Agua, Mary Fay, 1947
Una tarde, hace ya muchos años, a bordo de un tren y pasando las páginas de una vieja revista francesa de ilustraciones que había encontrado olvidada en un bar de la estación, vi por primera vez un dibujo de una tal Mary Fay, a quien jamás había escuchado nombrar. Era el dibujo de un par de zapatillas gastadas y con los cordones flojos, trazado con grafito sobre un papel ajado y de modesta calidad, calzadas por un ser de rostro y sexualidad inasible, ya que el dibujo se acababa a la altura de sus rodillas. Llevaba un pantalón descuidado que dejaba al descubierto parte de las piernas. Me impresionaron esas piernas de autómata. Parecían salidas de un diseño industrial de la Escuela Bauhaus o hermanarse con las del Pinocho de Carlo Collodi. Las zapatillas de maratonista impenitente, ese fragmento de extremidades disruptivas y extrañas y el pantalón displicente de entrecasa podrían haber protagonizado, separadamente y con idéntico rango jerárquico, un único dibujo. Recorté la página que los incluía y la metí en un cuaderno, dentro de la mochila.
No sabía cuándo ni dónde había nacido Mary Fay. Lo cierto es que no podía encuadrarla en escuela académica o movimiento artístico alguno. No era una Artemisia Gentileschi ni una Berthe Morrisot. Tampoco se dejaba adueñar por las vanguardistas del último siglo. Parecía escapar a cualquier intento de sistematización periódica y a todas las enciclopedias y manuales, porque no había dejado rastros en ninguna de ellas. Visitaba por unas semanas a una amiga en Londres y llevé el dibujo al Departament of Prints and Drawings del British Museum. "Lo único que sabemos de Mary Fay es que nació en las afueras de Dublín, que nunca salió de los alrededores y que está viva. Aparentemente dibuja y pinta pero no tenemos ninguna de sus obras en nuestros catálogos".
Mary Fay era una artista fantasma y yo no estaba lejos de Dublín. Al día siguiente, me fui a la prima pobre y literaria de Londres, donde las monedas tenían imágenes de animales o instrumentos musicales, me quedé sentada un rato a orillas del río Liffey y caminé instintivamente hacia el Trinity College. Entré en la biblioteca más hermosa que había conocido pero pasé de largo ante los manuscritos iluminados irlandeses. El dibujo de Mary Fay era un imán más atrayente que la caligrafía exasperantemente cuidadosa del Libro de Kells. Se lo mostré a uno de los viejos bibliotecarios, en silencio. Le pregunté si conocía a la autora. Sonrió y me dijo qué interés podía tener alguien venido de tan lejos en una mujer que rara vez salía de su casa y no tenía el más mínimo interés en vender su obra. "Simplemente quiero conocerla". Me miró a los ojos, escrutándolos. Sobre un papel tan ajado como aquel que parecía haber utilizado Mary Fay para su dibujo escribió una dirección y murmuró: "Trabaja hasta tarde".
Me habían confiado un tesoro. Tomé un tren y llegué a una casa con un jardín delantero poblado de árboles de dos copas y azaleas en flor. Llamé a la puerta y apareció en el umbral una mujer que había pasado largamente el medio siglo, con zapatillas notoriamente gastadas y un jogging gris. Tenía el pelo blanco y sedoso y un cigarrillo en las manos. Le mostré la página de la revista y ella se señaló las zapatillas y los pantalones. Había dibujado una parte de sí misma sentada en la mesa de la cocina. Vivía sola y tenía una tortuga llamada Cleopatra y una cara cincelada de rasgos duros e inolvidables. Acumulaba desordenadamente varios atriles, óleos y telas en su habitación. No entendía por qué yo estaba allí. Y yo miraba fascinada esa república en miniatura, como si fuera una cámara de maravillas. Vi un cuadro de bañistas antiguas, recostadas y erguidas en un puente sobre el agua, frente a una construcción que parecía ser un viejo hotel balneario europeo. Eran crisálidas o libélulas, desplegando telas como banderas al aire, impecablemente diversas hasta en sus minúsculas torsiones musculares. Los colores brillaban e invadían como un perfume indescifrable, hasta marear. "No está terminado", comentó, exhalando el humo del cigarrillo. "Nunca logro terminarlos. Y se nota. No hay nada más difícil que pintar el movimiento del agua. Puedo pasarme días persiguiéndolo".
Mary Fay tenía que irse al bar, donde solía quedarse un rato cada noche. "Podés llevártelo", dijo encogiéndose de hombros. "No creo poder terminarlo nunca". Reparé en que firmaba con seudónimo pero no me explicó por qué. Le comenté que tenía ganas de escribir un libro de cuentos para niños y que sabía que pedírselo era un atrevimiento, pero creía que ella era la única que podía ilustrarlo. "No hay problema", asintió, sonriendo. "Podés enviarme los cuentos por correo".
La acompañé hasta la entrada del bar con mis bañistas bajo el brazo, envueltas cuidadosamente (por mí, no por ella) en una bolsa de supermercado que rescató de un cajón de la cocina. "No se trata de las bañistas", me dijo. "Se trata de lo que les provoca el agua". La fotografía no hace justicia al cuadro de Mary Fay que viajó hasta casa. Es la primera imagen que deseo mirar cuando estoy triste, para que el agua me lama las puntas de los pies y me permita recuperar la noción del color mientras extiendo los brazos, en puntas de pie, sobre un puente que no puede partirse.
Presupongo que habra un (II)... espero ansioso. Fascinante. ¿Donde lo tienes "puesto"?
ResponderEliminarSaLuz
Mariel, tu vínculo con la pintora pone la piel de gallina. Las primeras notas de Glory Hole, que suenan mientras empiezo a escribir, parecen acompañar desde otro tiempo también a las bañistas de Mary Fay. El movimiento del agua es imposible de retratar, pero no su efecto. Surgen alas, las rocas se estampan alegremente y el cuadro se llena de colores. Quizás Mary Fay era una sirena, y el agua le quitaba sus zapatillas raídas por el tiempo y le regalaba una agilidad en forma de cola de colores.
ResponderEliminarTú llegaste a su casa -árboles de varias copas, por supuesto- que ella, más que nadie, creía modesta y sin grandes méritos, porque creíste en ella. Probablemente no fuisteis muchos los que alcanzásteis la gracia de ver el gesto de su pintura, y no la técnica, su espíritu libre bajo el agua, y no sus viejas zapatillas sobre los suelos. Su persona, y no su rostro ni su sexo, cuya afiliación carecía para ti de importancia. Supiste que era una persona grande, una sirena con alas, y que nadie mejor que ella podía alcanzar las almas de los niños.
Mi gran admiración por ambas. "Guerrilla girls" donde las haya. De grandes nombres y pequeñas firmas. Su mar nos libera, tu palabra nos atrapa; ambas nos hacéis crecer. Creo que me está naciendo una segunda copa, Mariel. Gracias por inyectarnos una dosis de esa persona tan grande que llevas, sin duda, dentro.
Besos de colores, como sus bañistas...
(Comentario compartido con el blog del Trompetista Invisible)
ResponderEliminar...Querida Mariel, es bonita esa imagen de "soltar lo que ama": Jorge Drexler lo dice en una espléndida canción: "Uno conserva sólo lo que no amarra", y Oliverio Girondo (y en esto era "irreductible")no les perdonaba, "bajo ningún pretexto", que no supieran volar. Si no sabían volar perdían el tiempo con él...
...En cuanto a lo que dices del Señor Cohen, no tengo nada que añadir: tiene la elegancia de Bogart, de los que no tienen nada que perder, de los que no temen ni a los homicidas ni a los amantes feroces y mezquinos. No te imaginas nunca a Bogart o a Cohen llamando al teléfono de su ex a las tres de la mañana para reprocharle nada. Se beben una botella entera, se emborrachan hasta caerse, lloran, follan con otra y contra esa hija de puta, pero a la mañana siguiente se ponen su sombrero y salen a la calle con la cabeza bien alta a pesar de los latidos. Por eso los admiro y los adoro...
...Y sí, Hallelujah...
...Un abrazo...
No sabría decir por qué nos atrae algo. Por ejemplo no podría convertir en tesis la atracción hacia esta blog y sus escrituras. Parece que el movimiento del ojo y del alma no admite sociologías ni saltos dialécticos concluyentes. Sólo en las terapéuticas que uno poco a poco se construye cabe vislumbrar nexos, nodos y extrañas conjunciones - llamo terapéuticas a v.g. "Es la primera imagen que deseo mirar cuando estoy triste, para que el agua me lama las puntas de los pies y me permita recuperar la noción del color mientras extiendo los brazos, en puntas de pie, sobre un puente que no puede partirse".
ResponderEliminarSaber quién es uno - o digerir la certidumbre incierta de que hay que vivir sin saber quién es uno - es (la) tarea. Recorrer caminos inciertos para encontrar a Mary Fay - dejando de lado los lustrosos libros iluminados (en todos los sentidos de la palabra) - es tarea que la honra, querido pájaro chino.
Bash: Tener un enigma en la vida es ya ser un afortunado. Mary Fay es el mío. Hasta hoy no he sabido donde poner su agua definitivamente, quizá porque con Mary Fay nada es definitivo. Por ahora descansa (que en ella es una manera de decir) sobre una caja con tapa de cristal dentro de la que duerme una mariposa pintada de color turquesa (¡como tu soñado pájaro uni-ocular!). Sí, claro que la historia seguirá. Porque siguió. Y sigue. Besos de agua.
ResponderEliminarSusú: Es posible que Mary Fay tenga cola de sirena. Es muy posible que ahora mismo esté nadando en quién sabe qué aguas. Todo es posible para Mary Fay, que solo admite su propia ley. Vos sos un árbol y no alcanzo a divisar su última copa. Pego mi ojo al telescopio pero solo alcanzo a divisar sus formas rozando la constelación de Andrómeda.
Migue querido: Los que no saben volar pierden el tiempo y se lo hacen perder a los demás. Hay tomar diariamente cursos de aviación, aunque me temo que ciertos tipos de vuelo se aprenden sin instructores. Cohen podría decir, con Bogart, "Todos vestían de gris y tú de azul" y, si la de azul traiciona, arrancarse con los dientes las esquirlas del corazón y cogerse a otra dejando las esquirlas brillando en la mesa de luz. Benditos sean. Abrazo con sombrero.
Bicéfala: No, la atracción no tiene ley. Solo las terapéuticas personales que unen con flechas las señales. Buscando a Mary Fay me voy buscando a mí misma. Sigo a Mary Fay como a la línea de un tatuaje que la quemadura del tatuaje no logra erradicar. Besos por partida doble (con usted tienen que ser necesariamente así).
"Se trata de lo que les hace el agua."
ResponderEliminarMe siento como una bañista naufragada.
Lizzy mía: Todos lo somos.
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