Cai Gou-Qiang, Tomar prestadas las flechas de tu enemigo, 1998
Hay un ventilador eléctrico pero no se ve. El aire mueve la bandera de la barca y tendrás que imaginarlo, porque es muy importante. Es la señal de que la barca se desliza, aunque parezca quieta. Lleva tres mil flechas clavadas en su modesta y elemental carcasa. La barca es, en realidad, pura carcasa y pura flecha.
Podés imaginarte, si querés, el agua y el cielo abajo y arriba de la barca. Pero lo que hay abajo o arriba es, en verdad, irrelevante. Lo que importa es la barca, porque se mueve a pesar de las flechas que la han herido como arpones.
Según el Sanguozhi, un texto chino del Siglo III, el general Zhuge Liang renovó su provisión de flechas engañando al enemigo. Cruzó el río Yangtze atravesando la niebla espesa del amanecer con un falso ejército de paja, mientras sus soldados gritaban y tocaban los tambores a sus espaldas. El enemigo de Liang lanzó una lluvia de flechas sobre el señuelo y Liang regresó triunfante, con un cargamento insólito de flechas arrebatadas a su adversario.
No leí filosofía china ni me entrené en los principios estratégicos de las artes marciales. No necesité salir a buscar flechas. Vinieron solas. Supongo que de algún modo las convocó mi historia. Duelen y me pregunto qué hacer con ellas.
Hacerlas mías y no ignorar que me fueron dedicadas. Reconocerlas como flechas con su definición y su dibujo prolijamente establecidos en el diccionario, tocarlas para sentir sin retirar los dedos su temperatura malsana y medir, aunque me tiemblen las manos, su precisa extensión. No girar la cabeza ni anhelar la noche para inventarme que nunca han existido porque no las veo. Mirarlas a sus ojos despiadados y resueltos de flechas. Imaginar el arco laborioso y exacto de su trayectoria. No mentirme.
Pensar si una flecha puede convertirse en otra cosa. Si de la hendidura que ha dejado en mí puede nacer algo que no sea una flecha. Puede nacer una pluma, por ejemplo. Una pluma iluminada por la violencia furiosa de la flecha, aunque no haya estrellas si levanto el rostro ni reflejos brillantes en el mar si me inclino a observarlo. Porque lo que haya arriba o abajo ya no importa. No tengo que olvidarlo. Soy solo una carcasa atravesada por tres mil agujas resplandecientes.
Tres mil plumas. Con las que ansío y decido dejar de ser una barca para ser un ave. Un extraño e inclasificable animal que llegará a la costa, porque las plumas son más livianas que las flechas y la hipótesis de esta mutación no estaba escrita en el manual de guerra del enemigo.
No me desangro. Me tiño de colores. Cuando pise la playa me habré transformado por completo en un pavo real, inexplicablemente sostenido por sus originarios y perseverantes huesos de madera. Huesos que fueron la superficie de la herida y se desearon, reconstituyéndose, cuna de plumas batida por el agua.
tu texto es magnífico. lo que vive en él. el lector siente las flechas, siente toda esa maravillosa transformación. lo sabes, me duele horriblemente la muela, la boca, la cabeza. entonces, me sirvo de tu texto para reconquistarme. en mi caso, punzante ahora, caliente, elijo sacar una a una todas las flechas recién puestas, aunque vuelva a doler lo que no está escrito. mis manos se lo deben a la barca de mi cabeza. ¿sería lo mismo al revés?. haría algo así mi cabeza por mis manos. es más torpe mi perolo, pero sí.
ResponderEliminarha sido maravilloso leer tu texto, tu vida. y hermoso saber que vas a estar contándonos por mucho tiempo, hagas lo que hagas.
querida mariel, muchas gracias, ¡ay!.
besos,
òscar.
Sería de necio agregarle una palabra a esta belleza. Volveré a contemplarla absorto, atravesado por miles de flechas...no, no debía decir palabra. Silencio!
ResponderEliminarExtraña conversión del ave. Como si el desgarro no doliera o, doliendo, pudiera convertirse en encanto o maravilla. ¿No es budista aquella idea de que no tiene sentido preguntar por el origen de la flecha que nos hiere - que aquí son millón (o Legión, como los demonios) - y que debemos centrarnos en acabar con su dolor? Ella no se cierra al dolor sino que, en tercera opción, remueve la flechita en la heridita. No busca la cara del enemigo; pareciera que el dolor no importa. Subraya la Metamorfosis, conversión de flecha en pluma y de la sangre en el color. ¡Pájaro sabio! ¡Erizo de la transformación!
ResponderEliminarLas flechas. Mishima flipaba con el San Sebastián de Guido Reni e, incluso, se fotografió en posición sansebastianesca. ¿Es el mismo tipo de asaetamiento que desvela el Pájaro? No, creo. Sólo en el sobaquillo y la cadera hay flechas en Mishima - San Sebastián. La nave de Cai Gou-Qiang y el cuerpo se ven inundados. Como en una lapidación pública. Esta millonada de heridas previsibles rompe con el-supuesto- erotismo de Mishima /Reni.
¿Son las flechas de la nave marielina las flechas del amor que cantaba Karina? No, son millón. La estrategia del general chino es la estrategia del que asume la corrida de las flechas. Rompe el lienzo del alma en un millón de puntos de luz, sea, firmamento.
Arriesgado (como toda metamorfosis)
(Y todo para decir que me gusta el texto. Mucho. Y me subrayo la imagen. Y acepto el magisterio.)
El 14 de agosto de 2008, mi enemigo era una rosca de esparto, en la que entrenaba para alguna competición.
ResponderEliminarNo había la belleza y la astucia del guerrero que necesitaba flechas(yo tiraba las mismas cada vez), tampoco había la maldad de intentar provocar daño. Había solamente intención de alcanzar el centro, dominar el pulso, ejercitar el cuerpo.
Ahí te va hoy mi flecha. Lleva en la punta un sedante y la droga de la sonrisa. Si te alcanza, me vale.
llevamos muchas flechas, desde que pusimos pie a tierra.
ResponderEliminary la suma de sus heridas ha ido conformando el pajaro que ahora somos.
y como las tratamos cuando llegaron, si las dejamos, las arrancamos, las olvidamos nos van haciendo diferentes de los demas.
ojala!! todos fueramos capaces de convertirnos en un pajaro capaz de volar y llegar a la orilla.
ojala!! que algunos no quedaran con las plumas inservibles por el dolor, a mitad de vuelo, derribadas en el mar.
una gozada de texto, mariel.
Sí que es una gozada de texto, y en este momento me identifico particularmente con lo que dices, Mariel, dentro de poco me enfrentaré -ya me estoy enfrentando- a una de las flechas que tengo hundidas adentro. Intentaré llevarme esas plumas a los labios y los ojos.
ResponderEliminarEstoy seguro de que una "China bird" como tú las tiene de colores bellísimos e intensos.
besos
"No necesité salir a buscar flechas. Vinieron solas. Supongo que de algún modo las convocó mi historia. Duelen y me pregunto qué hacer con ellas. Hacerlas mías y no ignorar que me fueron dedicadas."
ResponderEliminarEstoy conmocionada ante estas palabras. De aquí, de estas primeras imágenes, tan bellas como potentes, se me revela un cuento, o bien podría ser una novela. Genial Mariel, nada que envidiarle a Houellebecq, en serio. Soberbio texto.
oscar, si la barca lastimada y reconvertida ha servido para aliviarte el dolor de muelas que termina clavándose en la cabeza, su tarea está cumplida. Tus manos se lo deben a la barca de tu cabeza y en tus manos también hay una barca, con flechas que saben dónde apuntar y ser, después, plumas que acarician el objetivo. Te pasás las manos por la cabeza y el dolor que era flecha se vuelve pluma (en la superficie del pájaro ...). En cada texto va la vida, ¿no? Yo estoy feliz de qué estés ahí, para contarme las cosas, el mundo, a tu inclasificable modo. Besos y que la jodida muela se haga pluma o lo que sea, pero no duela más.
ResponderEliminarDarío: Es lindo pensar que cuando uno mira algo que le gusta (lo que sea), las flechas mutan poco a poco y se disuelve el dolor. Las flechas parecen iluminadas, pero no lo están. Lo que sí brilla son las plumas que uno se inventa. Un abrazo (furioso).
Bicéfala: Qué hermoso es el San Sebastián de Guido Renni. No hay azules como los de Renni. Recuerdo esa foto de Mishima. Erótica, sí. Como el lánguido y tierno San Sebastián de Renni. En esta barca las flechas son legión. Sí, es una lapidación pública. Nunca mejor dicho. Sabés, ahora pienso, no importa de dónde salieron las flechas, no importa cuál es la causa (habrá tiempo para preguntárselo, después, con el psiqui). Importa la metamorfosis, la conversión, el salto del trapecio, la obstinación en hacer, de cada flecha, una pluma. No aceptes magisterio, porque no lo hay. Comunión profunda, eso sí.
María-Arquera: Sí que me llega tu flecha, invariablemente. ¿Cómo podés recordar aquella fecha, tan certeramente? La flecha de hoy la recojo especialmente y me la clavo en el centro, porque trae tu sedante. Y tu droga. Un abrazo fuerte (a vos y a todos los integrantes de tu reino de arquera). Y agradecido.
Sin reglas: Sí, ojalá no hubiera pájaros a mitad de vuelo, derribados en el mar. Y es tan cierto que lo que decidimos hacer con nuestras flechas habla de nosotros y nos define. Y que flechas llevamos todos, desde que ponemos pie en tierra. Besos emplumados.
Rubén: Muerdo el extremo de tu flecha y tiro de ella despacito, con la mayor delicadeza de la que soy capaz, concentrando todos mis músculos y mis nervios en la tarea, para que salga sin dolor, para que salga de una buena vez. Integra y sin retorno. Un abrazo fuerte y mi boca en la flecha, con los dientes apretados.
Mujer de Olé: El cuento es tuyo. Tirá del hilo de las palabras y que salga el cuento. No, a Houellebecq no le envidiamos nada, nada. La próxima vez que venga lo llevamos al Ducó y a tomar un café a los 36 billares, nada de pantalla gigante en la Alianza Franchutesca. Besos, muchos, muchos.