Soy como mis perros ante la caricia.
Un roce en el lomo y están entregados.
Ojalá fuera íntegramente como mis perros,
en lugar de parecerme a ellos de a pedazos.
Ojalá fuera perro.
El Sr. Starbucks conoce las necesidades
de mis terminales nerviosas.
Incluye en el precio del café
el aro de cartón que protege mi mano.
La cuida del café que quema.
Le entrega la tibieza infantil del café
que destila el cartón del aro.
Mis dedos se apoyan sin temor
en un círculo donde no hay traición,
se suspende la lluvia, no cabe el desamparo.
Voy hacia el vaso plástico
en estos días de nieve,
anticipando entusiasmada
la promesa
que instantáneamente cumplirá
la cinta de calor en mis falanges.
De las falanges pasa al corazón.
Las arterias se arropan y agradecen
la sencillez del acto que las pone a secar,
a salir, a sentir
el sol.
Son mis tiras de tela cobijadas
por la delicadeza del Sr. Starbucks.
En la ciudad se decreta la tregua olímpica.
Respeto el reglamento y concurso desnuda.
Quiero jugar al juego del aro de cartón.
He llegado a meterme cuatro o cinco
en los bolsillos,
por las dudas, porque no sé,
por si se acaban.
Cuando se acaba el café,
me guardo el aro.
Ganaría si la competencia
fuera anudarse aros a los tobillos,
pegárselos alrededor de la cabeza,
amurallar la cintura
o comérselos hasta forrarse
el reverso del cuerpo,
con hambre
de puro cartón recalentado.
Es que es la guerra, afuera.
Con qué poco me compra
el Sr. Starbucks y me hace compañía.
Con qué poco podría, si supiera,
cazar mis propios aros
y cuidar de mí misma.
"Sos una buena chica",
me dice, complacido.
Será por todos los cafés
que me ha vendido.
Yo suspiro y me rasco
las orejas.
Me acurruco y me duermo
a los pies del Sr. Starbucks.
Los muertos empiezan a llegar
a Atenas.
mean,
ResponderEliminarte doy cartón
el cartón es árbol, eso lo sabemos.
lógico, entonces, que tú -pájaro- aprecie esta materia del ser.
a mí el señor starbucks me importa un bledo.
hizo una cosa bien aun así no le perdono que no haya pedido permiso al árbol...
me reconforta que tus manos anden tibias, tu pluma es generosa,
vine a dejar pan.
besos,
ò.
Mándame urgentemente todos los aros de papel que tengas, tu no lo sabes porque tu nube poética es una niebla que no te deja ver el suelo; pero yo te lo digo: para que todos los peces del mundo puedan vivir tranquilos, para que el cambio climático se retrase, para que el mundo sea más humano (en lo que el humano tiene de bueno y animal), es necesario proteger los árboles.
ResponderEliminarY una de las formas de protegerlos, es anillando su tronco, cercano a la raíz, con un cartón como ese: ahí, los parásitos ponen sus huevos. Al llegar la primavera quemamos los anillos que protegían tu mano, tu cintura, tu cabeza y su tronco: el fuego purifica y habremos salvado al árbol y a la "prota" de mucho bicho malo...sin venenos.
Extrañísimo final pero soberbio. Habrá que buscarle las raíces. Como Soperos y Maríajesús pienso en los árboles y en la moda de los envases desechables, sin embargo creo que el poema no apunta allí. Los versos del comienzo tienen cierta contundencia. Esta sociedad nos tiene atenazados, nos inclinamos como perros ante ella, que tan bien nos conoce y conoce nuestras debilidades. Sinceramente pienso que no debemos amargarnos, un café no nos condena, todos somos cómplices de algo, difícil no vivir en la contradicción; lo importante es que también podemos levantarnos, que nos damos cuenta, que no nos engañan y, al final, tampoco nos amansan.
ResponderEliminarUn abrazo
(y gracias por tu comentario en el blog de Arturo)
No podría hacer otra cosa que desarmarme en halagos al leer su poesía. Podría además, decir que sus poemas, con una diferencia sustancial, al igual que los aros de este señor que no conozco, nos protegen de la tragedia cotidiana del mundo. Por suerte existe, su lenguaje, para llevarnos a una isla donde nadie nos molesta. Abrazos retorcidos.
ResponderEliminarhermoso blog, Me queda grande para opinar pero te felicito
ResponderEliminarEl anterior tambien me emociono
saludos
Helena, con esos aros harás zafarranchos en Troya...
ResponderEliminarTus textos Mariel, como dice el amigo De Vierde, nos llevan a sitios entrañables, llenos de belleza y placer. Por suerte en esa isla que es tu poesía hay Starbucks, uno de los tantos gustos frívolos que me doy de vez en cuando. Es cierto que por el precio bien puede darnos el aro de cartón y un señor que nos apantalle. Pero a mí me encanta y voy seguido al nuevo Shopping DOT (sitio que no recomiendo) cerca de mi casa sólo para tomarme un Starbucks con mi chico.
ResponderEliminarbesos macchiatos
¿Por qué parece tan terriblemente resignado y me hace pensar en toda una anatomía de cicatrices?
ResponderEliminarEl otro día H. me leyó un poema que tenía como tema el macdonals. El poema era una porquería. Y había ganado no sé qué concurso, con todo lo que eso conlleva: no sé cuántos miles de euros.
ResponderEliminarYo pensé y dije: nadie que haya un poema sobre macdonals hará algo hermoso. Él intentó convencerme de que sí.
Ahora me encuentro con el sr Starsbuck y no me queda otra que poner en duda lo que dije el otro día. Quizá hablar del mcdonals en un poema no es tan mala idea. Sólo tiene que hacerse bien, coom éste.
De vez en cuando sería bueno morder la mano que da de comer. Dejar de ser perro y volver al lobo que nunca permitiría que Mr. S. le sobe el lomo.
ResponderEliminarPero sólo de vez en cuando.
Un medium capuccino with an extra shot no creo que nos aleje demasiado de la revolución, right?
Cheers!
Le tengo un odio eterno al señor Starbucks argento!!!
ResponderEliminarPrefiero mate en casa, con CBSE, o el café en donde mi amiga Ana de Rodríguez Peña y Córdoba, hace 5 años (ahora lo tiraron abajo para levantar un Burger King)
Una vez, de niña, en el colegio, nos enseñaron a reciclar papel, a hacer papel reciclado. Fue muy bonito. Nos enseñaron y luego, en casa, tuvimos que hacer algo que demostrara que habíamos aprendido. Yo hice muchas cosas, y algunas todavía las conservo: como unas cuantas láminas gruesas, rugosas, para las que todavía estoy esperando el momento de escribir en ellas y luego volverlo a reciclar, el papel, las palabras; y también hice una pulsera gorda, sí, de papel, que no dista mucho, la verdad, de esos aros del Sr. Starbucks. Ahí la tengo, guardada también. A veces también me dan ganas de reciclarla, de reciclar el mundo entero y hacerlo de un papel nuevo, pero viejo, que sepa algo de sí mismo para poder cuidarse. Cuando escribo una palabra en un folio y luego lo arrugo porque no me gusta, siempre acabo por abrir de nuevo la bola de papel, tachar la palabra y seguir escribiendo al lado de la mancha. Me pregunto cuántos tachones hacen falta para concienciarnos.
ResponderEliminarUn dulce beso.
El Sr. Starbucks conoce tus gustos y necesidades; pero mejor conoce el resultado financiero de su negocio. Por esto te ofrece lo que te ofrece, te cobra lo que te cobra y, como al pasar, te acaricia el lomo.
ResponderEliminar¡Ay, Pájaro de China, qué bien lo haces!
ResponderEliminarPorque hacer poesía con las cosas bellas es más fácil que dedicársela a las multinacionales.
Así que me has dejado admirada...y éso que no me gusta el café.
Besos, también para los atenienses
Estimados/as pensantes:
ResponderEliminarEs tan simple como eso....posar sobre las soluciones efímeras que el capitalismo nos presta, es mucho más barato que inentar ser feliz por uno mismo.
Vamos todos al Starbucks!!!
Demasiado poema pájaro, para la estulticia de Starbucks, yo deje hace mucho de tomar un café que además de cobrar la tontería, juega con lo solidario.
ResponderEliminarPor no hablar de esa manía de preguntarte el nombre y ser todos super-guays, porque lo manda y lo ordena el señor Starbucks.
Por lo demás un 10 cómo siempre. Y un goce, por gozoso con ese final apotéosico.
Te mereces un café en Madrid, en la terraza del café de oriente, al anochecer, con el cielo velazqueño encima de tu privilegiada cabeza.
Cómo me reí con esa ironía poética... Tienes razón, solo que en España la falange, además del significado óseo habitual tiene otro de político que a todos los españoles nos viene inmediatamente a la cabeza, y es de ponerse a temblar. Pero me reí mucho con tu hagiografía al sr. Starbucks. Buenísimo es. Y forrado está.
ResponderEliminarEl año pasado en NY me sorprendí de esa costumbre de tomar el café por la calle. Aquí era marginal: lo hacían cuatro. En NY lo hacía todo el mundo. Mr.Starbucks te vendía su café, sin colas, porque allí hacer cola es pecado mortal, tu miraban dos dólares, y calculabas, dos dólares más la taxa... y mientras te cuestionabas si debías dejar propina o no era necesario, e ibas buscando las moneditas en el monedero, el sr. Starbucks te había colocado el café con su cartón y te propinaba casi una patada en el culo y te mandaba a la puta calle, para que te lo tomaras subiendo la quinta avenida. Como quiero ser ecologista (jamás diría que lo soy, porque cometo demasiados errores), al llegar a mi BCN compré un vaso-termo que me sirve muchísimo en mis mañanas laborales.
Ay Mariel, que épica le pones a las cosas, incluso a las más terribles y revestidas con mayor carga irónica. Los muertos están llegando a Atenas. Besisísimos.
Sí, Starbucks paga $320 la quincena. Y los gastos de cada local están calculados para que no excedan el %4 de las ganancias.
ResponderEliminarPero el Dulce de leche latte me transporta, me da pilas, gasolina para seguir incendiando, haciendo la revolución.
Besos cafeínicos.
Ya está todo dicho y mi sombrero es para ti.
ResponderEliminarEl cartón y las orejas. La naturaleza del calor. El sol tras la lluvia. Siempre retorno al abrazo, al fin del círculo del cartón que se anuda en silencio.
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