Las libretas Moleskine siempre me parecieron bellas, pero nunca pude dibujar en ellas un solo trazo. Será que me intimidan por su legendaria fama y su altísimo precio; el trazo debiera ser reverendamente significativo para gastar páginas de un objeto que cuesta tanto y estar a la altura de los trazos célebres que lo han precedido en dichas superficies. La Moleskine es la libreta del viajero diseñada por un encuadernador francés del S. XIX y relanzada al mercado en 1998 por la compañía italiana Modo&Modo. Tiendo a intuir dos vidas de la Moleskine: la que se inicia con el encuadernador francés y contiene las líneas de Van Gogh, Matisse, Picasso, Hemingway o Chatwin y la que resucita, desangelada, de la mano codiciosa de Modo&Modo, reciclando la Moleskine como objeto de consumo intelectualoide de edición limitada, diseñada en conjunto con museos y galerías de arte. A mí la Moleskine clásica me gusta igual. Su tapa dura que guarda luto, la banda elástica que la cierra como una caja fuerte, el sólido sobrecito interno que invita a esconder secretos, su robustez portátil. También las versiones en distintos tamaños, verticales o apaisadas, con hojas lisas, cuadriculadas o a rayas. El caso es que no puedo profanarlas.
Esta noche duerme en casa el compañero de ruta de la paciente de la habitación 308, en el cuarto donde guardo, intactas, algunas Moleskine. Es frágil como un pájaro y está hecho de una materia que no pertenece al reino de este mundo. Esta noche duerme en casa un hombre bueno, que tememos que esté al borde de perder la razón y a quien no nos atrevemos a dejar solo. Enfundado en un pijama enorme bajo el que se adivinan sus huesitos, se sienta respetuosamente en la cama que le preparamos y pide que por favor pongamos a su lado la bolsita plástica en la que trajo "sus cosas personales". Es una bolsita conmovedora, de la que saca un cuaderno con mano temblorosa. Adentro del cuaderno guarda imágenes religiosas y en el cuaderno escribe con una caligrafía minúscula frases que considera que no debe olvidar ("el martes 2 de enero a las 3 de la tarde Hernán me dijo que tengo que reírme más"), interminables árboles genealógicos familiares, textos inconexos donde cada oración hace sentido pero el sentido se desquicia en el bloque del párrafo. Cierra los ojos y besa cada una de sus estampas, murmurando palabras que no alcanzamos a oír. Instintivamente alzo al perro menor y lo acerco a su cara. El perro le pone una pata en el hombro y le lame obstinadamente la sien izquierda. El hombre que hoy duerme en casa parece vibrar conmovido en un orden paralelo, ajeno a los temblores de su existencia, probablemente conocido solo por el perro que bautiza su cara.
"Está desvariando", dice su hijo. "Está cumpliendo un rito", me digo. Necesita sentirse protegido antes de ir a dormir, porque la hora del sueño es la hora de los terrores. Necesita tener a mano la bolsita con su cuaderno de viajero tierno y extraviado, que advierto súbitamente es un cuaderno idéntico al que cargo en mi bolso cada día, adonde quiera que vaya. Un cuaderno escolar antiguo de tapa blanda y páginas rayadas, bien barato, que contiene, volcada en forma fragmentaria, desprolija y en total desorden, la réplica material de mi ADN.
¿Qué diferencia hay entre nuestros desvaríos? Yo besaría cada palabra escrita en mi cuaderno, como si fuera una estampa, simplemente porque me la he sacado de las tripas y verla ahí, tan sola, me causa una ternura intolerable. Mi cuaderno es la expresión de mi credo, el que se resiste a entrar en las Moleskine y se despliega sin pudor en páginas ajadas, manchadas de café y al alcance de escolares de modestos recursos. Mi cuaderno es un cuaderno de pobre. No sé exactamente qué significa esto, pero sí sé que es más digno que una Moleskine, aunque una Moleskine me resulte accesible de vez en cuando, en términos estrictamente mercantiles.
¿Qué significa estar volviéndose loco y musitar letanías que a otros les resultan ininteligibles? El hombre bueno se durmió hace rato y yo sigo poblando en código mi cuaderno (que es hermano del suyo) en plena madrugada, como si la noche hubiera tomado posesión de mí.
Junto al hombre que duerme, prolijamente envuelto en una bolsita plástica brilla un cuaderno incomprensible, que lo abriga y lo ampara. A pasos de ese cuaderno, del otro lado de la cama, hay una biblioteca de madera con su zona de pasto seco, el espléndido y racional cementerio de las Moleskine.
Mariel, este texto es inaudito. Dan ganas de recitarlo todas las noches, cuando las madrugadas nos poseen impías, y oscilamos entre el terror nocturno de "el que duerme en casa" y la productividad que sigue llenando nuestros cuadernos de pobre. Su altura haría que cualquier Moleskine matara por abrigarlo una sola de tus noches, pero es mucho más bello que sigas evitándolas, que te alejes de los comenterios de madera de tantas bibliotecas, porque su ternura hace que también tomemos cada palabra de tu entraña como estampa que hay que besar y lo más posible es que las Moleskine se encojan al notar cualquier otro aliento, y aun el cálido gesto bautismal del menor de tus perros.
ResponderEliminarTu texto es tan grande que me cabe en el corazón arrugado y tembloroso que has dejado tras su lectura. Maravilloso, Mariel, de veras.
Susana, te aseguro que la belleza está en el hombre que duerme y que tus palabras integran, como estrellas, mis estampas. Las beso, entonces.
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