Mañana la ciudad puede quedar sepultada bajo la nieve.
La ira de un huracán puede arrancar los árboles de cuajo
y convertir los automóviles en insólitos pájaros metálicos.
Los parques pueden incendiarse
y entrar en combustión hasta consumirse.
Mañana pueden extinguirse definitivamente las ballenas
y derrumbarse las últimas catedrales.
Puede temblar la tierra hasta perder la razón,
abriendo grietas que atraviesen las zonas abisales.
Mañana puede comenzar una intensa lluvia que no cese jamás.
Hubo una vez un imperio romano. Hubo una vez Constantinopla.
Hubo una edad en que los monjes custodiaban los libros sagrados
y se escribían exquisitos manuscritos, iluminados.
Hubo un asedio de Antioquía, durante la primera Cruzada,
y nueve caballeros franceses que crearon la Orden de los Templarios.
Hubo una tarde en que Van Gogh decidió
internarse voluntariamente en el asilo de Saint-Rémy
y tardes en las que pintó cipreses y noches estrelladas.
Hubo cipreses y noches estrelladas que nacieron, probablemente,
para entregarse y confundirse con su imagen pintada.
No seré yo quien recuerde
todo lo que una vez hubo para que alguien lo mirara.
Un perfil adolescente adorado por el emperador Adriano,
grabado en la cara de una medalla perdida
e imaginado siglos después por una joven mujer
que no sabía muy bien si lo escribía en París. O lo soñaba.
Dáselo ya, antes de que te lo quiten.
Dáselo ya, antes de que lo pierdas o lo alejes.
Porque mañana puede despertarse el volcán
y lamer tus talones con su lava.
Hubo una vez un mediodía en Pompeya
que de pronto se convirtió en una noche eterna de cenizas.
Plinio el Joven lo vio, desconcertado,
y se lo contó al historiador Tácito en una carta.
Plinio vio cómo Pompeya entera desaparecía,
a treinta kilómetros de distancia.
Dale esa carta ya, antes de que anochezca.
Dásela ya, antes de no tener el valor de enviarla.
A ella la vi con un vestido blanco y ese pelo rotundamente rubio,
La imaginé con las runas talladas por sus manos
y sus austeros cuencos de oraciones,
su música y su singular astrología,
que de nada servirían, que no serían nada, sin ella.
Dale ya lo que tengas, antes de que se vaya
(de que se vaya ella o lo que tengas). Dáselo.
A veces veo pasar los trenes lentamente,
veo la cara de la gente que se va con los trenes que pasan.
Gente con una historia que jamás conoceré,
yéndose frente a mí, que estoy mirándola.
Alguno de ellos hubiera podido ser mi amante,
mi enemigo, mi cómplice, mi confesor, mi asesino,
o simplemente nada.
Sin mí, sin ellos,
que nos cruzamos en un instante que también se va.
Hubo una vez un instante y un tren con algunas caras.
Suena en mi cabeza la música de una película de Wong Kar Wai,
me pongo un poco triste por todo eso que dijiste alguna vez,
sin que yo lo escuchara.
¿Alguna vez escuchaste Yumeji’s Theme?
Nos rozábamos en una escalera, en direcciones contrarias,
no se sabía bien quién subía y quién bajaba,
y ese roce hubiera podido ser … no sé, algo que aún estuviera
y no algo que ya se fue, como Pompeya,
como los monasterios medievales,
como la carta que Plinio alguna vez escribió
y los cipreses y las estrellas
que un hombre poseído pintó para que no escaparan.
A ella la imaginé conmovida en la India,
simple como los versos cual haikus de los lamas.
Dale esa palabra que te oprime el pecho. Ella es real.
Dásela antes de que sea una cara en un tren
y no puedas soportar Yumeji’s Theme
porque Yumeji’s Theme sea el equivalente musical de recordarla.
Y puede ser más grave todavía. Dásela antes de olvidarla
(a esa palabra o a ella). Dásela.
Si estás seguro de que no va a dañarla,
aunque no estés seguro todavía de si ella será tu salvación
o una prueba, un ensayo, una estación temporaria de tu mapa.
Ella está ahí, afuera. No es tu obsesión ni es la histeria
ni la hija de tu necesidad de amar.
Ella puede convertirse en tu paz necesaria,
esa con la que se sobreviven las catástrofes,
naturales y humanas.
Suena Yumeji’s Theme y pronto va a amanecer
y el mundo va a ponerse en movimiento, otra vez,
para mí, que estoy acá sentada.
Viendo a mis perros dormir y a mis plantas crecer
en estricto silencio
para que yo las vea florecer. Mañana.
No habrá un imperio romano ni otro pintor igual en Arlès
ni otro adorado Antinoo ni otra ciudad idéntica y borrada.
Pero está esto que está, para nosotros,
en el espacio y el tiempo que nos fue concedido.
No esperes, no lo dudes, si ya no te cabe en la garganta.
Dáselo ya. Suena Yumeji’s Theme. Todo parece en calma.
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