Tengo tres hermanas imaginarias. Susy, Virgi y Male. De ficción. Nos visitamos los miércoles a la noche, sin falta. Dudan, aman, lloran, vuelven a dudar, ríen y se desesperan. Súbitamente, comienzan a cantar. Estoy enamorada de mis tres hermanas, de sus novios y de sus novias.
Cantaban los personajes de Alain Resnais en On connait la chanson. Cantaban los de Woody Allen en Paris, je t'aime. Muchos cantaban.
Yo canto, mucho. Como me sale e imprevistamente. A la madrugada, en el balcón, en los pasillos de los hospitales y en los funerales, también. Aprendí italiano manejando y cantando con Mina, a dúo. Pagué todas las infracciones de tránsito correspondientes, con orgullo. Aceleré con Francoise Hardy y Jane Birkin (a la que habrá que bajarle el volumen en la barra lateral derecha para escuchar a mis hermanas) durante años. He sido, en el living y en pelotas, en noches de hastío, Lili Marleen.
Compartimos este hábito con mis tres hermanas. Cuando era chica salía al patio de mi casa, me reclinaba contra la pared donde daba el sol y cantaba durante horas. A mi mamá le repetían el repertorio cuando entraba a la panadería (que estaba a varios, varios metros de ese patio) y en casi todas las tiendas del barrio ("¿es su nena la que canta, no?").
Cuando ingresé en las filas de la educación formal, fue a los alaridos. Salía al patio del jardín de infantes y de pie en su exacto centro aullaba como una posesa. Era mi resistencia-lobita. Mi mamá me retiró del jardín, donde acepté quedarme, sin aullar, sólo cuando aprendí a leer.
Me gusta empezar a cantar, espontáneamente. Como venga. El pecho se abre, el cuerpo se distiende y uno se saca flores, peces, promesas y melancolías de la boca. Se transita mejor, se respira más lentamente, cantando. Uno se afloja, se deshace y se sale de sí mismo para ir hacia el otro, que es lo más hermoso que puede pasarle.
No importa cómo, no importa qué (excluidas las marchas militares y los himnos fascistas), cantar cicatriza y, quién podría asegurar lo contrario, a veces, también, sana.
Imagen y videos: Para vestir santos.
Yo soy un eximio cantante. Tengo tres hermanas de carne y hueso, una no canta. Con las otras cantamos hasta desmayar.
ResponderEliminarYo canto canciones de Marco Antonio Solis, de Keane y de Sepultura. La gente se ríe cuando imito a Arjona.
Pero canto sobre todo, para hacer referencia al momento que transcurre...entonces, cuando canto la horrible canción esa que dice..."cuando el amor se termina, el mundo que te di...", mi chica se pone como loca. Y yo sigo cantando.
¿Te acuerdas de la película de Agnes Varda "Una canta la otra no"?
ResponderEliminarYo no canto pero escucho a Birkin, y me acuerdo de Hardy, de Mina y de canciones repetidas una y otra vez.
Somos las canciones que oímos, además una canción hace que recordemos instantes que de otro manera olvidamos. Está indefectiblemente unidas a personas, momentos, olores sabores y amores con sus correspondientes desamores.
Son las bandas sonoras de nuestras vidas.
Quiero ser una cuarta hermana imaginaria. Yo bailo, cantar se me da pésimo, en todo caso tarareo.
Besos Mariel.
Muy bien, muy bien, cantar cicatriza, de acuerdo. Pero no todos tienen la capacidad de escuchar ni todos la bondad de cantar a unas horas nomales, ejemplo, el rompenubes de mi vecino, por lo demás de acuerdo, hasta y sobre todo, en los funerales.
ResponderEliminarAbrazos.
Siempre te imaginé cantando bajo la lluvia en el balcón, siempre.
ResponderEliminar...de niño oía cantar a través del patio de mi casa....mis hijos ya no saben lo que es eso...
ResponderEliminarun beso.
Yo canto tan poco...
ResponderEliminar"Antes he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta, sus males espanta" (El Quijote, cap. XXII)
ResponderEliminarCuando era niña, formábamos orquestas con cajas de cartón, con latas, con botellas, con flautas de juguete, y con ramas de árboles...hacíamos coros y silvábamos. A nosotras nos sonaba emocionante, aunque debía escucharse un alboroto de sonidos discordantes. Durante una temporada fue nuestro mejor y más divertido entretenimiento.
Es verdad que la música es un infalible recurso terapéutico. Y además de una unión universal.