Extendemos los brazos
hasta rozar el borde del paisaje.
En ese borde tendemos una soga,
colgamos nuestros trapos,
nuestros modestos estandartes de guerra.
Húmedos, desfigurados,
ondearon como sábanas sobre nuestras cabezas
mientras corríamos entre los árboles del bosque.
Los habíamos clavado a un par de palos,
que no tuvieron la forma de una cruz.
Fue la época de la persecución de nuestras nucas
por los grandes terrores que supimos parir.
La época del mordisco de la mala fortuna.
La época inevitable
en la que nos quedamos solos.
En esos días nos dimos al trabajo
de tallar talismanes en los troncos.
En esas noches atamos farolitos
de modesto papel entre las ramas.
Miraba el niño desertor que se dormía en tu boca.
Lamías las heridas rabiosas de mis pies.
Descansa ahora, amor, sobre este césped
que no sería nada sin nosotros.
Hemos venido a intervenir,
a interrumpir la postal amigable.
Los colores impregnan nuestros trapos.
Chorrean extraordinarios,
son los flujos negados a los dioses.
La materia que habita nuestros órganos,
las incesantes transformaciones de esta casa.
PÁJARO DE CHINA
miércoles, 28 de julio de 2010
XIX.
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Mariel, he de decirte que me ha encantado. Desde las imágenes, la cuerda colgada, las marcas en los troncos, los farolillos de papel. Lo he leido tres veces y la última estrofa bordada. Eso somos, colores.
ResponderEliminarTe felicito, de verdad.
"Miraba al niño desertor que se dormía en tu boca"
ResponderEliminarExtraordinario.
abrazos
Bellas imagenes, búsquedas, vida, alma que late.
ResponderEliminarNuestras batallas, navegar en nuestros miedos para afrontarlos y construir desde la sombra.
Me encanta ese yo / tú / nosotros.
Siento tus letras vivas y me miro en mi propio espejo.
Un abrazo. María