra. sobrevive. ya es un milagro. cómo no vamos a perder nuestro equilibrio. la hipersensibilidad, la tensión mental... montones de descrédito sobre todo el arte moderno...la mujer como contenedor, como in vitro para salvaguardar ególatras genes... vientres de alquiler en el siglo XXI. la mujer más que nunca una industria, un objeto.
ResponderEliminar...la lectura de ARIZONA me da algo increíblemente sano, mi trastorno, lo contrario de escape, es, después de un día de hacer cosas, una manera de entrar en contacto con alguien que toca mi imaginación, mi vida.
mientras se escribe, se deshilachan las vendas que cubren los dedos dañados, la necesidad biológica, el único organismo que tendrá que tirar de ti, mientras salimos a salvo de la isla de Kreuzlingen...
me encantan los poemas que miran a la larga y oscura noche que rompe la puerta, intensas en nuestro extravío, dulce, significativo, cardinal. leer. lo ilumina todo...y luego entonces semicorcheas, hasta el infinito...
en beso en NOCHES ASÍ...
Entiendo de ese encuentro de hermanos, bautismalmente solos, con ojos que ven.
ResponderEliminarCuando explicar, culpar o justificar ya no es relevante.
Cuando se ha dejado de ser "en virtud de" y se es en libertad.
Besos, amorosa.
Te quiero.
V.
Hola que tal, mi nombre es Vania y soy webmaster al igual que tú! me gusta mucho tu blog y quería pedirte permiso para enlazarte a mis blogs, Así mis usuarios podrán conocer acerca de lo que escribes.
ResponderEliminarsi estás interesado o te agrada la idea, contáctame a esta dirección ariadna143@gmail.com para acordar el título para tu enlace. Y si no fuera mucha molestia, me puedes agregar tu también una de mis webs. Espero tu pronta respuesta y sigue adelante con tu blog.
Vania
ariadna143@gmail.com
Incendiaria, rotunda y magnífica. Como siempre.
ResponderEliminarY eso deseo y espero para lo que nos quede.