Me recuesto sobre mi oreja izquierda y los pensamientos comienzan a flotar. Giran en cámara lenta hasta disolverse en sensaciones. Es también el miedo y la fascinación, en simultáneo, pero como si me desplazara bajo el agua. Si pudiera pasar la vida así. La aguja dolería menos al cavar la vena y la vena sería más ancha que el paso de la aguja. Yo que quizá fui una buena salvaje y estuve con los otros, en el bosque. Que estoy ahora con los otros cubierta con trapos coloridos, en las ciudades de las tiendas y los rascacielos. Como ellos, soy curiosa y los faros de los automóviles me asustan y me atraen. Este doble movimiento perpetuo. Acercarse pero no demasiado. Para no ofender al conductor ni inmolarse en la luz. Yo que posiblemente viví en comunidad y ahora sobrevivo entre los transeúntes. Camino como una sonámbula. Abro bien los ojos porque resulta difícil distinguir las imágenes que puedo tocar y las que constantemente proyecta mi cerebro, hundiendo su pala infatigable en los estratos de mi identidad. No puedo aniquilar lo que fui, mejor que lo tenga claro. Mejor que me atreva a dar la comunión a todas mis existencias y las anude en una cinta líquida en torno a mi cabeza, como una tiara refulgente en la que la lengua ha suavizado las espinas. No puedo aventurar lo que seré porque no sé ni cómo, ni cuándo ni si será posible alguna vez aplacar los terrores y calzarse las botas del explorador, quemando y soplando las cenizas de mis viejos zapatos. Por eso tiendo a mirar hacia arriba, como si indagara en el vuelo de las aves o dibujara la forma de una constelación que guíe este modesto barco. Este carro metálico de supermercado que empujo entregada a una ensoñación, entre cestos de frutas y pedazos de carne congelada, precios establecidos para cada producto y ruido de monedas. Distingo el sonido de los pájaros y la música inconexa de un estado escandalosamente primitivo y subterráneo. Serenamente mío mientras no salga del agua y el tránsito me aturda y me declare la guerra. Un día decidí no vestirme de negro. Y filmarme a mí misma para intentar verme desde afuera. A mí misma y a los que me rodean, mis cómplices y mis hermanos. Me acompañan a casa recorriendo desnudos las habitaciones de mi mente. Son los que viven en los pisos de abajo y también más arriba o en las construcciones contiguas o cruzando la calle. Cuando salga del agua se cubrirán con trapos coloridos y arrastrarán sus carros en el supermercado.
Pipilotti Rist, I Couldn't Agree with You More, 1999
El vídeo es un hallazgo, sin duda. El vídeo es contagioso. Ando ya con sueños y temores en forma de diadema. Pero el texto, querida Mariel, el texto es una maravilla. Esa sonámbula de ojos abiertos, esa superviviente de mirada clara y ausente, cobra tanta más fuerza si se te lee. Si se te relee. Siento ganas de pasar el día entero del costado izquierdo, para que los pensamientos se disuelvan hábilmente en sensaciones. Precioso.
ResponderEliminarSusana, sos tan generosa, siempre ... Quién pudiera pasarse la vida entera recostado sobre el costado izquierdo. Pipilotti Rist es una maravilla para mí, es la misma que flota en el supermercado. Este año dirigió una película, "Pepperminta", de la que solo vi fragmentos pero también invita a recostarse.
ResponderEliminarBesos inclinados (sobre este costado, sí).