Fontaine Stravinsky - Niki de Saint Phalle / Jean Tinguély
I. Hay una fuente
Niki de Saint Phalle empuñaba el rifle, disparaba sin titubear y hacía estallar latas de colores que se derramaban violentamente sobre la imagen. Niki armaba colosales novias desencantadas y se ponía triste y no sabía qué hacer. Un día Niki empezó a pintar. Inmensas y extravagantes muñecas de papel maché. Hedónicas y sensuales nanás. Chasis de aviones último modelo. Figuras de naipes de tarot en su propio y lujurioso jardín en Toscana. Supongo que, aunque los cambios ignoran las líneas rectas, Niki comenzó de a poco a sonreír.
Llego a la Place Igor Stravinsky y lo primero que busco son las coloridas esculturas giratorias, de poliéster y fibra de vidrio, que Niki inventó para su fuente. Pienso en la Place Igor Stravinsky, sobre todo cuando estoy triste, y lo primero que viene a mi memoria son esas esculturas de Niki. Junto a las esculturas móviles de Tinguély, en acero y aluminio pintado de negro. Niki y Jean montaron la fuente sobre el techo de una escuela de música, aligerando el peso del agua, frente al gótico flamígero de la iglesia de Saint Merry.
Sobre la fuente desplegaron las lúdicas estrellas de la constelación-Stravinsky. Hay un elefante, una serpiente, un sombrero de clown. Pero yo voy, instintivamente, hacia el demencial y cinético pájaro de fuego. Podría parecer un conjunto de restos de materia muerta, un simulacro de criatura viviente dotado de un movimiento mecánico producido por motores eléctricos. Un fulgurante pájaro investido de una vida ficticia, gracias a un dispositivo técnico oculto bajo el agua.
Sé que ese pájaro está animado por un soplo superior al del motor invisible que lo hace girar. Porque si yo puedo ver con total nitidez a cierta gente que amé y a quien se le detuvo el corazón (es decir, el motor del pájaro de Niki), seguiría viendo el pájaro de Niki aún si el motor se rompiera, si la escultura dejara abruptamente de girar y desapareciera de pronto la Place Igor Stravinsky.
Rescataría de mi cabeza el movimiento de ese grácil pájaro incendiado, como Monet rescató el de sus plácidos e inquietantes nenúfares de la suya, encerrándose a pintarlos en un lugar donde no podía verlos. Porque era un lugar cerrado y porque estaba prácticamente ciego. Sé también que la alegría que me provoca el pájaro de Niki no proviene del hecho de que hoy esté girando, sino de la certeza de que seguiría girando para mí aun cuando técnicamente no lo hiciera.
Daría vueltas y soplaría agua dentro de mi memoria, del mismo modo que los nenúfares flotaban no sólo debajo de un puente japonés en Giverny, sino en la memoria de quien los pintaba recordándolos. El desmedido pájaro de Niki no tiene el peso histórico, la densidad estética ni el perfume sagrado de la vecina Saint Merry. Es tan profano y banal como un simple puñado de nenúfares. Sin embargo insiste en su movimiento y lo hará aún cuando ese movimiento haya cesado, frente a la solemnidad radical de la iglesia cercana.
Y dentro de esa iglesia seguirán hospedándose, tal vez, los inmigrantes, los pobres y los enfermos mentales de París. A esa isla de resistencia, con su liturgia marginal y su credo iconoclasta, llegarán las vueltas en colores del pájaro de Niki. Llegan y llegarán, cuando nos asomemos tristes a la ventana, cuando cerremos los ojos y aunque nos dure tan poco.
II. Hay una imagen
La Place Igor Stravinsky me remite inmediatamente al mundo de Felipe. No es la Place, exactamente, lo que me remite a su mundo, sino las coloridas esculturas giratorias de Niki.
Tengo una imagen recurrente de papá. Aprendí a esta altura a no hacer esfuerzos para que esa imagen le de paso a otras, sea sustituida o complementada o acompañada por otras. Hay dos círculos imaginarios en una playa, que forman un 8. Yo estoy en uno de esos círculos; papá está en el otro. Está en traje de baño, con el cuerpo espléndido como en sus mejores tiempos. No me presta atención; me ignora. No sabe que estoy allí. Construye un castillo de arena de dimensiones notables cerca de la orilla del mar. Alrededor del castillo coloca sobre la arena páginas de novelas que leí. El mar puede rozar, acariciar o golpear el castillo. Sopla el viento. Pero el castillo no se inmuta y las páginas no se vuelan. En el otro círculo yo asisto, bajo múltiples formas, a la construcción del castillo. Asisto niña, asisto adolescente, asisto como esto que soy, ahora.
A veces papá se pone en cuclillas y mira el mar. A mí no me mira. La imagen me resulta extraordinariamente útil para recordar los mínimos detalles de su cuerpo: las venas marcadas de las manos, las pecas en los hombros, la línea agitada de su columna vertebral, los dedos cuadrados de los pies. A papá le gustaba el mar y le hacía bien. Quizá por eso su círculo está frente al mar y nunca lo sueño en otra geografía.
Como papá está muerto (aunque a mí me sobren las evidencias en contrario) y yo estoy viva, los círculos del 8, aunque se intersecten, son incomunicables. Yo no puedo moverme de donde estoy. Pero Felipe puede correr alrededor del círculo de papá, aunque no pueda penetrarlo (porque está vivo). Yo desconozco todo lo que anima ese círculo. Papá sabe todo, absolutamente todo, lo que habita el mío. Por eso no necesita mirarme, mientras yo lo observo continuamente.
Si la diferencia entre los dos círculos del 8 residiera en que en un círculo viven quienes mueren y en el otro quienes están vivos, bastaría simplemente que mi corazón dijera basta para poder cruzar al círculo donde está papá. Pero eso no explicaría cómo, a pesar de que a papá se le detuvo el corazón, yo lo veo con total nitidez desde mi círculo.
Que Felipe sea el único que pueda recorrer el círculo de acceso prohibido significa que solo una criatura de cuatro patas dotada de la más elemental inocencia (inconsciente los peligros que la acechan y poseedora del don del juego) puede recorrer y entrelazar, invistiendo el doble círculo del 8 de una luz inefable, el límite radical e inasible entre lo que comúnmente se llama vida y lo que comúnmente se llama muerte.
La figura de mi padre contemplará el mar mientras yo esté acá, en mi ignorado círculo del 8, para verlo. Eso se llama memoria. Así seguiría viendo las esculturas giratorias de Niki, aunque se rompieran y las arrumbaran en un depósito. Rescatando en la sombra, abrazada a un perro, el destello en colores que sobrevive a la desolación del accidente y la voracidad del desperfecto mecánico.
Llego a la Place Igor Stravinsky y lo primero que busco son las coloridas esculturas giratorias, de poliéster y fibra de vidrio, que Niki inventó para su fuente. Pienso en la Place Igor Stravinsky, sobre todo cuando estoy triste, y lo primero que viene a mi memoria son esas esculturas de Niki. Junto a las esculturas móviles de Tinguély, en acero y aluminio pintado de negro. Niki y Jean montaron la fuente sobre el techo de una escuela de música, aligerando el peso del agua, frente al gótico flamígero de la iglesia de Saint Merry.
Sobre la fuente desplegaron las lúdicas estrellas de la constelación-Stravinsky. Hay un elefante, una serpiente, un sombrero de clown. Pero yo voy, instintivamente, hacia el demencial y cinético pájaro de fuego. Podría parecer un conjunto de restos de materia muerta, un simulacro de criatura viviente dotado de un movimiento mecánico producido por motores eléctricos. Un fulgurante pájaro investido de una vida ficticia, gracias a un dispositivo técnico oculto bajo el agua.
Sé que ese pájaro está animado por un soplo superior al del motor invisible que lo hace girar. Porque si yo puedo ver con total nitidez a cierta gente que amé y a quien se le detuvo el corazón (es decir, el motor del pájaro de Niki), seguiría viendo el pájaro de Niki aún si el motor se rompiera, si la escultura dejara abruptamente de girar y desapareciera de pronto la Place Igor Stravinsky.
Rescataría de mi cabeza el movimiento de ese grácil pájaro incendiado, como Monet rescató el de sus plácidos e inquietantes nenúfares de la suya, encerrándose a pintarlos en un lugar donde no podía verlos. Porque era un lugar cerrado y porque estaba prácticamente ciego. Sé también que la alegría que me provoca el pájaro de Niki no proviene del hecho de que hoy esté girando, sino de la certeza de que seguiría girando para mí aun cuando técnicamente no lo hiciera.
Daría vueltas y soplaría agua dentro de mi memoria, del mismo modo que los nenúfares flotaban no sólo debajo de un puente japonés en Giverny, sino en la memoria de quien los pintaba recordándolos. El desmedido pájaro de Niki no tiene el peso histórico, la densidad estética ni el perfume sagrado de la vecina Saint Merry. Es tan profano y banal como un simple puñado de nenúfares. Sin embargo insiste en su movimiento y lo hará aún cuando ese movimiento haya cesado, frente a la solemnidad radical de la iglesia cercana.
Y dentro de esa iglesia seguirán hospedándose, tal vez, los inmigrantes, los pobres y los enfermos mentales de París. A esa isla de resistencia, con su liturgia marginal y su credo iconoclasta, llegarán las vueltas en colores del pájaro de Niki. Llegan y llegarán, cuando nos asomemos tristes a la ventana, cuando cerremos los ojos y aunque nos dure tan poco.
II. Hay una imagen
La Place Igor Stravinsky me remite inmediatamente al mundo de Felipe. No es la Place, exactamente, lo que me remite a su mundo, sino las coloridas esculturas giratorias de Niki.
Tengo una imagen recurrente de papá. Aprendí a esta altura a no hacer esfuerzos para que esa imagen le de paso a otras, sea sustituida o complementada o acompañada por otras. Hay dos círculos imaginarios en una playa, que forman un 8. Yo estoy en uno de esos círculos; papá está en el otro. Está en traje de baño, con el cuerpo espléndido como en sus mejores tiempos. No me presta atención; me ignora. No sabe que estoy allí. Construye un castillo de arena de dimensiones notables cerca de la orilla del mar. Alrededor del castillo coloca sobre la arena páginas de novelas que leí. El mar puede rozar, acariciar o golpear el castillo. Sopla el viento. Pero el castillo no se inmuta y las páginas no se vuelan. En el otro círculo yo asisto, bajo múltiples formas, a la construcción del castillo. Asisto niña, asisto adolescente, asisto como esto que soy, ahora.
A veces papá se pone en cuclillas y mira el mar. A mí no me mira. La imagen me resulta extraordinariamente útil para recordar los mínimos detalles de su cuerpo: las venas marcadas de las manos, las pecas en los hombros, la línea agitada de su columna vertebral, los dedos cuadrados de los pies. A papá le gustaba el mar y le hacía bien. Quizá por eso su círculo está frente al mar y nunca lo sueño en otra geografía.
Como papá está muerto (aunque a mí me sobren las evidencias en contrario) y yo estoy viva, los círculos del 8, aunque se intersecten, son incomunicables. Yo no puedo moverme de donde estoy. Pero Felipe puede correr alrededor del círculo de papá, aunque no pueda penetrarlo (porque está vivo). Yo desconozco todo lo que anima ese círculo. Papá sabe todo, absolutamente todo, lo que habita el mío. Por eso no necesita mirarme, mientras yo lo observo continuamente.
Si la diferencia entre los dos círculos del 8 residiera en que en un círculo viven quienes mueren y en el otro quienes están vivos, bastaría simplemente que mi corazón dijera basta para poder cruzar al círculo donde está papá. Pero eso no explicaría cómo, a pesar de que a papá se le detuvo el corazón, yo lo veo con total nitidez desde mi círculo.
Que Felipe sea el único que pueda recorrer el círculo de acceso prohibido significa que solo una criatura de cuatro patas dotada de la más elemental inocencia (inconsciente los peligros que la acechan y poseedora del don del juego) puede recorrer y entrelazar, invistiendo el doble círculo del 8 de una luz inefable, el límite radical e inasible entre lo que comúnmente se llama vida y lo que comúnmente se llama muerte.
La figura de mi padre contemplará el mar mientras yo esté acá, en mi ignorado círculo del 8, para verlo. Eso se llama memoria. Así seguiría viendo las esculturas giratorias de Niki, aunque se rompieran y las arrumbaran en un depósito. Rescatando en la sombra, abrazada a un perro, el destello en colores que sobrevive a la desolación del accidente y la voracidad del desperfecto mecánico.
Ocho veces le daría de comer al pájaro para que su memoria continúe por siempre fresca y viva. Algún día,ese pájaro en su cero descubrirá por fin todo lo que hay en el otro y, con Felipe, entrará y jugarán los tres a leer libros escritos en el idioma de los pájaros.
ResponderEliminarCuanto más te leo, más me gustas.
Fue una mujer suiza la primera que me habló de Niki y quizá por ello me quedé con la errónea convicción de que era suiza. En cualquier caso, no importa. Me gusta su trabajo y me ha encantado tu texto. Está lleno de vida y al mismo tiempo de melancolía. Dan ganas de morderlo, como cuando tienes en la boca un delicioso caramelo y no puedes evitar la tentación.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande, Mariel.
Cuando estuve en París y estuve en el Pompidou y me divertí con las escaleras y los cuadros absurdos y las camas con forma de lata de conserva me acordé de pronto de Susú. Me acordé de unas fotos que ella me había mostrado hacía años, las fotos de uno de sus viajes a París. Unas figuritas daban vueltas divertidas en una fuente. No es un cómic, me dijo Susana adivinando mis pensamientos, esa plaza existe y esas figuras también. Al lado del Pompidou.
ResponderEliminarY ese día, tras las escaleras y los cuadros absurdos, la voz de Susana repitió aquellas palabras en mi mente. Ven, le dije a Miguel Ángel, aquí al lado hay una plaza con unas figuras que dan vueltas. Comencé a buscar la plaza y de pronto, íntima pero llena de gente, apareció en un lateral. Nos sentamos e hicimos algunas fotos. Y supe que era muy bonito ser niño de vez en cuando.
Muy potente tu sueño. Ahí sigue construyendo tu padre, seguro. A veces pienso que los animales habitan el espacio intermedio entre este mundo que vemos y el que no vemos. A veces un perro o un gato se queda mirando hacia la nada: está dándole vueltas al 8.
Muchos besos, especiales por un texto tan bonito.
Por cierto, esto de llamar a tu perro como nuestro flamante príncipe me parece fatal. Como eminente antimonárquico me lamento vivamente por mi Felipe preferido, lógicamente el que anda a cuatro patas. ¿Qué pecado cometió para llevar tan principesco nombre? Le salva que en su mundo de perros no entienden, afortundamente para ellos, de sangres azules. Y le salva que existen otros Felipes más graciosos que espero que fuesen los inspiradores del nombre.
ResponderEliminarNuesra gata se llama Aisha y nunca nos lo ha perdonado. Aisha es también, Dios bendito, nombre real. Lo único bueno es que es nombre de reina mora, que siempre tiene más gracia. Fue la última reina de Granada, la que salió corriendo cuando entraron sus católicas majestades a tomar la ciudad y procurar una España limpísima de sangre, de razas y de chusma. En cualquier caso nuestra gata nos ha confesado que prefiere llamarse Aisha a Letizia, que es como la llamo yo para hacerla rabiar cuando se pone a maullar para despertarnos. Petons barcelonins!
Cómo aprendo de arte en este blog... Mariel es increíble lo que el arte te genera, lo bien que lo recibís! Los críticos no me caben mucho pero si me contarán una pieza creativa, una construcción de sonidos, una pincelada, algunos telones como lo hace usted, me amigaría con ellos le diré... Se nota que se empapa de vida viejo. Creo haberme imaginado a ese pájaro y creo que no se me borrará de la cabeza hasta que vaya y vea la realidad.
ResponderEliminarSaludos desde Mundo Aquilante!
Sinceramente, Mariel: tu texto me parece mucho mejor que la fuente. Para mí, tu texto es maduro y la fuente infantil, digna de instalarse en el parque de los niños de un polígono muy, muy alejado de mí. Sin embargo, lo que tú cuentas de ella y del anillo de moebius vida/muerte, me parece, como diría mi portero, espectacular.
ResponderEliminarno es un ocho, mariel. es el signo del infinito que es el tiempo en que permanecera en tu memoria.
ResponderEliminarEstuve en paris, estuve en la plaza. es imposible pasar por ella sin fijarte en las esculturas, no puede ser una plaza mas (¿cuantas habre recorrido en la ciudad luz sin acordarme ahora de ellas?).
me ha gustado muchisimo leer tu texto, mientras lo hacia sentia ese bienestar de saber en el mismo momento que esta pasando que estoy disfrutando de algo.
lei en algun lado algo parecido a que la melancolia es la felicidad de la tristeza. me gusto.
un perro llamado felipe. llamarlo por la calle debe ser genial, la de felipes que volveran la cara.
Dice Portinari (el pájaro devora insaciable sus palabras, quisiera comérsela entera):
ResponderEliminar"Él pájaro de fuego me arde, y ardió a mis espaldas cuando lo vi. Hoy se conectan el príncipe Iván de uno de mis sueños, el pájaro Fénix que sigue ardiendo, los nenúfares ciegos del pintor francés, miles de viajes prohibidos...
Un ocho Mariel, como la vida, es maravilloso. Yo miro tus textos y tus textos me miran. En el ocho está la protección, el recogimiento, el fuego que hace vida del pájaro que no es pájaro, es color.
Tú eres dentro de un ocho y no te encuentro porque hay demasiadas ideas que no me permiten alcanzarte en la realidad. Siguiendo el lazo del ocho nos encontramos, en este lado o en el otro. Hay que ser como Felipe para atravesar el ocho en vida; me quito el bautismo y te busco. Veo el color. Una palabra. Caos y cosmos".
Y yo le digo que abjuro también de mi bautismo y me despojo de todas las ideas y corro y recorro el lazo del ocho, hasta alcanzarla, a ella.
María: Todos los días me das de comer, todos los días. Sí, un día estaremos juntos en el círculo que se puede ver, pero que aun (por suerte) no puede pisarse. Besos giratorios y de colores.
ResponderEliminarBel: Si, la melancolía, esa sombra de lo perdido. Habrá que exorcizarla con pájaros de colores. Gracias, muchas, por ser parte de esta casa. Y a morder el caramelo. Besos de alas encantadas.
Ramón: Qué hermoso lo que contás. Tenía que ser Susú la que te guiara a la fuente, ¿no? Esa fuente destila Susú por todas partes y desafía la alta cultura y la solemnidad gótica. Es precioso lo que decís acerca de la mirada absorta e insondable de los perros. Que contemplan el 8. Yo los he pescado varias veces en esa contemplación muda e inmóvil, de cara al aire vacío, y me he preguntado qué estarán viendo. Quizá sea el 8, sí. Quizá hasta estén corriendo alrededor de la cinta del 8 aunque los veamos quietos. Y sí que es lindo el nombre de tu gata. Aisha. Es corto, cálido, misterioso, sensual, de reina que se fuga. No me sorprende que se enoje si le chiflás un Letizia. Ni quiero imaginarme un Sofía de Grecia (si te mea un sofá, por ejemplo). Vos sabés que a Felipe le pusimos así, Felipe, porque es adorablemente tontolón. En el fondo tiene la sabiduría de los Budas, pero en la superficie no sabe dónde está parado. Por ejemplo: hacés un ruido de chancho y sale a buscar al chancho, mientras los otros dos se dieron cuenta perfectamente de que sos vos. Tiene una tendencia notable a la paja (el onanismo, vamos) y se come con placer la mierda de su hermano mayor. Supimos que era así, desde el primer día, y nos divirtió que llevará el nombre de un Borbón (que suponemos es tan pajero como nuestro Felipe, pero carece de su sabiduría). Es un nombre monárquico para una criatura que es la encarnación del despiste y el atolondramiento. Ahora dudo mucho, sí, que el Felipe de la Zarzuela le de a la pobre Letizia los besos de lengua que éste me dedica a mí, con alevosía. ¡Petons porteños!
Mundo: Me deja pensando lo que decís, porque yo nunca entendí muy bien para qué existen los críticos. Sobre todo los que abundan, que no hacen más que imponerte una mirada y atiborrarte de datos biográficos. Sería precioso que usaran todo ese material de manual para crear a partir de lo creado, sin índices de directores de escuela ni estrecheces mentales. Todo se cruza, todo se intersecta. Todos aprendemos de todos, todos los que estamos acá. Para mí cada comentario enriquece y profundiza el texto, la Bicéfala (que es Lug, que anda por ahí) dice que son notas al pie. Algún día debería tomar todos los comentarios y entrelazarlos para que se vean como lo que son: una criatura viva, que brilla. Yo voy a tu casa a aprender, por ejemplo, y siempre me traigo algo de regreso. Besos escolares.
Blanca: Sos tan Blanca en cada palabra que escribís. Empiezo a leer tu comentario y ya sé que es tuyo y eso me encanta. Esa determinación, ese humor inclaudicable. Supongo que eso es el estilo: leer a alguien y saber quién es, aunque no te lo digan. Que lo que dice lleve su marca. Como que digas, por ejemplo, que el 8 es la cinta de Moebius (yo no lo había pensado, pero sí, lo es) y después traigas a tu portero, que ya merece estatura icónica, ya podría ser el Portero de Blanca, con su "espectacular". Puedo decir, por ejemplo: Ayer fui a ver una peli y opino como el Portero de Blanca. O: "el Portero de Blanca no la soportó". Y así. Como decir "Primitivo" y saber que es un conductor de autobús. "Me subí a un colectivo y el Primitivo era encantador". Un diccionario-Blanca, eso es. Y un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarSin reglas: "Saber en el mismo momento que está pasando que estoy disfrutando de algo". Es fantástico eso. Ser consciente del goce, que el goce también invada tu psiquis. Como saber que se está siendo feliz. Es como valorarlo doblemente, ¿no? Como reconocerlo y agradecerlo con el cuerpo, también. Es verdad que esa plaza es difícil de olvidar. Para mí ya ha trascendido su categoría de plaza: es un espacio mental al que recurro para que se ilumine mi cabeza. Es como un talismán. La melancolía, sí, sospecho que se parece a la felicidad en la tristeza, como le dije a Bel, es como la sombra de un paraíso perdido. Pero es peligrosa, al menos para mí. Yo debo resistir su canto de sirenas, no puedo resbalar en ella porque después pago el precio que inevitablemente me factura. Vos sabés que sí, algunos dan vuelta la cara, pero no muchos, porque a Felipe lo que más le gusta en este mundo es dormir y es el único perro que he conocido al que no le gusta salir a pasear. Quiere estar en casa, siempre. Lo ponés en la calle y pide volver y mueve la cola cuando llegamos. Se resiste a salir. Acá construyó su reino. Besos que se alegran cuando te leen y sienten que se están alegrando.