Pastry Case I, Claes Oldenburg, 1961-1962
Qué no daría yo por robarme el postre y por comerlo al principio de la cena y no al final, para invertir la lógica de la promesa de la felicidad luego del calvario. Miro a mi alrededor y pienso cómo meter la mano en la vitrina para alzarme con la presa. Comprarla me parece un insulto, porque me la gané con años de donaciones involuntarias a las corporaciones pasteleras. No me vengan con que todo tiene su justo precio, porque el precio es casi siempre exorbitante en relación con el sueldo que te pagan y la diferencia puede llamarse, por caso, plusvalía. Plusvalía robada. Si todas las manos se infiltraran como guantes de seda en las vitrinas para quedarse con el pastel que les corresponde, se rompería sin remedio la lógica de la producción y su hija homicida, las relaciones de producción envenenadas. Pero yo no pienso esperar a que todas las manos se pongan de acuerdo. Me conformo con la idea de pequeños y múltiples grupos de manos organizadas, que violentan delicadamente vitrinas mejicanas, neoyorquinas y japonesas para arrebatar un par de muffins de arándanos o una porción de cheesecake. Hurtos estratégicamente dirigidos contra las grandes cadenas reposteras y no contra la modesta y autogestionada panadería del barrio. Espero que entren más clientes, me hago la distraída y salgo con la copa de helado a paso sostenido y cara descubierta. La clave para no ser descubierto es creer, como es cierto, que el helado no te lo robaste sino que te pertenece por derecho propio. El helado se derrite y empieza a mancharme las manos. Más manchadas las tienen ellos y de manchas que no se quitan con jabón ni se lamen con la lengua agradecida por la frescura arrebatada al orden de las cosas.
Qué no daría ella por que él pasara esta tarde por la pastelería antes de volver a casa y la sorprendiera con una torta de frutillas. Y más aun, que le pidiera arrancarle las frutillas de la boca con sus dientes expertos y labios codiciosos pintados de escarlata que se están secando, se están resquebrajando con ganas de clavarse en su cuello hasta que se desangre. Después se preguntan cuándo nace una chica vampira. Posiblemente cuando su boca asiste desolada a la mutación del placer en deber conyugal o a la consumación reiterada del placer sin innovaciones. De la tranquilidad aparente a los colmillos furibundos hay un paso.
Qué no darían ellos por comerse por lo menos las sobras de un pastel ajeno.
Qué no daría él por que no quiebre la pastelería y no tener que levantarse mañana sin trabajo de pastelero. Y él para que se incendie la pastelería donde ha sido tantas veces humillado. O donde ha transcurrido la mayor parte de su vida sin que le pase nada. Que no daría para que le devuelvan las horas muertas en las que su cabeza fue un estanque sin peces, sin temblores y sin piedras arrojadas al agua, una cabeza prolijamente anestesiada cuyo límite es la entrada de la pastelería.
Qué no darían ellos por no perder la posibilidad de comprar pasteles. Se pondrían los trajes del esclavo moderno e hipotecarían sus casas y sus sueños, muertos de culpa ante la sola idea de no arropar a sus niños con mousse de chocolate o pasar vergüenza ante los amigos por no acceder al strudel de manzana.
Y como escupiríamos todos, al unísono, el pedazo que nos ha sido prometido, al intentar morderlo y sentir rechinar la dentadura contra el plástico, descubriendo que todos, todos los postres que anhelamos eran falsos.
Muy bueno el final.
ResponderEliminarLa verdad es que yo los veo tan apetitosos y luego al final casi nunca me gustan cuando me tengo que comer uno.
Pero el texto tuyo es mucho más profundo y tiene muchas lecturas. Esta muy bien.
(A veces no me deja mandar respuestas) A ver si tengo suerte.
Un abrazo.
...Curiosamente, querida Mariel, la tierra prometida suele ser siempre falsa, o al menos no tan ideal como nos habían prometido, sino más resquebrajada, menos intensa, menos luminosa, cegadora; en definitiva, mucho menos de aquello con lo que nos relamíamos entre la promesa y la imaginación...
ResponderEliminar...Relamerse ante el postre y ante todos los sueños que uno se ha constuido a medida para que no se resquebrajen, para que no se derrumben, para apuntalarlos, es un arma de doble filo que es como "el sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa, cambiando lo amargo por miel y la gris ciudad por rosa, te hace bien tanto como hace mal"...
...En fin, mi querida Mariel, devorémonos, que, al final, es lo único que nos queda...
Lola, ¿no es así? Los pensabas increíbles y después te dan ganas de devolverlos. Te sentís engañada o equivocada o ambas cosas. Gracias por estar ahí, aquí. Besos verdaderos.
ResponderEliminarQuerido Migue: Dicen que el único paraíso que existe es el perdido pero yo no me creo esa nostalgia del pasado, porque el pasado tampoco fue ese paraíso. ¿Estará el paraíso en tu mar interminable? ¿En los ojos de las gacelas narradas por Saint Exupery? ¿O en la experiencia de devorarse, sí, que es como nadar en el mar del otro con furia y ternura de gacela? Ay, ese Viernes 3 am ... Todo lo que te hace bien siempre te hace mal ... Migue, vos sos un viajero (no un turista) y tenés cartas de residencia profunda, lo sé, en cada una de las ciudades por las que has pasado. Podés cambiar de sexo y de Dios, de color y de frontera, pero en sí, nada más cambiarás, serás el mismo absorbiendo todo en todos los lugares. Besos nómades.
Mariel, ese trozo de pastel que es legítimamente nuestro y al que no podemos acceder sin cargar el estigma del ladrón. Esas grandísimas corporaciones que se han hecho grandes y ricas a fuerza de prometernos pedazos de crema o chocolate, que después resultaron plástico fino con bonitos colorantes. Si todas las manos que saben que aquel pastel les pertenece, una vez repartido entre los que están, se pusieran de acuerdo... al mismo tiempo... si le arrebataran al infame lo que creó con el sudor ajeno... La vida es una enorme pastelería de una cadena multinacional en la que, cuando por fin podemos acceder a lo que nos llega, nos mellamos los dientes con su detestable sabor a cemento pintado. Y sabemos entonces que todo era mentira, y que jamás van a dejarnos acceder a la porción XS de nada. Tendremos que conformarnos con nuestro estanque sin peces, sin piedras que lo hagan temblar, con nuestro estanque de aguas muertas.
ResponderEliminarMagnífica entrada, Mariel. Magnífico escaparate. Lo miro y veo pasteles pero también mi rostro reflejado en el cristal, mirando...
Un beso enorme y realmente dulce.
Susú: Tu comentario es tan certero y contundente que solo puedo recoger la bala. Y besarla. En tu estanque no hay aguas muertas. Tu estanque vibra y está lleno de reina, de perro, de amigos, de música, de poesías y de todo lo que tocás para embellecerlo y dignificarlo. Yo también miro el cristal, cada vez menos, por suerte. También en esa mirada nos reconocemos. Abrazo de carne y hueso.
ResponderEliminarY a veces el pastel llega tarde y subraya el olvido, como en aquel cuento de Carver - "Scotty, ¿se ha olvidado de Scotty?". La injusticia del olvido de aquellos a los que no llegaron los pasteles y que no entienden de sistemas productivos ni del trabajo del pastelero que exige su justi-precio.
ResponderEliminarMariel:
ResponderEliminarme apunto a tu delicado y sutil ejercicio de terrorismo urbano.
Recuerdo la anécdota de un hombre al que encarcelaron porque se acercó a un palacio del actual rey de España (sí, aquel títere que impuso el dictador) y reclamó el ladrillo que le pertenecía, el que había pagado con sus impuestos. Siempre imaginé qué ocurriría si mil, si diez mil personas se plantaran y exigieran su ladrillo (o su croissant). ¿Se atreverían a reprimir la "turba enloquecida"?
Sospecho que sí.
Bienvenida tu insumisión repostera...
abrazos
Sentía un gusto artificial hace rato, pero lo adjudiqué a la baja de costos en los insumos, Pero no.
ResponderEliminarMe das la noticia de que es el devenir natural de las cosas, que lo que se nos prometió como maná es burda golosina trans.
No si te agradezco el desencanto, pero sí el texto: exquisito.
Mi querido Lug: Scotty, sí, se han olvidado de Scotty, siempre se olvidan de Scotty. Carver lo sabía. Beso sus dos cabezas (las suyas).
ResponderEliminarStalker: Ya quisiera ver esa turba enloquecida. La reprimirían, seguro, pero dudo mucho de que pudieran con ella. Sé que estarías en la primera línea de los terroristas urbanos. Un abrazo muy fuerte.
Mme. Demot: Qué alegría tenerla por acá. El Pájaro de China acaricia con sus alas los hombros de Mme. Demot. Mejor unirnos en el desencanto, para planear las estrategias de fuga y sedición. Ya la enlazo para tenerla cerca cada día. Besos insumisos.