PÁJARO DE CHINA

lunes, 14 de marzo de 2016

LOS CUADERNOS DE LA TENIENTE RIPLEY - V





Unfailing Pep, they say down there (so many things they say…),


Nosotros fuimos a buscarlo. Fuimos nosotros. Como siempre, era una cuestión de distancia. ¿A qué distancia mantenerme para no hacerte daño, dónde pararme para evitar el daño en mí? Deontología básica: cómo vivir juntos sin herirnos. Cine: dónde plantar la cámara sin invadir el plano, como si el ojo se amparara detrás de un árbol, para no ser suicida o cazador. Nunca sabré cuál es la distancia adecuada para que no corran lágrimas. Todo llora a su modo. El animal llora en seco en su doble mudez, la savia boquea en el corte, el llanto se atasca entre las piedras.

El alien era puro cuando Kane se acercó demasiado y es puro ahora que anda suelto en las galerías de la nave. Adherirse a la cara de Kane fue la reacción inmediata para la que toda su vida lo había preparado. La materia no piensa en su plan. Esa es su majestad, su insuperable extranjería. ¿Por qué habríamos de exigirle piedad a la materia? La forma de la materia es su intento de sobrevivir. El alien tiene una boca adentro de su boca, con la que nos fecundará como un vampiro ahora que su esperma ya no está en reposo. A doble mudez, doble mandíbula. El monstruo es una criatura a la que le interrumpimos el sueño. La transgresión de la ley de la distancia desata su mandíbula interior, esa que no te causa miedo sino espanto. Vela tus crímenes, quema tus banderas en la noche. Por favor no te duermas en la torre de control.

¿Qué esperar de una figura al pie de una crucifixión, sino un acto amoral? Vimos los clavos y la cruz, vimos cómo crecía el niño mártir. Fuimos espectadores de la flagelación, público en las sesiones de tortura, detrás del cristal de nuestros cascos de astronautas. ¿En qué esperaban que nos convirtiéramos? Rompo el cristal en caso de emergencia, cuando el casco pesa y es tan grande. Pero ya soy un alien, ya estoy transfigurada. No hay niños mártires para las niñas monstruos, a las que les gusta comer flores. Mi taller es la voracidad. Como a los hombres, como a los antropófagos, solo  me interesa lo que no es mío. Yo, todavía, como. Sagrada trinidad de todo dolor, toda esperanza: yo/como/todavía.  

El patriarcado del Nostromo sucumbirá al alien, construido con tubos del sistema de enfriamiento de automóviles Rolls Royce. Tubos montados en su espalda, vueltos ávidas trompas de Falopio. Alien está hecho de cables y bisagras, nació de la contemplación de fotos de karatecas, modelos anoréxicas y altísimas, integrantes de la tribus Nubas, es flexible y veloz como un insecto. Alien como collage y resultado de un procedimiento de ensamblaje. Alvéolo. Pozo para llenar, celda para matricular al condenado, agujero en el que se incrusta el diente. Monstruoso en su elegancia, monstruo porque es elegante, es decir, irresistible sin esfuerzo, sin conciencia siquiera de su cualidad, tocado por la gracia de ser sin saber cómo. Vino para hacer colmenas, como una peste del amor.

Mi monstruo es hermafrodita. De su vagina dentada asoma y amenaza un falo. La amenaza se asoma, no se muestra. Mi monstruo no se puede demostrar, es el derrumbe de la matemática. Es mi madre y mi padre a la vez, no sé dónde empezó pero sé que conmigo se termina. Soy técnicamente la última de mi estirpe, no habrá acta donde conste un Ripley. Nadie lo escribirá y a duras penas sé por qué lo escribo.

Lo escribo por sus penas pero sobre todo por su risa. Escribirte es como encestar de espaldas, quiero decir, la bienaventuranza del “-te” que da sentido al verbo, como el destinatario imaginado de la botella al mar, pero con tu rostro y tus palabras. La imagen del mar me pesa a veces, como un casco. Te escucho decir: “la pesada imagen del mar/sube al agua en tu mano rota por la espuma/es martes de piedad no entiendo que te marches ahora pero/está bien”. No es la mano la que parte la espuma, lo sabés, es la mano afectada por la espuma la que se deshace hasta hacerse agua. La mano intervenida por burbujas de sal. Yo quise ser la novia de la naturaleza y el monstruo me escuchó, todos los monstruos sueñan una boda. La cría que perforó el pecho de Kane se esconde y respira en los pliegues del carguero, en posición fetal. El polivalente hijito de Kane, esa anomalía hipersexual, dominará el reino: la corporación ya armó la lista de los vencidos.

La Special Order 937 es el plato de la casa. Según sus instrucciones (“for Science Officer’s eyes only”), el Nostromo fue redirigido hacia la cueva para que la tripulación recolectara extraños especímenes, nuevas formas de vida cuyo regreso a casa debemos custodiar para su posterior análisis. Vi la orden que no hubiera debido ver. Sé que cualquier otra consideración es secundaria. “Crew expendable” es la última frase telegráfica, nuestra fosa común. Fuimos desde el principio los sacrificados, somos estrictamente prescindibles. La corporación se excita ante la novedad, babea ante sus ganancias potenciales. Mamá se quedó en casa y nos mandó a la guerra. Nuestra Madre Coraje pule las libras de carne filial con las que saciará la sed de la gran máquina trituradora y dará por cumplida su misión. Las madres incuban astronautas descartables. Nos entregan a la máquina como si fuéramos papel.

Sobre el papel te escribo porque tengo tiempo, mientras ellos hacen sus negocios. Tiempo para pensar por qué perdí, tiempo para contarlo. Yo no quiero correr y escaparme del monstruo, como Lambert. No quiero examinarlo, como Ash. Como Parker, yo quiero matarlo. Parker es un obrero, en la base del escalafón. Parker es negro, es el único negro en el Nostromo. Baja a la sala de máquinas como quien baja a remar en las galeras. Quiere cobrar su sueldo, no le interesan las probetas de la ciencia ni los parques temáticos de la tecnología. Parker necesita su salario. Yo necesito a Jones y que llegue el invierno para poder usar mis medias viejas, las de lana a rayas de colores. Ir al bar y sentarme a solas, hilar las imágenes de este fracaso, en la rueca mental. Porque esta nave es un laberinto, no hay cueva ni huevos en el exterior sino una cría que crece en la penumbra, un octavo pasajero. Sabemos que está adentro pero ignoramos dónde. El carguero transporta siete paranoicos y un espectro.

Me imagino rodeada de cintas de estrellas. Restos de cuerpos celestes, deflagrados. Polvo que destella como las luciérnagas. Un recinto negro infinito, sin puertas ni ventanas, que contiene el recinto sellado del Nostromo, que me contiene a mí que lo atravieso con un pedazo de vidrio entre las manos, con la insolencia y la precisión de los sonámbulos. Cajas adentro de cajas, cajas chinas. Busco una salida, porque libertad ya sé que no tengo. Para ser libre tendría que eyectarme, de mí.

Encuentro la cornisa del cielo. Camino sin casco, hecha de tus fotos de camisas tendidas al sol en una cuerda, habitadas por un viento que les infla las mangas, les sacude los puños, les agita la tela que debiera envolver un cuerpo que no está y es un fantasma. Solo se ve realmente un cuerpo en la ropa vacía. Solo allí no es imagen sino pura ausencia. Un gran vidrio, o una pluma que cae.

El secreto de la pluma que cae es caer blando.         


1 comentario:

  1. No todas las metamorfosis terminan en mariposa.
    Quizá tememos un destino de monstruo. De arrasar lo que somos y amamos.
    Al fin y al cabo estás aquí para contar lo que calla la película.
    Quizá por ello sea mas aterrador.
    Hay secretos desvelados que causan mas espanto que la duda.

    Genial como siempre. Amado pájaro.

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