PÁJARO DE CHINA

viernes, 4 de septiembre de 2015

LOS CUADERNOS DE LA TENIENTE RIPLEY - IV




My newly-moved Pep,

¿Dónde está tu casa? No puedo salir para verla. Tu casa es un pulso en el espacio, alineado y ajustado a la tierra según las leyes de la ingeniería. No puedo salirme de mí para tocarla y esto configura ya mi doble límite. Tendrás que susurrármela y confiar en que pueda oírte. Pasa el mensaje a un animal, que está vivo pero es de otro orden. O a una piedra, que es también de otro orden y no está viva ni muerta. Ellos entenderán. No tienen nombre y no saben su edad, no conocen el tabú ni han fundado una civilización. Un ecosistema basta. Me trepé al carguero para huir de casa. A medida que el Nostromo avanza, el ruido se apaga detrás de mí. Y las pastillas son xilocaína sobre el haz agitado de mis fibras nerviosas, carne de la industria química en la fisura interhemisférica. Allí las pongo a rodar. Mis lunas diminutas, mis fichas circulares sobre el paño ávido. Caen en el canal como señuelos. “Lobo, ¿estás?”. Ya está, ya lo dije. El miedo es una invitación.

Mi primer recuerdo es el acto de fabricación de un recuerdo. Tenía cuatro años y un tapado rojo, estaba en la esquina de una calle, a pocas cuadras de la casa de la infancia, tomada de la mano de mi madre. Pasaba un automóvil. El sol de la tarde reflejó por un instante las ramas de un árbol sobre su superficie. La sombra en el metal, como un chasquido. Había anticipado la sombra y preparado los ojos que cerré, sincronizados. Mis relicarios, mis inconscientes nadadores. Mi instrumento de caza. Guardé el reflejo que vi, para que no se fuera. El reflejo de un árbol fuera de mi campo de visión, la sombra de lo que no podía ver, como tu casa. Los recuerdos se guardan detrás de los párpados. Tu casa debe reflejarse en alguna parte.

Algo nos llama cada doce segundos. Emite una señal extraña. Kane se inquieta, quiere salir a nadar del otro lado. Prepara su exploración lúdica, es decir, su expedición invariable de conquista. Sale equipado para dominar. Pero no previó lo que lo espera, no lo fabricó, no lo incubó, le es ajeno. Hay otros constructores. Mamá lo sabe, y la corporación que es su ventrílocuo. Pero nosotros, no. Ahora te diré parte de lo que vive fuera del Nostromo. El resto de lo que vive, no lo sé.

Es pura humedad, metal y niebla. Modelos a escala de maquinaria bélica de la Segunda Guerra, puestos a sudar en la ficción de un paisaje en ruinas. Naves y tanques, bombarderos, réplicas desplazadas de su escenografía habitual. Un piloto petrificado en su butaca de comando, desfigurado hasta la alienación. Un piloto alienígena. Y huevos perfectos, de considerable tamaño, alineados con delectación. Un huevo es una cosa terrible. Tiene cosas adentro, como una caja, pero no sabemos quién las puso. Y se mueven. Todo parece respirar a la vista de Kane. Como las ramas de un árbol oculto. Dentro de una inmovilidad aparente, se expande, se contrae. Henchido de vapor, se relaja, desea. Se pega y se desliza, como una sombra. Hubo una vez otro orden. Se estrelló. Sus muertos tendían a reproducirse; sus sobrevivientes, también. Kane camina entre una voluntad. Kane, tan recto y vertical, aguijoneado por una persistencia. Invitado como un corderito. “Kane, ¿estás?”. Kane está. Doblemente puesto en el frente, por la curiosidad intrínseca a su especie y su rol de obrero de esta construcción. 

Mamá mira mientras se ajusta la pollera, la Corporación inclina sus múltiples cabezas sobre los formularios de patentes, se inclina toda ella a recoger y tirar esto que ha sido, hasta aquí, hasta ahora, la soltería de Kane. Siempre tuvo novias pero de una especie. Creía que el mundo estaba dividido en chicos y chicas. Se lavaba. Compraba jabón y hacía espuma. Se perfumaba con agua de colonia, se pasaba un peine y un hilo dental. Se cortaba las uñas. Yo también. Cuando éramos antiguos, hasta llegamos a pintarnos los rostros con savias, ungüentos y pigmentos vegetales, para atraer y copular. Emergíamos maquillados de la cueva, con collares de piedras y aros en la nariz, con penachos de plumas. El ritual del cortejo y el apareamiento exigían la máscara; percibíamos la necesidad de la repetición, hasta que de tanto ejercitarla, para fundar un orden y una ley, ya no la percibimos más. Nadie nos puso un revólver en la sien. Esa fue la cortesía de la casa. Ya lo viví, ya me cansé. Hoy me lavo la cara como quien se bautiza. Mi lujo es el agua y elegir mi nombre. El Nostromo corta cuerdas durante temporadas. Pero esta es la última que nos verá volver.

Porque Kane avanza con un puñado de tripulantes masculinos, dispuesto a profanar con paso firme el altar brumoso de esta civilización hiper-biológica, sexual, hecha de arena y yeso, fibra de vidrio, roca y lava de calculada utilería. Kane no lleva regalos diplomáticos, collares ni coronas. No exhibe animales ni especias exóticas, no tributa cráneos en nombre de un dios. Ni se le ocurre seducir y, mucho menos, aplacar. Con esa sonrisa boba de niño que se cuela en el jardín vacío del vecino, perfora una apertura vaginal que no le pertenece. Al ser de otro orden, la nave abandonada portaba en su cerrojo un himen. Eran las capas de niebla sucesivas que envolvían los huevos, la maquinaria derruida, los escombros de una organización hecha pedazos. También el desastre exige respeto. Es una composición quieta y silente, atemporal. Nadie sabe cuándo se termina. Lleva cartuchos guardados en la espalda, usa falsas banderas de rendición. Kane debió detenerse en la apertura de esas piernas metálicas, medir la consecuencia de sus pasos. Pero Kane no es un estratega, es un bendito que no piensa en el después. Es como si las hileras de huevos palpitaran. La nave abandonada exuda fluidos, incuba esa cría en su envoltorio, alimenta lo que sea que cargan esos huevos. 

Nave-nodriza, ruega por nosotros, los que empezamos a violar. Los que fumamos cigarros y escupimos en todos los espacios y olvidamos, acelerados y hartos, que todo cuerpo es un recinto sagrado. Podríamos reemplazarte la cadera, transplantarte un órgano, colocarte un marcapasos, fertilizar in vitro la cría de tus huevos espectrales, intervenir el mapa de sus genes. Seleccionar a los más aptos, ofrendarte un ejército de cyborgs, establecer alianzas y emitir nuevos certificados de acciones. Nuestro carguero refina petróleo, los pozos de petróleo financian cuchillos que decapitan niños, aceite que quema las carnes impías, latigazos hirvientes tallados en la espalda de la adúltera. Se inicia nuevamente una era de grandes migraciones. Después de las trincheras y los hongos atómicos, después de los campos de exterminio. Otra vez los trenes de los deportados. Y un cementerio marino, tan eficiente como la caja de un camión. Migran los que sobran. Nave-nodriza: ¿te interesan? Te los darían gratis, a cambio del huevo que está tomando Kane.   

Por supuesto, no te importan. Nada le importa a lo que sale del huevo que estalla, excepto sobrevivir en un ambiente inhóspito (no se culpe al monstruo, no se culpe a nadie). La salida es tan rápida que Kane no atina a moverse. Así funciona la Gran Interrupción. Después el jabón, el peine y el hilo dental adquieren un estatus mítico: lo de todo aquello que alguna vez fue, sin revelarse en su potencia, sencillo e ignorado, antes del daño. Objetos de una vida simple, arrojados en bolsas de basura. O conservados hasta la reanudación de las condiciones normales de existencia. Que ya no serán normales. Cada cosa pesará en la mano, preguntará el por qué de su función y quemará de autoconciencia, recargada como los revólveres.    

Kane se salió de la rueda de la repetición, esa garantía de felicidad precaria. Esta es una revolución guionada. Mamá la aplaude encerrada en el baño, la corporación imagina un parque de atracciones, un sucedáneo de los viejos barracones, de la feria medieval de atrocidades; llama a concurso de proyectos. Del huevo salta un organismo vivo, pegajoso y de alta lubricidad, que se adhiere a la cara de Kane como una ventosa. Es horrible porque no es un cisne, porque nos enseñaron que los cisnes son hermosos. Dice el guion, adánico: “facehugger”. Kane se debate con un “abraza-caras”. Imposible arrancárselo, lo chupa, lo presiona, le busca con un falo erecto, pequeño, resbaladizo y presuroso el único orificio disponible: la boca. Por la boca lo penetrará, le cobrará con intereses la violación inaugural de este paseo a ciegas y desventurado. Esta sesión de sexo oral es entre machos. Precisa y eficiente, como el patriarcado del Nostromo.     

Todo monstruo sabe lo que hace, dónde se prende para consumir, qué partes debe mostrar para aterrar y qué partes ocultar para aterrar el doble. El facehugger trabaja de volar las certidumbres (la ciencia ficción le paga el sueldo). Sé que no debo permitir que Kane vuelva al Nostromo, que traiga esa peste con él. Puede infectarnos a todos, tengo que funcionar en modo-cálculo, tengo que trabar las puertas y darlo de baja. Debo ser maquiavélica: Kane es un medio que nos pudre el fin. Debo ser la cruel, pero soy solo la teniente Ripley, la segunda en la línea sucesoria. Ya es tarde, el monstruo está adentro. La señal no era de socorro sino de advertencia.   

Entran a toda velocidad, rumbo al quirófano. Es la hora del uniforme blanco, el bisturí y la biopsia, el frasco con formol y la jerga de Ash, que por esta vez se ha quedado sin palabras. Rápidamente las acuñará, hasta crear una especialidad rentable. Tendrá que esmerarse, esta vez. A Kane se le parte el pecho. Se le parte la caja torácica. Kane se parte en un trabajo homicida de parto. El interés punitorio de la penetración fue esta fecundación forzada: de las entrañas desgarradas de Kane sale eyectado un no-sé-qué-decirte. Dice el guion, creativo: “chestburster”. Kane ha parido un “estalla-pechos”. El hijito de Kane, lustroso y saltarín, nauseabundo, se escabulle en los corredores del Nostromo.  

Extrañarás a Òscar, su forma divisada a la distancia hasta llegar a la mesa del café en las últimas tardes del verano, junto a Oli. El lomo sedoso de Oli, sus impensadas orejas de murciélago, su rabito adorable y su contextura de maorí. Nadie puede más que un hombre junto a un perro. Oli crece en la isla, Oli con “o” de Òscar, aros donde caerse y resbalar en la lógica insular de un hombre-búfalo que se desprendió del continente. Y es puro contenido ahora, témpera derramada, grafito sin correa, tinta china sobre un papel de agua circundante. Oli está dentro de Òscar que está dentro de Pep.

El otro, Pep, está adentro. Pero este no es el otro que suelen devolvernos los espejos. La lucha no es del hombre contra la naturaleza, sino de lo humano contra lo no-humano. Es lo no-humano lo que hizo nido en nuestro tórax, hasta partirlo como un palo viejo. Es el recién llegado, la antiquísima amenaza, el extranjero. Tendremos que hablar del alien, que solo quiere hacer entre nosotros lo que nosotros mismos no hemos dejado de hacer desde el comienzo: pujar para reproducirnos a toda costa, a pesar de todos los obstáculos, a cualquier precio.          



(jones sueña y se agita; sueña con un lanudo que duerme en tu galería, sueña tu mano sobre el lomo del sueño de los dos)




1 comentario:

  1. Ripley, te envié un mail hace un par de días. Llamando a Ripley en el Nostromo.

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