PÁJARO DE CHINA

martes, 28 de abril de 2009

GOOD CHARLOTTE

Su padre fue un feo irresistible y su madre es, a cara lavada y cubierta con ropa de una simplicidad rotunda, una hermosura incontrovertible. El equipaje genético era prometedor. Pero las ciencias (duras y blandas) ya demostraron que con eso no alcanza. Charlotte puede repetir con legítimo derecho el mantra que condena a los niños a la cárcel de la propiedad privada: "esto es mío, mío, mío". Pero en ella, lo suyo es una liberación. De los juegos linguísticos de papá Serge (el hijo de judíos rusos y pianista de cabaret que no dudó en cantar con ella Lemon Incest para horror de las buenas familias) y de la exquisita temeridad de mamá Jane (que no trepidó en cantar deliciosos orgasmos para enfurecer al previsible Vaticano). Charlotte Gainsbourg no hace malabares exactos con las palabras ni aparece y te deja sin aliento. No. Todo en ella es menudo y delicado, como si hubiera abandonado en la ruta el equipaje y pudiera posarse en tu ventana. Como todos, no pudo elegir a sus padres pero sí a sus compañeros de aventura. Entonces llamó a Jarvis Cocker y a los etéreos chicos de Air y grabó un tema así, llamado 5:55 y dedicado a ese momento límbico en el que los insomnes no sabemos si acabar o empezar y nada se mueve y es como si estuviéramos solos a bordo de un avión, en piloto automático y sin destino conocido.


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