PÁJARO DE CHINA

viernes, 1 de octubre de 2010

XVIII.


A mi cuarta hermana, Thelma (ella sabe).

(El inicio es la Segunda Parte)

Un cartel colgado de una soga indica, con tipografía de palo seco: "Segunda Parte". Dos árboles de cartulina, pintados. En una mesa empapelada con fragmentos de fotografías, dos velas encendidas. Sonido de viento. Ladridos a la distancia.

Sobre el piso, muñecas antiguas, tenedores, tazas rotas, cucharas de distintos tamaños, hojas sueltas escritas de puño y letra, latas de galletas, peines, tubos de pasta dental, termómetros, rollos de película, pedazos de afiches de colores, docenas de medias de lana, sábanas desteñidas, una radio de principios del siglo pasado, cigarrillos dispersos, varios pares de gafas circulares. Las cosas cubren todo el piso del escenario, amontonadas.

Se escucha un diálogo entrecortado, como la estación de una radio que no logra sintonizarse. Las palabras se tornan, poco a poco, discernibles. Corresponden a una voz femenina y a una voz masculina, en off. El diálogo transcurre en un susurro, como si sus protagonistas estuvieran tan cerca que no necesitaran elevar la voz.


Ella: Se me arrugó el vestidito. Se esfumaron las rayas.

Él: Mi mameluco está en las cloacas y en el estómago de los gusanos. Tu vestidito de entrecasa, de batalla, era un primor. Acomodé los omóplatos para ver tu perfil.

Ella: Sería más lógico que nos enterraran de costado. Arriba no hay nada. O boca abajo.

Él: Preferiría de costado, para verte.

Ella: Pero el vestidito ... está hecho jirones. Algún día tenía que decírtelo.

Él: No importa. Te imagino, de todas formas. De todas las formas posibles. Los números, los números. Por favor, no llores.

Ella: Lloro por los números, también.

Él: Los números.

Ella: Yo guardo tu secreto, todavía. Pienso en las pistas debajo de las piedras, dentro de los armarios, en los asientos de los autobuses.

Él: Yo guardo tu secreto, todavía, aunque haya perdido los bolsillos. El mameluco.

Ella: El secreto. Lloro por los números y no puedo secarme los ojos.

Él: Pienso en las señales dentro de los zapatos, bajo las almohadas, en los manubrios de las bicicletas. Veo los números.

Ella: En un número hay pestañas, hay dientes, hay uñas de los pies. Todo lo que perdimos. ¿Ves las señales?

Él: Sí. ¿Ves las pistas?

Ella: Sí. Sí. Quisiera confiar.

Él: Están allí. Están todas allí. Quisiera abrazarte. Que te pongas en puntas de pie para abrazarme.

Élla: Quisiera confiar en ellos. No respires así. No intentes ocultármelo. No llores.

Él: Quisiera que confiaran en nosotros. No lloro.

Ella: Hastío de palabras sin pestañas, sin dientes, sin uñas de los pies.

Él: ¿Ves las señales?

Ella: Sí. Sí. Están todas allí. Está todo afuera. No pueden pedirnos más de lo que hemos dado.


(Tercera y Última Parte)

La sala está totalmente a oscuras. Las luces se encienden gradualmente y los espectadores son invitados a retirarse. A cada uno se le entrega, envuelto en papel de diario, un programa de mano que incluye sólo las fotografías que integran el video de la barra lateral derecha. Y una modesta linterna.



Foto: Varvara Stepanova por Alexander Rodchenko.

3 comentarios:

  1. A Stepanova también la tengo hermanada,y eso que soy hija única. Ahora tengo a quién visitar periódicamente. Cojo el descpaotable, me pongo las gafas de sol y...paso a buscarte.
    No digo nada del texto porque lo emborrono.
    Besos y achuchones a los canes.

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  2. veo las pistas...quiero confiar

    (la música, tan estremecedora para esta mañana de sábado...bella) Abrazo mi Pájaro

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  3. Deja una impresión terrible el guión. Tantas cosas no dichas, una oscuridad, un antes implacable e imborrable. Y un presente hecho jirones porque "no pueden pedirnos más de lo que hemos dado". Las linternas ¿podrán vencer la oscuridad?

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