V.

Entre los dos hacemos el mundo. No es un dios, en sus conjeturales y múltiples  formas. Es tu mano de seda que descansa sobre mi lomo curtido de cerdo salvaje. Entre el principio de realidad y la tentativa de fuga se suceden los días. Los dos terminaremos sangrando entre metales. El niño huérfano llora a escondidas en la granja. La estrella de cine está muerta de miedo. Soy solo un extra anónimo y perplejo en este casting, que pronto olvidaré porque tengo hambre y tengo sueño y tengo voluntad, de jugar con las moscas. Aférrate a mis ojos dulces, que no mienten.

¿Quién infunde valor a quién?¿Quién concede sosiego? El Edén es una conexión delicadísima de tu bota de tienda a mi pata perfecta sin esfuerzos, de mi oreja peluda e innecesariamente larga a tu melena de cinematógrafo. La extensión de mi oreja desborda alegremente tu figura, hecha y deshecha a la medida de los sueños ajenos. Mi horizontalidad equilibra tu estatura. Tu uniforme ilumina mi desnudez. Mi mirada más próxima a la tierra examina el barro. Tu mirada se posa en una sensación o un pensamiento. ¿Quién sabría decir qué duele menos? El Edén es el exiguo espacio entre los dos, donde nuestros olores se mezclan sin soltarse. Aférrate a mi mansedumbre, que no traiciona.

Tu Porsche plateado dialoga con el cuchillo impiadoso de mi verdugo. Es la misma máquina la que nos tritura. Aférrate a los alaridos insoportables de mi último minuto, donde todo está escrito. También a ese angosto pasadizo de aire en el que fuimos uno, donde hay una promesa. Hubiéramos debido envejecer juntos. 

Foto: Dennis Stock, James Dean with a Pig, 1954.