PÁJARO DE CHINA

jueves, 9 de julio de 2009

DIAGNÓSTICO: BERLÍN



Christa Wolf publicó Leibhaftig (traducido al español como En carne propia, edición de Galaxia Gutenberg) en 2002. La novela es el itinerario de una enfermedad, un descenso a las razones profundas del trauma y una descripción fragmentaria de los mecanismos psicológicos de regreso al reino de los sanos. Solo hacia el final la protagonista abandona su cama de hospital, se pone de pie y contempla por la ventana de la habitación un lago iluminado, recuperando en el discurso la primera persona del singular (su "yo").

Antes, el relato es un flujo inconexo y desarticulado de la conciencia que alterna súbita e imprevisiblemente la primera y la tercera persona y que solo puede moverse en una sola dirección: hacia abajo, en un tiempo y espacio duplicados. El tiempo hospitalario sustraído a la cronología habitual de los relojes, ese tiempo dolorosamente lento que se pega al cuerpo como las sábanas, y el tiempo flotante e intermitente de los viajes mentales de la protagonista, una suerte de expedición arqueológica a los estratos de la ciudad de Berlín y de su propia historia. El espacio es el estrecho cuarto de hospital, con su rotación rutinaria de médicos y enfermeras, abierto por periódicos trayectos al quirófano y a las salas de diagnóstico por imágenes, y el espacio urbano berlinés proyectado mentalmente en cada pasaje de esa arqueología de la destrucción que Wolf pone en escena. El cuerpo colapsa junto con la República Democrática Alemana.

Los abscesos abdominales y los espasmos de fiebre son el emergente clínico de un derrumbe político y social. El cuerpo, la ciudad, el país y la historia han perdido la salud. Están imbricados y trazan una trayectoria semejante: habrá que cortar, revolver e intervenir el cuerpo (la historia, el país y la ciudad) para que puedan sanar. Ese gesto quirúrgico equivale, en el plano personal, al ejercicio de la memoria. Alguna vez debemos ir hacia lo olvidado y escuchar, de una vez por todas, los ruidos infernales de los torturados y las víctimas de las balas que han trepanado las paredes con su impacto. Bajar, con una linterna de bolsillo, al laberinto subterráneo de sótanos que funcionara como refugio antiaéreo en tiempos de guerra y espacio de colocación de dispositivos de control en tiempos de fascismos de derecha e izquierda. Llenarnos de polvo y avanzar en la oscuridad, recorriendo el campo de batalla que sobrevive debajo de lo visto. Mirar y reconocer, aunque resulte insoportable, nuestra ignorancia y nuestra indiferencia. Destapar, abrir y enfocar lo vergonzante y lo oculto, porque solo así el cuerpo impotente y agotado podrá curarse.

Es el principio Wolf: la sociedad se inscribe en tu cuerpo. Tu cuerpo registra los temblores, las miserias y los horrores de tu patria. La tarea está jalonada por aforismos nazis y partituras de Schumann, como el doble símbolo de lo que la patria puede prohijar para morder y acariciar la carne. Y dos recursos terapéuticos soberanamente elegidos por la enferma: la compañía de un libro de tapas azules, con poemas de Goethe, y de una enfermera llamada Kora Bachmann, cuyo apellido remite inequívocamente a esa poeta llamada Ingeborg que tanto influyera sobre Wolf.

La enferma vuela de la mano de Kora sobre los antiguos barrios de Berlín y desciende con ella a sus propios infiernos. Con ella vuelve al reino de los vivos, porque sabe que esa es la misión de Kora. Kora es la poesía, según la cual la muerte es un recurso de la vida para arrancarnos de nuestro letargo. Dice Wolf que el dolor que se siente al sufrir una pérdida es equivalente a la esperanza que hemos tenido. La esperanza es la hoja de tilo que cubre un punto exacto del cuerpo de Sigfrido, el punto que no puede bañarse en sangre de dragón y resta vulnerable, el punto por el que penetra la lanza de Hagen. Se sobrevive asomándose a la herida y reconociendo sus causas. Kora Bachmann vela nuestro sueño al borde de la cama. Y uno sutura la herida con dos manos: una empuña la aguja en la que se enhebró el hilo de la conciencia. La otra, un libro que no se pierde ni se suelta. Un ajado libro de poemas.

6 comentarios:

  1. ¿Cabe hacerse cargo del mundo-político con nuestro cuerpo? ¿cabe el "coge tu cruz" y sígueme (para salvar al mundo)? Bonita reseña, tremenda reflexión.

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  2. No puedo sustraerme a la lectura de este libro después del finísimo análisis que has hecho. Magnífico, buscaré el libro...

    "Se sobrevive asomándose a la herida y reconociendo sus causas"

    Eso es lo que he pensado siempre; el diagnóstico es ya el principio de la curación.

    Abrazos

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  3. Ya tengo ganas de leer ese libro Mariel. Descender junto a Kora y Wolf al infierno, como en su día Virgilio fue con Dante mientras Beatrice los observaba extraterrena.

    "Alguna vez debemos ir hacia lo olvidado y escuchar, de una vez por todas, los ruidos infernales de los torturados y las víctimas de las balas que han trepanado las paredes con su impacto. Bajar, con una linterna de bolsillo, al laberinto subterráneo de sótanos que funcionara como refugio antiaéreo en tiempos de guerra y espacio de colocación de dispositivos de control en tiempos de fascismos de derecha e izquierda. Llenarnos de polvo y avanzar en la oscuridad, recorriendo el campo de batalla que sobrevive debajo de lo visto. Mirar y reconocer, aunque resulte insoportable, nuestra ignorancia y nuestra indiferencia. Destapar, abrir y enfocar lo vergonzante y lo oculto, porque solo así el cuerpo impotente y agotado podrá curarse."

    Alguna vez hay que realizar tal descenso que citas, y encender la luz para espantar a los murciélagos que aniden en el alma.

    "Es el principio Wolf: la sociedad se inscribe en tu cuerpo. Tu cuerpo registra los temblores, las miserias y los horrores de tu patria."
    Somos hijos, en muchos casos, de cosas que detestamos; mirarlas a la cara es la moneda que nos devuelve Caronte de regreso a la tierra desde el infierno.

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  4. Lug: El mundo-político se encarga de que nos hagamos cargo. ¿Cómo escaparnos? Ahora sí ... el "sígueme", ya es otra cuestión. Si uno decide seguir a las caras visibles de ese mundo, debiera ir siempre armado de crítica y sospecha, ¿no? y no resultar orgánico ni funcional. No afiliarse, salvo que el mundo que hacen (no el que prometen) encaje con aquel que uno desea en su cabeza. Nunca me sucedió. Esos mundos no encajaron nunca. Pero soy consciente de que cargo con una memoria histórica y con las marcas políticas de mi generación. Con su desencanto y su impotencia. Pasé por el neoliberalismo salvaje de los '90 y de ahí no se sale indemne. Yo salí furiosa y la rabia me dura todavía. Besos, rarísimo escritor ... bicéfalo (leyéndote voy comprendiendo el significado de esa tortuga; un único ejemplar, no podía ser de otra manera ...).

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  5. Stalker: Sí. Y la terapia se hace de la mano de nuestras Bachmann. Besos que no cierran los ojos.

    Exquisita Portinari: A los muertos se les colocaba la moneda en la frente en el último viaje. Atreverse a espantar los murciélagos del almar y mirar a los ojos lo que uno detesta. Y que Caronte nos devuelva al mundo de los vivos con la moneda en la mano. Cuánta razón. Besos que intentan ganarse la devolución de la moneda.

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  6. Una reseña impactante, Mariel. La descripción del descenso a los infiernos al tiempo que se recorren los viejos barrios de una patria que promete ajarse tanto como el libro de tapas azules, la salvación de la mano de Kora-poesía...

    Tu entrada también nos arrebata de nuestro letargo con su intensidad. Gracias por ello.

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