PÁJARO DE CHINA

viernes, 26 de junio de 2009

TODAS QUERÍAMOS SER FARRAH


Con mis mejores amigas de la escuela primaria jugábamos a ser Los Angeles de Charlie en la terraza de mi casa de la infancia. Todas queríamos ser Farrah. A ninguna le daba la estatura ni el color de pelo ni la cara. Entonces una, la líder ocasional del grupo, decidía que de todas formas ella sería Farrah, que era como decir: seré la reina. Farrah parecía tener el doble de dientes y el doble de pelo que los comunes mortales. Tenía también unos ojos azules como el mar y parecía haberse tragado todo el sol de California. El sol no la iluminaba. Farrah destilaba sol. Buscábamos las revistas con su cara y guardábamos los pósters que la eternizaban, aunque nosotras fuéramos niñas y ella, una mujer. Nos seducía más que los galanes, porque secretamente hubiéramos deseado contagiarnos por ósmosis su belleza radiante, apretando sus fotografías contra el pecho. Era la década del '70 y las mujeres habían participado por primera vez activamente en una revuelta, en París, hacía dos años. Era la época dorada de las series con heroínas. Ahora ya no queda ninguna. Como me dijo hoy Alice, Lara Croft no le llega ni a los talones a Los Angeles de Charlie. La saga cinematográfica que intentó revivirlas fue un intento patético y fallido, porque las místicas nacen y mueren una sola vez. En aquellos tiempos no existían las prótesis ni el colágeno y los ángeles empuñaban la pistola. Como si fueran cowboys, pero en bikini o pantalones oxford y camisas anudadas a la cintura. Es posible que sienta a Farrah muy cercana porque jugué a ser ella y crecí viéndola transmutarse y, últimamente, sufrir. Así como otros habían filmado su esplendor, ella decidió filmar su agonía. Que la enfermedad se ensañara con Farrah y le arrancara a mechones su cabello, el mismo con el que creara un peinado icónico que tantas copiaron y osaron repetir, sin éxito, no hace la vida más democrática, sino más impiadosa. "No quiero morirme de esto", dijo Farrah en voz alta. Y yo tampoco lo hubiera querido. Hay ciertos sueños y juegos del pasado que la vida no debiera atreverse a tocar. Debería retroceder impotente y espantada ante la hermosura, como el conde Drácula ante la luz del día. No debería invadir con su horror la terraza mágica de aquellos días en los que bastaba con declararse Farrah por decreto infantil. Allí, donde jamás nos pasaría nada, teníamos una patineta trajinada de rueditas rojas. No sé, ni quiero saber, dónde está ahora. Lo que sí quisiera es volver a tenerla, correr con ella bajo el brazo escaleras abajo, treparme resueltamente a su base firme, inclinar el cuerpo, extender los brazos y empezar a tomar velocidad. Correr y correr sorteando los obstáculos con el pelo al viento y que la patineta me lleve adonde quiera, porque seguramente será un lugar lejos de la intemperie que sin pedirlo conocí después de haberla perdido.

8 comentarios:

  1. Aquellos eran ángeles,no?
    Me acuerdo de ver la serie a principios de los 80 con mi mamá,era divertido.
    Una bella menos en el mundo.

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  2. "[...]porque las místicas nacen y mueren una sola vez."

    Con la patineta de la infancia, que siempre tenía sandalias rojas (cómo soñó Blas de Otero), ruedas rojas (como soñaste tú), todo recorrido carece de tiempo. Y ahora sólo quea el color de la sangre.

    Empeñarnos en crear monstruos a los que somos capaces de vencer es el reflejo de nuestra impotencia hacia la verdadera obscuridad, y eso es lo verdaderamente triste, lo que las ruedas, sandalias, sangres rojas, cantan cuando el tiempo pasa por ellas.
    A veces me gustaría no ser tan pesimista.

    Un saludo Mariel.

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  3. La que llegaba última tenía que conformarse con ser Sabrina. La ventaja es que tenía la voz más fácil de imitar y una podía sentirse mujercita con pocos elementos. Jaclin Smith también tenía mucho éxito. Cris, la hermana postiza, no nos convencía a ninguna...

    No sé si las niñas aún jugarán a ser sus personajes favoritos. Yo estoy segura de que buena parte de mi forma de ser viene de aquellas épocas de practicar una especie de psicodrama, en que no siempre podías ocupar el papel que querías... Gracias por recuperar esas épocas para nosotros. Me he sentido con lo que en aquellas épocas era sólo un "monopatín", y ya estaba comiendo un chicle bazooka y mi bolsita de insustituible sidral.
    Una entrada preciosa, Mariel. Un abrazo

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  4. Querida Mariel:

    los héroes de los setenta nos abandonan. Hace poco, entre la gente de mi generación (que pasamos nuestra infancia más bien en los ochenta), recordamos la muerte de Kwai Chang Kein (nadie lo llamaba David Carradine) a quien conocíamos, sin más, como "Kung-fú". Una muerte que nos tocó, a mí en lo personal porque anhelaba esa placidez, esa sabiduría y ese despojamiento de quien aspiraba a ser "humilde como el polvo".

    La serie Los ángeles de Charlie no la he llegado a ver pero entiendo perfectamente lo que cuentas...

    abrazos

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  5. Dedos de Pólvora: Sí, supongo que aquéllos sí eran ángeles, sobre todo porque nosotros teníamos una mirada no contaminada, capaz de verlos como tales. Me encanta imaginarte chiquito, sentado junto a tu mamá, viendo a esos ángeles sexies y combativos por la tele. Besos nostálgicos.

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  6. Portinari, te entiendo, sí, cómo te entiendo. En un recorrido en patineta el tiempo es abolido y todo lo que brilla y lo que espanta suele ser rojo (¿rojo-Rothko?). A veces me gustaría no ser tan melancólica. Besos en sandalias (rojas).

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  7. Susana, me hacés sonreír y emocionar, como siempre. Sí, sí, una se apuraba para no ser Sabrina, ser Sabrina era una especie de premio consuelo. Podía sin dudas ser la más cerebral e inteligente, la más elegante, la más sobria, pero no queríamos eso. Queríamos ser la chica del póster. Es verdad, eso era psicodrama. Jugábamos y hacíamos psicodrama simultáneamente. Deberíamos hacerlo cada día y posiblemente no sentiríamos que hemos perdido el monopatín.

    Besos que luchan para no desangelarse.

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  8. Stalker querido, uno siente que se queda más solo cuando los héroes de la infancia lo abandonan, ¿no? Siente que ellos sí deberían ser inmortales, como si su inmortalidad pudiera extender su sombra sobre uno mismo como un ala. Reclama esa especie de justicia poética, que es la última a la que estamos dispuestos a renunciar. A mí también me gustaba Kung-Fu. Para mí (te llevo unos años, Búfalo) fue sobre todo Bill, esa encarnación del amor-odio para Beatrix Kiddo en Kill Bill. El último de la lista de la venganza para Beatrix Kiddo, el último de todos los de la lista que debía morir.

    Besos de polvo.

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