La aparición en una lata de dulce de batata de la supuestamente "enigmática" sonrisa de La Gioconda me frustró una tarde infantil. ¿Eso era todo? La sonrisa de Patty Hewes, en la serie televisiva Damages, me agita. Me incomoda. Lo mejor que pudo pasarle al escorzo facial del Louvre fue que Duchamp le pintara un bigote. Lo peor que podría pasarle al signo de interrogación cristalizado en la cara de Patty sería que alguien osara, con imperdonable mal gusto, transformar su contorno siquiera unos milímetros. Aunque pretendan simplificarla con el tranquilizador calificativo de "villana", la maldad es, en esa sonrisa, solo una de múltiples variables. Esa sonrisa es prima de la de la Marquesa de Merteuil en Las Relaciones Peligrosas y de la de Alex Forrester (sí, la que se puchereó un conejo pero solo quería llevar a una niñita a un parque de diversiones) en Atracción Fatal. Prima, o sea, signo de idéntico linaje pero única y perturbadora fisonomía. A Patty Hewes te dan ganas de partirle la boca, de un sopapo o de un beso bien colocado. Por maldita y por abandonada. Por solitaria y por arpía. La ves y no
sabés si esconde un tremendo dolor reprimido a fuerza de ensayar la mueca o una dosis de veneno letal que saldrá disparada si esos labios de esfinge se abren, apenas, un poquito. Yo, por las dudas, no me muevo. Detrás de esa sonrisa puede haber un revólver o un guante de seda. O ambas cosas. Un revólver envuelto en un guante de seda. Un guante de seda perforado por las balas desquiciadas de un revólver. Patty Hewes no se inmuta, aunque le estén pasando por encima. Posiblemente termina siendo la que te pasa por encima por efecto directo de su inmutabilidad. Te paraliza como una encantadora de serpientes. La serpiente sos vos. Ella es un encanto. Vos no sabés dónde enroscarte para protegerte de su expresión glacial (que nunca se quiebra ni se rompe, o por ahí lo hace, pero cuando te fuiste - como el Perito Moreno) y ella tiene perfectamente claro que
le basta con jugar a las estatuas. Convengamos que la ayuda ese mentón de Connecticut, esa piel endiabladamente tersa y esos ojos como lagos tranquilos. Pero todo lo que la ayuda es lo que constituye, precisamente, la condición de posibilidad de su sonrisa, que sería directamente imposible en otra cara. Patty Hewes no es una abogada malísima ni una pobre mujer. No vas a enterarte de quién es ni aun cuando termine la sexta temporada de Damages o la lleven al cine. Esa operación magistral de inoculación de la duda a través del gesto, Patty Hewes se la lleva a la tumba. Nadie se ha calzado de esa forma un candado entreabierto y estos candados nacen para morir así, persiguiéndote.
sabés si esconde un tremendo dolor reprimido a fuerza de ensayar la mueca o una dosis de veneno letal que saldrá disparada si esos labios de esfinge se abren, apenas, un poquito. Yo, por las dudas, no me muevo. Detrás de esa sonrisa puede haber un revólver o un guante de seda. O ambas cosas. Un revólver envuelto en un guante de seda. Un guante de seda perforado por las balas desquiciadas de un revólver. Patty Hewes no se inmuta, aunque le estén pasando por encima. Posiblemente termina siendo la que te pasa por encima por efecto directo de su inmutabilidad. Te paraliza como una encantadora de serpientes. La serpiente sos vos. Ella es un encanto. Vos no sabés dónde enroscarte para protegerte de su expresión glacial (que nunca se quiebra ni se rompe, o por ahí lo hace, pero cuando te fuiste - como el Perito Moreno) y ella tiene perfectamente claro que
le basta con jugar a las estatuas. Convengamos que la ayuda ese mentón de Connecticut, esa piel endiabladamente tersa y esos ojos como lagos tranquilos. Pero todo lo que la ayuda es lo que constituye, precisamente, la condición de posibilidad de su sonrisa, que sería directamente imposible en otra cara. Patty Hewes no es una abogada malísima ni una pobre mujer. No vas a enterarte de quién es ni aun cuando termine la sexta temporada de Damages o la lleven al cine. Esa operación magistral de inoculación de la duda a través del gesto, Patty Hewes se la lleva a la tumba. Nadie se ha calzado de esa forma un candado entreabierto y estos candados nacen para morir así, persiguiéndote.
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