PÁJARO DE CHINA

martes, 16 de junio de 2009

CATORCE PERRITOS

Cuando su papá judío y millonario vio que el Titanic se iba a pique sin remedio, se puso el traje de etiqueta. No viajaba con su mamá, sino con una joven amante que cantaba. Su tía también cantaba, en lugar de hablar. Dicen que una de sus hermanas arrojó a sus dos hijos pequeños de un rascacielos. Peggy, en el fondo, no tenía la culpa si estaba loca de atar. No quería ir a las salas de té ni buscarse un adecuado marido neoyorquino. Era fea, muy fea, y se la pasaba comparando su nariz con la de sus hermanas. Salió del quirófano del cirujano plástico al que había recurrido con una nariz más grande de la nariz con la que había entrado: el cirujano, derrotado, había abandonado la tarea a mitad de camino, dejándola inconclusa. Peggy se fue a París por decisión propia y se unió a los exiliados de la posguerra.

Se casó con un dadaísta alcohólico con quien tuvo a Pegeen y a Sinbad. Peggy (ay, vicisitudes de la nariz) tenía buen olfato y una cualidad extraordinaria: agenciarse buenos consejeros y seguir obedientemente sus consejos. Se agenció a Duchamp. Abrió en Londres una galería de arte y se peleó con los funcionarios de la aduana que consideraban productos manufacturados lo que ella juzgaba obras maestras. Jamás le interesó el arte figurativo. La galería fue un fracaso económico, del que se consoló en brazos de Samuel Beckett, y un triunfo visionario: Peggy financiaba y adoraba la vanguardia. Cuando los nazis avanzaban sobre Europa hizo las valijas, enrolló las telas y se llevó con ella, hasta Nueva York, a su segundo marido. Era Max Ernst. Peggy afirmaba haberse acostado con todos los hombre que había conocido y cuando le preguntaban cuántos maridos había tenido, pedía que le aclararan si hablaban de los propios o de los ajenos. Se fascinó con las turbulencias pictóricas de un Pollock debutante y le compró un establo para que pudiera pintar tirándose en el piso y arrastrando su cuerpo sobre la pintura. Ella ya usaba aros diseñados por fabricantes de móviles y maquinarias lúdicas. Se puso uno de Tanguy y otro de Calder para la inauguración de su segunda galería, en la que exhibiría todas esas obras que tanto molestan a los aduaneros burocráticos. Peggy no se quedaba quieta. Tuvo que llegar a Venecia para vivir allí sus últimas tres décadas de vida. Antes, compitió con Pegeen por el mismo hombre y se concentró tanto en sus cuadros que se olvidó de sus hijos. En su quinto intento de suicidio, Pegeen se tragó una caja de somníferos y no falló. Pero Peggy no podía parar. Montó su museo en un palacio "non finito", como su nariz, que había alojado leones traídos de Oriente y una marquesa con un leopardo. En un salón colgó los dibujos de Pegeen, una frágil criatura rubia haciendo equilibrio junto al borde de la laguna.
En el patio del palacio que mira al Gran Canal colocó una escultura ecuestre con un jinete impúdico de falo rotundamente erecto. Peggy atornillaba o desatornillaba el falo según la sensibilidad de sus invitados. Si algún invitado le gustaba mucho, se lo llevaba al patio y empezaba a acariciar el falo de la escultura como al descuido, hablando de trivialidades. Peggy era tremenda. Pintó su habitación de color turquesa y le encargó a Calder un cabezal de plata. En los cinco libros de huéspedes de su palacio dejaron notas, dibujos y poemas desde Capote a Cale. Usaba unas demenciales gafas de sol, cuya réplica por supuesto te venden ahora en la tienda de su museo. Había instalado su propio trono de mármol en el jardín de las esculturas. Cada noche, volvía a casa en góndola con alguno de sus entrañables perros.

En vísperas de su muerte, el agua de la laguna subió y subió y Sinbad (que no era marino pese a su nombre) corrió a salvar las obras y los libros de huéspedes de su madre moribunda. Desde el principio hasta el final, el agua amenazó con llevárselo todo, empezando por su padre y terminando por sus tesoros. Los de Peggy, que invariablemente tenía una sed que nada parecía calmar. Sus huesos descansan en el jardín y no los acompaña ningún hombre o mujer de los que se enredaron en sus sábanas. Les hacen compañía sus beloved babies. Catorce perritos que jamás le hicieron preguntas, jamás le pidieron dinero y jamás saltaron de su góndola. El último, con un timing perfecto, la estaba esperando desde hacía dos días, en ese lugar adonde Peggy viajó por última vez y no sabemos dónde queda.

Foto: Hernán Marturet

4 comentarios:

  1. Brillante narración.Inaferrable la vida de esta mujer… si te soy sincero aborrezco a los Guggenheim, aun viéndolo con perspectiva, me puede la actual fundación. Es una industria cultural “convertida en la forma más refinada de dominación al servicio de la opresión”, que al igual que el resto, produce marcas antes que productos. El consumo cultural ya se ha pactado y ha copado una posición relevante en la economía actual... Y ahora con tu permiso Mariel, me salgo del tema para informaros:

    Informo a los presentes que la fundación Guggenheim prevé abrir un nuevo centro en la zona de Urdaibai (En el Pais Vasco, cerca de Bilbao, reserva de la biosfera con un enorme valor ecológico, y para más inri es donde se encuentra el pueblo del cual proviene mi familia y en el cual veraneo). Quieren volver a jugar la carta del museo de Bilbao, un paradigma cultural que ellos dicen revoluciona (y yo digo destroza) la zona.
    La noticia dice: (…)La nueva sede del Guggenheim, que ocupará los terrenos en la orilla de la ría de Gernika, en Sukarrieta, donde hoy tiene la BBK sus instalaciones de ocio dirigidas a los niños, pretender ser también un hito en el terreno arquitectónico, aunque por las exigencias del entorno, Reserva de la Biosfera, deberá responder "a un tipo de arquitectura ecológica y sostenible", según se detalla en el convenio suscrito hoy (…)El diputado general ha recordado que este proyecto forma parte de un plan "mucho más ambicioso", que incluye, entre otras medidas, la construcción de nuevas carreteras, con el propósito de fomentar el desarrollo económico de la comarca y permitir que sus habitantes "puedan seguir viviendo allí". (…)

    Seguro que será un edificio puntero referencial en esa nueva farsa de la arquitectura ecológicamente sostenible… pero que se lo metan en su puto desierto de Mojave y nos dejen en paz.

    Perdón por el exabrupto querida Mariel, es que me quema el tema y quería que supierais que habrá un bonito nuevo museo-cementerio en mi tierra, jeje.

    Salud Buenos Aires!

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  2. Brillante final. Sí, que se lo metan en su puto desierto de Mojave. Como en las telenovelas de la tarde, los ricos también lloran y embarcan con Caronte junto a sus mascotas. Yo también aborrezco a los filántropos de fortunas de dudoso origen y cada vez que entro a sus museos, o a una sala que les ha sido consagrada, siento que tengo derecho a robarme todos los cuadros, porque no fueron pintados para ellos, sino para todos nosotros. Has sacado el tema de la industria cultural y sus usinas, Bash, menuda cuestión. Pensar que las obras de los Rodchenko y los Malevich duermen en esas cárceles de lujo, que solo podemos verlos porque sus donantes los donaron y que nunca podremos verlos de otra forma hasta que el camino curvo nos enseñe otra forma de estar en este mundo ...

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  3. "hasta que el camino curvo nos enseñe otra forma de estar en este mundo..."

    Me apunto a declararle la guerra a la verticalidad, a los ángulos y a las ideas rectas. Seamos oblicuos, isósceles.

    Hagamos a fotosíntesis.

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