Soy de fina porcelana de Sèvres y no voy a ninguna parte sin mi platito. Lo das vuelta y no dice, por cierto, "Made in China". Sèvres queda en Francia, lejos y lleno de castillos. Pasé de generación en generación y ahora estoy en la casa de la Señora. Preservada y custodiada bajo llave en su antiquísimo vajillero japonés, lista para acompañarla diariamente en su sagrado five o' clock tea. El trayecto hasta sus manos ancianas y elegantes, bajo cuya piel translúcida y levemente manchada aún se adivinan las delicadas venas, es un oprobio. Ésta que nos agenciamos hace tiempo no me toma con mano resuelta sino temblorosa. Me lava atolondradamente, con terror a que me caiga y estalle. Me seca con gestos nerviosos, tres o cuatro veces, más de las necesarias si lo hiciera bien una sola vez. Me sostiene con las dos manos ásperas y cuadradas contra el delantal que huele a almidón excesivo y me deposita titubeando sobre el plato, que por supuesto olvidó lavar. Tiene las uñas mal cortadas. Repite el ritual con el plato y la taza, sucia en la base. ¿Por qué le cuesta tanto aprender algo tan simple?. La Señora le regala un montón de ropa vieja, le paga doble viático y hasta le hace un regalo de Navidad. ¿Qué tendrá en la cabeza?. Lo que más me molesta es el instante en el que me deposita en la mesita de mármol de la Señora. El temblor se vuelve incontrolable y parece que en cualquier momento empezará a convulsionar. Quiero que me apoye rápido sobre la mesa y que se vaya. Me molesta verla. Pero alguien tiene que lavarme, secarme y llenarme de té en hebras, cosechado en los campos de la China por doncellas vírgenes. A ésta la mano no le tembló para parir como coneja. No tenemos la culpa de su familia numerosa. Le damos trabajo, a veces hasta le presentamos a la visita y encima tiembla. Es patética. Ahí viene. Está intentando abrir sin éxito con la llave de bronce la puerta del vajillero. Como si fuera tan difícil. Está rara. Está roja, como desencajada; aprieta las mandíbulas, me alza con cuidado (¡por fin!), se quita el delantal y me estrella contra el tapiz de gobelino de la pared. La Señora grita. Estoy en el piso, con el ojo pulverizado en decenas de ojos fragmentados. Ella se dirige a la cocina con paso decidido. La Señora grita enfurecida y le exige que se apersone y se disculpe. Ella sale de la cocina empuñando el cuchillo de cortar carne. Entra en la habitación de la Señora. La Señora vuelve a gritar. Pero es un grito distinto, un alarido de espanto y, después, un agudo e interminable quejido de bestia que se retuerce y se desangra.
Me encantan tus relatos que transitan esos espacios fronterizos entre realidad y sueño, entre poesía e ironía, todo condimentado con una gran dosis de inteligencia y una asombrosa capacidad para demorarse en los huecos y ver desde ahí. Quizá es un retrato de ti misma: tacita rota en mil pedazos, que observa con mil ojos y por eso es capaz de penetrar en mil cosas, no importa su textura, la resistencia de los materiales a ser mirados-horadados... Así eres muchas en una y nos alcanzas, simultáneamante, a todos cuando disparas.
ResponderEliminarAbrazos
Que la tazita no lloré me parece tan triste como la superficie que empaña a los personajes.
ResponderEliminarMe gustó mucho el relato, y me dio pena. La pobre señora, que a pesar de su aburguesado compás, se retuerce en su último momento, patéticamente. Es tan triste que esté a la altura de una taza, que no saborea esas uñas desiguales, seguramente en manos románticamente gastadas, que además de matar en un momento final, han acariciado la vida de cerca en todos sus estímulos. Que no sabe tampoco comprender el excesivo olor del delantal, tan tierno cuando te arropa con un beso.
Que una señora sea realemnte una taza me parece triste.
Stalker: Qué puedo decirte, más que gracias por tus palabras de buda reencarnado en búfalo. En caso de ser taza rota, sería yo taza bien gastada de cocina y no de Sevres. Besos como pedacitos de luz girando en un caleidoscopio.
ResponderEliminarPortinari: La Señora es realmente una taza y la taza es como la Señora, porque para mí es un hecho que los objetos adoptan la forma de ser de quien los utiliza. Llevan inscriptos los gestos, los estados de ánimo, las creencias y el lenguaje de sus dueños. Hay Señoras-Taza y es muy triste, como decís. Y da mucha rabia. Besos salidos de la taza de Edward Burne Jones (forman en el aire el contorno de las figuras que él pintó).
Mariel, qué buen relato. Me gustaría tener la soltura de Stalker y de Portinari para decirte, pero ya sabes que ando con las neuronas en forma de rebanadas, bien separadas las unas de las otras. Será que cayeron desparramadas por el lado de la mantequilla...
ResponderEliminarLa taza-señora. El platillo-olvidado-no-señora. La crudeza, cómo el mundo sèvres somete hasta el temor el mundo-delantal. Cómo estalla la ira y la taza a un tiempo. Cómo muere sèvres y todos respiramos aliviados. Fantástico cómo construyes la situación con cuatro pinceladas, apenas la relación entre el delantal y la taza.
Un gran abrazo, y muy feliz sábado
Susana, no se me ocurren mejores palabras para decirlo que las tuyas. El mundo-Sevres y el mundo-delantal. El alivio de que estalle el mundo-Sevres. Besos muchos y luminoso sábado.
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