LA FÓRMULA DE LA BELLEZA

No es materia de la industria cosmética. Escapa a las narices de los perfumistas. Evade las páginas sedosas de las revistas de moda, la cinta glamorosa de las pasarelas y el planificado cromatismo de la publicidad. No depende de la longitud de las piernas, el brillo de la cabellera y el diámetro de la cintura. No es concedida por el azar de la genética.

Nadie la custodia en beneficio de un círculo restringido de iniciados. Se resiste a las reglas de la perspectiva, el consenso arbitrario de la época y el cálculo y la técnica de los especialistas. Respira en el reverso de las transacciones mercantiles. La construcción del glamour la degrada como un veneno. No es una cuestión de proporciones. Desconoce los manuales de instrucciones y los accesorios de ocasión. Se ahoga en la quietud de los museos y los catálogos de los coleccionistas.

Es visible a los ojos. No tiene la boca cerrada. Traza un arco consistente en el tiempo. Te seduce, te penetra y te desarma. Es un modo de hacer que anuda el corazón, la cabeza y la pelvis.

No es a George Clooney a quien me llevaría a la cama, con perdón de las cámaras y las estadísticas. Otro invierte el estado de las cosas, sin dejar de parecerse a sí mismo. Viggo Mortensen no altera mi sangre. Me gustaría que me bese la lengua que defendió su lengua y que me toque la mano que defendió su derecho a tocar. Un huracán persistente de hermosura que arrasa con la selección italiana de fútbol, posando en el vestuario con los calzoncillos ajustados y el cuerpo recién salido de la ducha.

No tengo fantasías con la testosterona de los calendarios. El intelectual progresista con su cotillón de rigor no me mueve un músculo. No se trata, en este caso, de fascinación burguesa por el sometido consuetudinario. No soy el patrón que se calienta con la mucama.  Ni el explorador subyugado por lo exótico.

A este hombre le daría mucho más que mi voto, rendida ante su fortaleza extraordinaria. Pocas cosas sé pero de ésta sí estoy segura. Cuando digo que lo veo implacablemente bello, no es transgresión barata. Y no soy yo quien está corrida de su eje. Es el mundo.