PÁJARO DE CHINA

martes, 16 de junio de 2009

AMÁBAMOS A FEDERICO

Si pudiera escribir un libro sobre 31 canciones como lo hizo Nick Hornby, seguramente una de ellas sería "Tomo lo que encuentro", cantada por Federico Moura. Una canción no vale por lo que dice sino por lo que provoca. Funciona sobre la base de la reminiscencia y de la evocación. Se incorpora a nuestro ADN y adopta caras, texturas o paisajes que han cambiado, que perdimos o que no tuvimos jamás. Nuestra vida tiene un soundtrack que rara vez podemos elegir. En la década de los '80, muchos amábamos a Federico. Veníamos del horror de una dictadura que devoró a una generación y de una guerra que dejó más suicidas que muertos en combate. Veníamos de la literalidad grosera y el maniqueísmo. Habíamos crecido escondiendo la basura debajo de la alfombra y los muertos en los armarios, sin sexo a la vista y con una infancia en blanco y negro. Llegaba la primavera alfonsinista y éramos adolescentes que por primera vez asistían a la recuperación de ese artefacto llamado "democracia". La vida estaba por delante y la noche, por atrás.
Federico tenía una banda que se llamaba "Virus", un hermano desaparecido y otros dos hermanos sobrevivientes que lo acompañaban en la banda. Era culto, refinado y sutil. Se había subido a los aviones acerca de los que cantaba y cantaba sobre aquello de lo que nadie se hubiera animado a hablar. Se inspiraba en Stephen Dedalus para armar una oda a la masturbación con su "Luna de Miel en la Mano" y desplegaba con una naturalidad irresistible su ambivalencia sexual. Para mí, Federico pertenecía a la estirpe de Tadzio, ese ser de belleza hipnótica y andrógina por el que Dick Bogarde se muere de calor y de sed y de necesidad en "Muerte en Venecia". Federico me parecía salido de una película de Visconti. Aunque hiciera un pop superficial y ligero, que algunos hasta calificarían de gélido y liviano por demás, todo en ese pop destilaba elegancia. Levitaba sobre el escenario y no necesitaba más arquitectura que los ángulos cincelados de su cara.
Era lánguido y nombraba con doble sentido. Tenía puntos suspensivos que uno podía llenar como se le antojara. Fue distinto de los otros dos dolorosos muertos de esa década. No tenía la irascibilidad de Luca Prodan ni el histrionismo desbordante de Miguel Abuelo. Federico flotaba y te relajaba los sentidos. No le importaba nada en cuestión de amor (como no debería importarnos) y, sencillamente, tomaba lo que encontraba (del mismo modo en que deberíamos gozar lo que nos sale al paso).
Su belleza provenía de la ambigüedad y de la elección de la insinuación como un estilo. No era una puerta abierta ni un golpe de puño en la puerta cerrada; era más bien una puerta entreabierta, que te invitaba a iniciarte en el voyeurismo. Cuando el mundo pesa, pongo sus discos y nada me queda totalmente claro, excepto la delicia de hundirme en su levedad y sus preguntas, hastiada como estoy de la densidad de cada instante y de los portadores permanentes de respuestas.

2 comentarios:

  1. Mariel: te dejé un mensaje en una entrada que ha desaparecido o se la ha tragado algún agujero negro virtual. En serio: te comentaba sobre Tuxedo Moon y la canción que cantas en ese video "In a manner of speaking".

    Un abrazo

    Laura.

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  2. Querida Laura: Ha vuelto la entrada. Quise modificar su título invirtiendo el orden y colocando a Marina (la dama, delicadísima por cierto) en primer lugar y el sistema hizo ... kaput. Pero Tuxedo Moon persevera y nos sigue diciendo lo suyo, in a manner of speaking. Abrazo. Mariel

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