PÁJARO DE CHINA

domingo, 24 de junio de 2012

ANGELA TURNER




I.

En una escala del viaje, 
bajamos del barco. 
Estábamos sentados en un banco.
Se inclinó y recogió una piedrita, 
me miró y me la dio como una ofrenda. 
Papá y mamá viajaban conmigo, 
él era un hombre que viajaba solo.
Me doblaba en edad, hablaba poco, 
las palabras temblaban
sueltas en su cabeza 
adentro de una bolsa de dormir.
Para vivir cantaba, acostado y a ciegas,
en voz más alta que la bestial tormenta
que golpeaba la bolsa
donde retrocedían las palabras.


II.

("Esta noche, Señor, donde quiera que estés,
no te olvides de mí. 
Llevo en la mano una bolsa cerrada
donde se agita y me busca mi terror. 
Esta noche recuesta tu piedad en mi almohada").


III.

Se había adentrado a tientas en un limbo,
con su nombre cosido en las medias de lana. 
Buscaba en un invierno que no se acabaría
un eslabón perdido
en estado primario de embriogénesis.
La evidencia científica en un huevo incubado 
contra todo dolor, contra todo pronóstico,
por un pingüino inmóvil en un aro glacial. 
Fue más terrible que la trinchera en Flandes.
A la ciencia no le importó en absoluto su conquista
(ya era inútil mientras la realizaba,
sostenido por dos futuros muertos,
en el cero inicial de la colonia de cría).
Extendió las manos
vírgenes del peso de las bolsas,
se inclinó y recogió el misterio,
lo cargó en el trineo, lo acunó hasta Londres.
Un empleado indiferente del museo 
etiquetó su segundo y obstinado nacimiento
como el hallazgo de tres huevos inservibles.
Fue más hermoso que sus árboles en Lamer Park,
a los que cuidaría como a niños.
Me tapaba paralizada los oídos
cuando los electrodos le mordían las sienes.


IV.

("Esta noche, Señor, donde quiera que estés,
protege de la nieve a mi hombre tímido.
Protégelo de la culpa de sobrevivir").


V.

No quiso hijos inocentes que heredaran
bolsas que aterran y no pueden abrirse.
Los hijos que no tuve no verán los árboles, 
no tocarán en la noche infinita 
un pecho amarillo, unas patas tensas.
Investigué las formas del amor antártico. 
El pingüino emperador corteja a la hembra
ofrendándole piedritas en el desierto. 
Es su manera de decir 
"te elijo, 
para construir algo parecido
a un nido".

Estábamos sentados en un banco. 
Yo no había aprendido todavía
hasta dónde se extiende el Cabo Crozier, 
cómo hermanar la extensión de ciertos gestos. 




4 comentarios:

  1. Te ofrezco piedritas que contienen los secretos que buscamos develar; que fueron testigos desde el inicio del mar y el bosque, y que glaciares y fuegos partieron pero no sofocaron.
    Para hacer un nido inconmovible a prueba de años.
    Te quiero, Sis.
    V.

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  2. Intenso, duele.
    Un abrazo para hermanar gestos mudos.

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  3. Querido Pájaro:

    leo en la enciclopedia que en ese espacio del cabo Crozier "cruzar la zona o sobrevolarla está totalmente prohibido". Me dejo arrastrar por el valor o por la ensoñación de la variable prohibir"(cabría la posibilidad de que en esta ecuación prohibir fuera constante) y, en primer modelo de trabajo, me resulta hermosa palabra. Bello prohibir allí donde nada cruza ni sobrevuela salvo si es ave que nada.

    Prohibir la dicción y suspender el poema, escala experimental en un banco del puerto, buscando la bolsa de las piedras de otro, piedras que añadimos a los muertos al ser arrojados en la tumba antártica, heredad y memoria frágil del encuentro con el señor de los minerales. Rocas que no serán árboles ni huevos ni alien; solo compromiso de nido, ensoñación del que canturrea salmos desgarrando todos los sentidos de las palabras (sans toi ni loi). No sé si nido cabe en la ecuación habida cuenta de que no somos pingüinos.

    Un saludo, mi ausente y casi espectral señora del transatlántico

    luis

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  4. Even in Google's English translation this is beautiful and so true to Angela's and Cherry's feelings. I know - I am their nephew. Hugh.

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