PÁJARO DE CHINA

miércoles, 11 de agosto de 2010

"SEÑORES, LA CENA ESTÁ PODRIDA"


Hay seis personajes, no personas, en busca de una cena, continuamente postergada. Si alimentarse es la necesidad básica de cualquier ser humano, hay seis personajes con su necesidad básica insatisfecha y un agujero estomacal. Saciar el hambre es, también, un placer. No hay placer en El discreto encanto de la burguesía.

Los niños que nos rodean no podrían destripar los juguetes modernos, que se esfuerzan por ser irrompibles. Las antiguas muñecas de trapo son la delicia de los destripadores. El niño que destripa su muñeco quiere ver lo que hay adentro. La clase burguesa fue la muñeca de trapo de Luis Buñuel. Dentro de la muñeca vio lo que la literatura boba de Michel Houellebecq pretende constatar tantos años más tarde.

Tres hombres y tres mujeres caminan, en tres escenas, por una senda abierta en mitad del campo. Sin curvas, atajos ni desvíos. Avanzan inmutables sobre una línea recta, ajenos a lo que salga al paso: los tres poderes que impedirán la consumación de la cena postergada (el eclesiástico, el militar y el judicial), los tres sueños (el último, como un sueño matrioshka, incluye un cuarto) en los que emergen los terrores del inconsciente y las tres irrupciones de ruidos externos (ulular de sirenas, tañido de campanas y paso de aviones de guerra) que silencian las explicaciones (obscenas) de cada orden emitida "desde arriba". Las órdenes se obedecen aunque sus explicaciones no puedan oírse.

Recitan parlamentos heredados, banales y ridículos, y se mueven como maniquíes de vestimenta y modales impecables. Por eso no es extraño que en uno de los sueños que atraviesan el film aparezcan sentados a la mesa frente a un auditorio teatral y que, ocultamente, se entreguen al narcotráfico, el alcoholismo, la delación y el adulterio.


A partir de la anécdota de seis burgueses que no consiguen sentarse a cenar, Buñuel vacía su ametralladora. No hay azar en sus disparos. Sabe a quiénes se enfrenta.

A la religión, representada por un monseñor que ofrece trabajos de jardinería en una mansión opulenta (es decir, juega a hacerse el pobre trabajando para los ricos) y no trepida en confesar y absolver a un auténtico jardinero moribundo, hundido en la miseria, y fusilarlo luego de que éste confesara haber asesinado a sus padres (los del monseñor, ciertamente) porque lo trataban como una bestia.

Al militarismo, en las botas de un coronel que se deshace en halagos a la señora de la casa que lo hospeda durante las "maniobras" y agradece las cortesías recibidas, impasible ante el estruendo de las bombas y el número de bajas en fuera de campo.

Al poder judicial, que libera a los seis burgueses, encarcelados por tráfico de cocaína, por orden de un ministro.

Buñuel sabe, además, que las cartas están marcadas y el camino es tan recto como la senda campestre que recorren sus personajes. No hay azar, a pesar de las secuencias oníricas y los diálogos extravagantes.

La realidad es el insumo, aterrador y sanguinario, de los sueños y cualquier diálogo "convencional" no es menos absurdo que la visita de un soldado dispuesto a contar su última pesadilla a unos comensales desconocidos, en un mundo en el que la palabra dominante equivale a un ruido (de hecho, en el film no hay música incidental y en la acción se quebró cualquier armonía posible) y el pobre es utilizado como conejito de Indias para demostrar la correcta forma de degustación de un Martini seco.

El discreto encanto de la burguesía lleva las marcas tangibles del universo-Buñuel: muertos, moribundos y resucitados, rodeados del cotillón funerario de rigor, hábitos sacerdotales y armas de fuego; el calzado del burgués y el del miserable; un piano del que, esta vez, asoman cucarachas al ser usado como instrumento de tortura; y, en el centro, el manual del comensal gourmet (tan caro a nuestra época de chefs y sommeliers devenidos celebridades).


En el film no se muestra piel. El sexo es pura genitalidad adúltera o a las apuradas. Buñuel está a un paso, cronológico, de hacer uso de la colección de juguetes sexuales en boga en nuestros días. No hay tacto ni erotismo. El único plato en primer plano son los pollos plásticos de un mal sueño y no se muerde una sola fruta.

¿Quién se atrevería a decir que Buñuel ha muerto? ¿Quién se atrevería a decir que ha envejecido?

El grano de la película y la lentitud de los diálogos, que podrían funcionar como datos de su antigüedad, no hacen sino exaltar la enajenación del "mundo de la vida" que se exhibe. El juego paródico con un probable sombrero de Napoleón, del que sarcásticamente se afirma que existen copias falsas, presagia el posmodernismo acrítico.

Una sola situación es, hoy, impensable: la existencia de una juventud rebelada y en pie de guerra. Buñuel, no obstante, intuyó su destino en una breve escena: ser entregada a fuerzas paramilitares, para convertirse en una generación torturada, desaparecida y enterrada en una fosa común.

"La cena está servida", repiten los burgueses, mientras la servidumbre acomoda los platos. Pero será imposible dedicarse a comer en paz, afortunadamente imposible, mientras la cena esté podrida desde el minuto cero.



Imágenes: El discreto encanto de la burguesía, Luis Buñuel, 1972.

5 comentarios:

  1. Es increíble. Pero puedo decir que hoy podría ver la película desde un sillón demasiado cómodo. Es el que vos dispusiste con tamaña lluvia de palabras. Un abrazo.

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  2. El discreto encanto de la corrupción.
    Una comida que ya ha sido vomitada por otros, que no regurgitada a la manera más animal y primaria de dar alimento a la prole.
    El pueblo comerá y beberá ese martini seco, quemándose con él la garganta. Anulando la voz. Sin piel. Adiós a la lucha.
    Desde el silencio y la mirada aún se puede hacer algo: tirar el muro.

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  3. Cuál será mi lugar, me pregunto. Sentadito a la mesa de los señores, o me atreveré, desde un rincón, detrás de las cortinas, a escupirles la comida?

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  4. Y todos comen y ríen.
    Bajo la piel transitan las cucarachas.
    Más tarde, el Ángel exterminador no los dejará salir, imposible franquear la puerta, no sabrán encontrar el camino.

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  5. Supongo que al final la burguesía puede disolverse y llegar en mayor o menor concentración a los tiempos modernos. La religión, el ejército y el poder judicial, los tres poderes no representativos orquestan un requiem opulento y oneroso desde el que aguar toda democracia.
    Puede que la guerra esté hoy en los medios de comunicación, un ejército experto en marketing y antropología, en psicología social y en imprudencia cognitiva.

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