Me inquieta que la vecina de enfrente ni siquiera me mire con morbo. Si ni siquiera nos excita el morbo, de verdad estamos perdidos. Se asoma a la ventana con su impersonal atuendo de vecina como quien mira llover. No grita mi llama a sus hermanas mellizas. Aunque no tenga hermanas, alguien hará el papel de hermana y aunque no sea melliza, se parecerá mucho a ella. Todo se ha vuelto muy parecido, aunque no se note. Llueven flores dentro de mí pero ella lo ignora por completo. Honestamente tiene cara de ignorarlo todo, por lo que asumo debe de ser una persona medianamente feliz, con una existencia sin grandes sobresaltos. Yo ya salté y ahora quiero flotar. Sísifo se cansó de empujar la piedra. Castigado porque sí, sin haber revelado secretos ni atacado viajeros en el camino. Harto de ser el engranaje intercambiable de una maquinaria desconocida y el eslabón esclavo de una cadena despreciable, dije basta. Para decir basta se requiere coraje. El coraje puede acumularse en saquitos de té durante décadas. Llega el día y uno se lo toma de un solo trago. Lo que era tronco podrido y rama mustia se purifica y florece súbitamente. Adopta, para mi sosiego, un lánguido color rosado. Liberado y leve, no tengo nada que perder hasta que te veo.
La chica del vestido floreado con ribetes naranjas, frotando su rostro como una gata en celo contra el cristal de la ventana, aparece en el transcurso de una espiral encantadora. Desde arriba se ve todo limpio y ordenado. El problema es bajar y acercarse y constatar la mugre y la celebérrima teoría del caos. También me tiene harto. Que el tifón y el batir de alas y la mariposa y Pekín y todos sus pekineses en bicicleta. No puedo evitar acercarme una y otra vez a tus ojos de cielo prometido y esas manos que parecen rozar mi pelvis. Tus labios de churrasco pegoteados en señal de invitación, el deslizamiento de tus palmas provocándome. Jamás he visto una piel tan próxima y distante ni deseado con tanto ardor residir en ella. Es evidente tu condición de rehén lista para la fuga. Qué pena no ser paracaidista ni humilde limpiavidrios, para astillar tu prisión y aferrarte resueltamente a mi cintura, como un superhéroe. No he conocido algo más inquietante que esta sensualidad deforme. No podríamos estar más solos. Si te alejaras del cristal comenzarías a asemejarte a la vecina. Pero se te ha ocurrido refregarte y esa es mi condena. Te hacés la graciosa, aun en estado de cautiverio. Te dedico una sonrisa cómplice, en estado de epifanía fatal. Y todas las flores que me salen del pecho. Hasta me doy el lujo de ascender un poco, para modificar el ángulo de visión de esta visión en la que te has convertido. Lo que más me duele es que seas real.
Años imaginándote para perderte así, por culpa de una ley tan previsible como la ley de gravedad, que aprendemos con la primera caída y tendemos a olvidar para volver a caer. Tu pedido de auxilio es irresistible, especialmente para alguien tan muerto de aburrimiento como el que suscribe estos desordenados pensamientos que no conocerás. Me pregunto de dónde saliste. Me desconsuela no poder rescatarte. Guardá estas flores para comértelas de a poco, en mi memoria, y recordá estas inútiles verdades: el suicida nunca cae en línea recta y su ojo puede enamorarse en el último instante.
(Llega Susú y me dice al oído: El suicida sale de una ventana anónima, de una línea fabril anodina, de una roca caída que debe remontar una y otra vez. Y es cuando decide romper con todo ello que le surgen las alas, que ve claras las diferencias de los cristales habitados, que mira a los ojos ajenos para ver el cielo, que siente próximas las flores.
Todos debiéramos suicidarnos de la inexistencia de la vida al menos una vez. Juntar las bolsitas de té del coraje para enviar a la luna de un puntapié esa puta roca que nos esclaviza, para mirar a los ojos a esa niña del vestido de flores, para confirmar o desmentir que nuestra vecina (que se viste, sin más, de vecina) tiene una vida medianamente feliz. Debiéramos todos asesinar sin piedad los anonimatos que nos rodean y vestirnos con las alas que alcanzan a ver las flores del fondo. Debiéramos hincar nuestra daga sobre la intercambiabilidad de nuestra persona en una cadena de montaje, para que cada vecino, cada cristal de ventana que enseña el mundo a su manera, supieran de nuestra infinita singularidad).
50% of Cinquante-Fifty, Pipilotti Rist, 2000
Leo primero, veo después, y vuelvo a leer, el mismo texto pero convertido en otro, de signo casi opuesto. Jamás salgo indemne de tus entradas. En tu caso, es completamente imprescindible que tomen ese nombre, porque nos 'entran' y se clavan en las carnes que nos sostienen.
ResponderEliminarEl suicida sale de una ventana anónima, de una línea fabril anodina, de una roca caída que debe remontar una y otra vez. Y es cuando decide romper con todo ello que le surgen las alas, que ve claras las diferencias de los cristales habitados, que mira a los ojos ajenos para ver el cielo, que siente próximas las flores.
Todos debiéramos suicidarnos de la inexistencia de la vida al menos una vez. Juntar las bolsitas de té del coraje para enviar a la luna de un puntapié esa puta roca que nos esclaviza, para mirar a los ojos a esa niña del vestido de flores, para confirmar o desmentir que nuestra vecina (que se viste, sin más, de vecina) tiene una vida medianamente feliz. Debiéramos todos asesinar sin piedad los anonimatos que nos rodean y vestirnos con las alas que alcanzan a ver las flores del fondo. Debiéramos hincar nuestra daga sobre la intercambiabilidad de nuestra persona en una cadena de montaje, para que cada vecino, cada cristal de ventana que enseña el mundo a su manera, supieran de nuestra infinita singularidad.
Mariel, salgo impresionada una vez más. Quiero invitar a cuantos me encuentre a comer flores... Y si causo tifones en Pekín, mucho mejor. Gracias por transformarme día tras día...
Besos que detestan las rocas que tanto nos pesan siempre.
Qué bueno. Eso basta como motivo para no suicidarse: enamorarse en el último momento. Si es que nada nos incrusta en la vida como el amor... estoy romanticoide, aish!
ResponderEliminarMe ha fascinado el sintagma "sensualidad deforme".
La señorita Pipilotta está muy loca, recuerdo una versión totalmente demencial que hizo del "Wicked game" de Isaak, desafinando como el infierno y chillando como una desesperada, me hace reir muchísimo.
besos de Sísifo
Me recuerda el caso de una amiga a quien una vecina se le tiró en el patio de su monoambiente, Creo que yo no hubiese podido sobrevivir esa escena.
ResponderEliminarEl suicidio es un acto de enorme, enorme coraje, tomado con shot de tequila o anidado durante siglos sin que nadie diera crédito a ese valor.
La pena es ésa: la posibilidad nada remota de enamorarse justo en la mitad del trayecto.
Un beso, pájaro.
p.d.: con escuchar a B.Biolay a tiempo(lo viste en vivo el año pasado? Ay.)la tasa bajaría enormemente, hay que hacerlo llegar a Suecia.
Susú-mía: No hay nada que pueda agregar a la lucidez de tus palabras. Solo subirlas a la entrada para que estén, si es posible a esta altura, junto a las que escribí. Besos que detestan lo que vos detestás y aman lo que ames.
ResponderEliminarRubén querido: Qué placer que estés romanticoide. Sí, una estocada en el último minuto bastaría para renegar de la decisión de tomarse el buque. Pipilotti por momentos se pone de atar. Por eso la quiero tanto. Su Wicked Game es fantástico. Y también su I'm not the girl who misses much (1986), un tributo deforme (como cierta sensualidad) a Lennon. Besos sisifescos que patean la roca.
Mme. Demot: Coincido plenamente con usted. Hay que ser un valiente para la retirada definitiva y debe de ser, en fin, insoportable que justo en la mitad del viaje aparezca el motivo para no irse. Y no, definitivamente, no es una posibilidad nada remota. Intuyo que para Mme. Demot nada es una posibilidad remota, ¡cómo me gusta eso¡.
Sí, lo vi a Biolay y se me aflojaron los calzones. Ay. Dos veces: Ay, ay. ¿No se le prendió fuego el miriñaque? Demot: cómo me hizo reír con el comentario. Por favor, tiene que leerlo Susú, que es del club del humor hasta el último minuto. Organicemos juntas una ONG a favor de las ganas de vivir: "Biolay en Bolas, sobre todo en Suecia". Besos que todavía se ríen.
No tengo clara la apología de la singularidad. Parece fantasmagoría; uno no puede, en el fondo, ser tan distinto de la vecina que, si miramos, puede tener su punto. Puestos a flipar en colores me quedo con el amor. Por inestable y omnipotente.
ResponderEliminar¿Texto optimista o pesimista?¿Texto intimista o texto político (micropolítico)?
Buen texto, como casi siempre, a sí que sobra decirlo.
En sintonía, sin necesidad de besos ni abrazos (y menos con la vecina, Bicéfala saluda al Pájaro
Bicéfala: El sentido del texto lo decidís vos. No creo que la vecina de la Bicéfala pueda escribir como la Bicéfala escribe. Detesto citar a San Agustín (es decir, a alguien con sotanas) pero ... ¿no será el amor una apología de la singularidad enamorada? "Soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo" ... Beso su cabeza doble (apuesto a que su vecina tiene solo una).
ResponderEliminary ahora quiero flores desde el pecho, extrema singularidad del caos deformado por la sensualidad vacua, una respuesta a "te amo", un "te amo" como respuesta, responder "te amo", todo en el último momento.
ResponderEliminarSuspirar la voz sin proferir palabra, dejar que me aplasten las rocas sin sentirme llorar; reir, reir, infinita, ante tal situación, y después, recobrar el llanto cuando el sol nazca de nuevo para compadecerse.
No hay nada como los últimos momentos de cada frase, precedidos por el movimiento de las letras... ansiando una llegada sin condición finita.
Mi Portinari: Lo sabés todo, aunque no lo creas. La intensidad consciente del último minuto. Suspirar sin proferir, ser aplastado sin sentirse llorar, reírse de todo y ansiar llegar para permanecer, en alguna parte. ¿En la memoria de la chica del vestido floreado? No estaría mal.
ResponderEliminar