Arman, Cubo de Basura de Niños, 1960
La basura es hermana mental del negro, el barro y la oscuridad. Y en realidad la bolsa de basura rebosa de colores. Como antiguamente no existían sistemas sofisticados de evacuación y tratamiento del residuo, la basura se amontonaba sombríamente. Ahora lo que será basura viene en cajas y paquetes rotundamente blancos, que prometen salud y hasta buena fortuna. Hay por ende más blanco que negro en la bolsa plástica, acompañado de una paleta tan rica que marea. Así de colorida es también nuestra basura interna. Hay que revolver entre montones y montones de materia para detectar la mierda, que brilla como una estrella infatigable aunque esté en estado de descomposición.
Lo que me tortura se viste con plumas de faisán y se exhibe como un arco-iris. Es mierda gourmet y mierda de alta costura. Por eso me resulta tan difícil reconocerla y apuntarle a la frente sin errar. No viene honestamente etiquetada sino travestida. Tiene una capacidad asombrosa para el engaño. Me la trago como un manjar y hasta la recomiendo. No me doy cuenta de que me deshace y hasta llego a pensar que me es indispensable. Me olvido de que existe una estética del desperdicio y confundo la bosta con una flor.
Hablo de mi propia bosta individual que no se expulsa. Porque la de las bestias es maravillosa. Recojo alucinada, por ejemplo, la caca de mis perros, hecha de tantas cosas ordinarias y espléndidas que se han merendado por allí. Cosas que nadie consideraría dignas de una cena y a las que ellos se entregan con el entusiasmo de los exploradores. Hilos, papel y goma espuma que forman extraños y tibios mapas en su caca.
Las bestias, además, no insisten en acumular y retener como expresión de su voluntad y su autarquía. Son ajenas a esa avaricia primaria de los niños, que no consiguen separar imaginariamente la caca de su propio cuerpo y se niegan a soltarla, porque la caca es "mía, mía, mía", es decir, el primer ítem en el interminable inventario de la propiedad privada. Cuando la entregan, se regodean como si depositaran una ofrenda sagrada en el altar paterno, en busca del reconocimiento y el aplauso. Las bestias no hacen nada de eso. Simplemente, comen lo que venga y, luego, cagan.
Pero yo no. Yo acopio en mi sistema nervioso basura que lastima salvajemente y no atino a verla, confundiéndola con encantadoras posesiones o ignorando inconscientemente su presencia.
Nos enseñan a arrojar la basura en contenedores de colores saturados, discriminados ecológicamente según la categoría de nuestra basura. Así se hace difícil abrir las bolsas individuales e indagar acerca de la identidad y hábitos del vecino, definido por lo que consume. Se incentiva el anonimato. Y el ocultamiento de la miseria, porque está claro que al rico le sobra más que al pobre, al que en general le falta casi todo y no tira nada, sino que se alimenta de la basura ajena.
Quieren que arrojar la basura sea un gesto lúdico, que ayude a mantener limpias las calles. Pero para mantener mi circuito interior libre de mierda, tendría que aprender a apartarla con asco. No deberían seducirme el malditismo, la melancolía y la nostalgia. No debería buscar con avidez malsana lo ausente en lo presente. No debería pesarme el mundo sino, básicamente, causarme primero gracia y luego espanto. Debería ver más comedias románticas. Y oler la inminencia del daño, el fétido olor de la mierda perfumada, y salir corriendo. Huir instintivamente como huyen las bestias, que presienten la amenaza en las vibraciones imperceptibles de la tierra y la densidad intervenida del aire. Pero no tengo el olfato de las bestias, sino una precaria e inútil nariz de sommelier entrenada en la detección de lo superfluo.
Debería romper, cortar y quemar lo que me devora. Pero lo alimento. Llego a comprármelo para satisfacerme. Como el coleccionista que paga por las deposiciones fecales de ciertos artistas consagrados, metidas en tubos aptos para su uso como vibrador, o sea, como quien paga para masturbarse con mierda de élite. Pero la mía es ordinaria y de baja categoría y no me causa placer. Me autodestruye.
Si pudiera pesquisarla, atraparla y deshacerme de ella fácilmente no existirían ni los psicofármacos ni la psiquiatría. La calma en blisters de laboratorio y la linterna que identifica la basura que emerge en la palabra. Esa que si no se tramita en el discurso se atora en la cabeza y se pudre dentro.
Lo hice todo tremendamente complicado. ¿Para qué? Si la vida es frágil y efímera como la basura y en definitiva se trata de soltar, de relajar la mandíbula y soltar. De dejar ir. Como se va la caca inundándonos de un alivio inmenso. El alivio de quien queda ligero y desintoxicado.
Quisiera saber andar así. Quisiera ser como mis perros.
Claro: ser como tus perros, aunque los perros son cada vez más humanos.
ResponderEliminarLa verdadera mierda, Mariel, viene empaquetada con instrucciones de uso para degustarla. Huele a flores silvestres y promete delicias alcahuetas. La verdadera mierda nos la mete el ser humano por vena, y nuestro cuerpo animal no atina a desembarazarse de tanta porquería con nombres que nos insinuarían el peligro.
La verdadera mierda es que nos la escondan y no hayamos aprendido a reconocerla ni a procesarla porque se parece tanto a otras cosas. La verdadera mierda es no haber aprendido a hablar como tú, no distinguir que no debíamos andar así, con ese despiste de especie y de alteración de instintos. Pero a la mierda la visten con colores bonitos, de primavera o planta, y nuestra sangre se la queda, completamente confusa.
La mierda es que el humano sea tan farsante, y no tenga el menor prejuicio en triunfar a costa de ensuciarte. Llenando las arterias de manchas oscuras. Que se lleven sus jodidas mierdas y dejen que el pájaro sea sólo color pájaro. Y todas las jirafs del mundo respiren tranquilas.
Besos con escobas.
saber diferenciar perfecto sobre basura humana y caca animal.
ResponderEliminarpinté sobre bosta de vaca y de cerdos, hace años, en el pueblo.
de vez en cuando, apretujo entre mis manos la caca animal hasta llegar al verde.
son cosas sencillas que me sanan.
limpiaba diariamente la caca de mi gata, ahí sí no estrujaba nada, porque quería respetar su intimidad.
sólo la caca tiene el don de germinar.
luego, gusano o flor, no importa.
quiero agradecerte, siempre.
besos,
òscar.
sin miedo.
Dicen los psi que todo lo que se pueda enunciar es sanador. Así que tranquila, Mariel. Hablar, escribir, gritar, es sanador. La toxina queda en su recipiente natural, que no es tu alma buena.
ResponderEliminarSusú: Dicen que todos tenemos un doble. Sos mi doble. Besos de bestia que te lame la cara.
ResponderEliminarOscar: Sos la única persona que conozco que dijo un día: "una caca anda cerca". Que no escribe ni sabe ni piensa, sino que siente los dones de la caca, como siente todo lo que realmente importa. Y lo ve. Lo ves.
soy yo la que agradece que estés en mi vida.
(sin miedo. ni vos ni yo. eso es)
Gise: Quisiera gritar mejor, como vos. El otro día escuché uno de tus gritos. El resto de la gente no gritaba. Le daba vergüenza. No sabía. Vos gritá y yo te sigo. Tus palabras me cuidan. Besos que saben que estás ahí, acá.