PÁJARO DE CHINA

viernes, 20 de agosto de 2010

¿SUEÑAN LOS CORDEROS CON BURGUESES ELÉCTRICOS?



El ángel exterminador, rodada en blanco y negro por Buñuel en Méjico, en 1962, pareciera filmada en la década del '20: el color de la cinta y el grano de la película informan deliberadamente que el clan de aristócratas protagonistas atrasa, atrasa terriblemente, y que no cambiará. Es su naturaleza y Buñuel la despliega y la confirma entre cuatro paredes.

La película, en cambio, podría haber sido filmada ayer. Esta vez no se desnuda a la burguesía, sino a la aristocracia. Y el "quiero y no puedo" no apunta a sentarse a comer (como en El discreto encanto de la burguesía ) o a acostarse y coger (o "follar", como nos enseñaron las horrendas traducciones de Anagrama que intentaron convencernos en nuestra niñez hormonalmente alterada de que realmente leíamos a Charles Bukowski, hasta que afortunadamente descubrimos a Henry Miller y leer a Bukowski dejó de importarnos), como en Ese oscuro objeto del deseo, sino a la imposibilidad de salir de un salón, aunque las puertas de la mansión de turno estén abiertas.

El atrincheramiento involuntario está pautado por la irrupción de la música de la "alta cultura": la troupe aristocrática regresa de una función de ópera para una cena de lujo y, luego de la ejecución al piano de una sonata de Domenico Paradisi por una invitada (que va quedándose calva, como una "pianista calva" imaginada por Ionesco) son víctimas de un "encantamiento" que los paraliza y les impide salir del salón, que progresivamente muta a "campamento de gitanos", "pocilga" o "chiquero" dominado por los instintos primitivos de los que consuetudinariamente han abjurado en público.


Sólo logran superar la inmovilidad y lanzarse a la calle cuando otra de las comensales (bautizada "La Valquiria") descubre que se encuentran nuevamente en las mismas posiciones en las que estaban al finalizar la sonata (como en un partida de ajedrez en la que se reacomodan las piezas reiterando la disposición del tablero original) y repiten los parlamentos que precedieron el "hechizo".

No tienen mejor idea que cumplir la promesa que han hecho en sus cuatro días de reclusión: apresurarse a agradecer a Dios haber sido liberados. En la iglesia, al sonar el Te Deum, la historia se repite. Víctimas de una "fuerza invisible" que los paraliza, nadie puede salir de allí. Una manada de corderos cruza dócilmente el umbral "sagrado", para unirse a la patología de la atrofia. Simultáneamente, las fuerzas del orden reprimen en el exterior una revuelta callejera.  

El confinamiento ha demostrado de lo que son capaces: si se hubiera prolongado, no se hubieran ahorrado ni el canibalismo. 

Destrozan un violoncello para asar los corderos (vivos) de la dueña de casa, se toman el agua de los floreros y se precipitan como bestias a beber del chorro de una cañería deliberadamente reventada a golpes, se prodigan sopapos, se esconden los medicamentos, alucinan con manos lascivas que hurgan impúdicamente sus intimidades, se bajan todas las drogas de un cofre "secreto" del anfitrión, declaran no soportar sus hedores mutuos, se disputan las últimas migajas de la cena y aúllan cínicos parlamentos maternales dedicados a hijos "que no volverán a ver" pero quedarán, no obstante, al buen cuidado "de abades y preceptores". 

Los fetiches de la abundancia tan caros a Buñuel (cubertería, vajilla, arañas de cristal y costosos muebles de época) se desintegran en la escenografía del desastre.


Reina una "suspensión" meramente aparente de la "normalidad", materializada en un estado de abulia matizada por accesos de salvajismo irredento. Estos sujetos ya eran "anormales" antes de descomponerse, con la única diferencia de que sus miserias morales, naturalizadas, anidaban bajo el protocolo y las buenas costumbres. No existía una "humanidad" precedente, sino una razón desquiciada ab initio, provisoriamente contenida por las reglas de la etiqueta. 

Es en la letargia y la desesperación del encierro donde surgen los destellos de verdad, liberados de los códigos y los tabúes. Así son estos personajes, cuando empiezan a quitarse la ropa. La amenaza no está afuera, sino adentro: en su propia barbarie encorsetada bajo el ropaje del exceso, exceso que inevitablemente conduce al hastío.  

El médico del grupo (la voz de la ciencia, es decir, de la razón iluminista) es un mentiroso. Los aristócratas se entregan tanto a una fe de feria (una llega a encargar, a quien promete una peregrinación a Lourdes, una virgen lavable de caucho) como a los rituales de superstición con patas de gallina. Los únicos que parecen escapar a la podredumbre generalizada, definitivamente, son los amantes entregados a un pacto suicida. 


La servidumbre, mientras tanto, ha salido de la mansión "embrujada", después de preparar la cena. Otra vez, la fractura de clase. Es como si olieran la debacle pero no hicieran nada para evitarla, más que escapar robando lo que pueden y deseando, desde afuera, que adentro todos hayan reventado. ¿Quién podría culparlos? Los aristócratas los tratan como seres del espacio exterior: no sólo los desprecian; no los reconocen en tanto humanos. "Hay muchos Lucas en el mundo", dice la señora de la casa, luego de despedir al lacayo Lucas. "Mi teoría es que la clase baja es menos sensible al dolor", discurre una invitada. 

El único en permanecer "adentro" es el mayordomo, el epítome del siervo incondicional. Termina comiendo papel, como hacía "cuando era pequeño", porque el papel está hecho de la "corteza de los árboles más tiernos". Esa referencia a la pureza de la infancia retorna en un niño, que sostiene un globo y espera la salida de sus padres. Es el elegido por los mayores, cual criatura incontaminada, cual cobayo indefenso, para recorrer el camino que lleva a la mansión. Llega hasta la mitad y regresa. 
    

¿Y qué hacen los aristócratas cuando salen? Actuar como si nada hubiera sucedido y acudir a una iglesia (otro salón opresivo) en acción de gracias. Todo indica que la historia se repetirá y seguirá su curso. Lo ha seguido. La aristocracia sigue ocupando los palcos de la Gran Ópera, con el pase gratis de su sangre azul o, en el caso latinoamericano, de su sangre de indios masacrados. El ángel exterminador no aparece de una vez y para siempre. Desgrana su castigo en módicas cuotas cotidianas.

En una hipotética historia de los animales en el cine, el bestiario de Buñuel debería picar en punta. Aquí son los corderos, sacrificados en el salón y entrando en tropel al templo, y un oso escurridizo y ominoso, domesticado a medias. Quizás en la mitad indescifrable del oso resida la salida a este gatopardismo exasperante.


El resto es claro: a los corderos los degüellan las instituciones y a los burgueses revoltosos se los carga a palazos la policía. Si los cambios los motorizan históricamente los burgueses, que pidan los corderos, pero no al santo padre, una burguesía sin venda en los ojos, que no ceda a la embestida de los palos.  

   

Imágenes: El ángel exterminador, Luis Buñuel, 1962.

11 comentarios:

  1. La “aristocracia”, rancia humanidad ensimismada en su maquillaje for export esconde entre sus células las miseria humana reconcentrada que se cuece entre la grasa que “chorrea” la clase alta y los “pieses” descalzos sobre brasas de modales y buenas costumbres que nos incendian a todo. Siempre habrá que guardar las apariencias, para que nadie sepa, para que no se sepa, para que nos se les caiga la farsa que arman a costa del abuso, la opresión y la represión del pueblo que les concede con su sangre los caprichos más estúpidos y denigrante. Y van por la vida con aire de superado, de grandeza, de “yo no fui”, “yo no soy”, con camisas almidonadas y metidas dentro del pantalón, con cuellos blancos, inmaculados.

    Cuanto hay en esta película de Buñuel de lo que la “Señora” (¿?) Mirtha Legran nos quiere ocultar entre almuerzos, marido golpeador e infiel, hijo suicidado y gay, hija retorcida, nieta “desconocida”. ¿Qué hace la “Señora” cuando sale de America Televisión?

    Cerdos y cerdas jugando a ser semidioses en el Jockey Club y en las grandes casas y familias de la tierra. Todo huele a bosta, a basura, a dinero, pieles y joyas…

    Sociedad frígida y mal parida… “aristocracia querida” si la tierra se abriera y se los llevara lejos, que feliz sería.

    Una excelente entrada.

    Te dejo un fuerte abrazo.

    HologramaBlanco

    ResponderEliminar
  2. Me quedo embobado leyendo.
    Dejo la frase que creo que define muy bien la película:
    "Mi teoría es que la clase baja es menos sensible al dolor"
    Hay que estar en otra órbita para decir eso. Qué profundidad y cuánto dice del personaje y de su clase.
    Perfecto, Mariel, te felicito.

    ResponderEliminar
  3. Gran denuncia de la "otredad" y el umbral de dolor de las clases bajas!
    Excelente análisis, como siempre!

    ResponderEliminar
  4. Como siempre, me quedan repicando en la cabeza, un montón de cosas.
    Primero: que cuando se habla de películas, los comentarios que leo son: "voy a verla". Bueno, yo te digo, HOY voy a verla, porque ya no puedo soportar tanta ignorancia buñuelística.
    Segundo: el confinamiento burgués a su interés material. Y nada cambió, y peor, es un virus que se propaga, irremediablemente.
    Tercero: los amantes. Sólo el verdadero amor puede trascender a la miseria humana. Ahora estoy seguro y sé que me entendés.
    Un abrazo que te estruje.

    ResponderEliminar
  5. Mariel:

    ha sido delicioso resucitar la película en mí de la mano de tu voz. Vivido y filmado. Deglutido, entrañado, hilado a la perfección con sutura impecable y palabras quirúrjicas que nos desanestesian las sinapsis que aún nos quedan vivas.

    Quiero verte escribir en Cahiers y poner de vuelta y media más de un discurso "neo", "post", más de una hibridez estilo nocilla trasladada al celuloide y más de una retro-guardia punk-digital de la que Dziga Vertov se reiría a carcajadas.

    Necesitamos tu dinamita y tu mecha, hay tanto por demoler.

    Te abraza,

    el espectador que ve por tus ojos

    ResponderEliminar
  6. Yo también veo por tus ojos, cosas que había visto y muchas más que nunca llegué a ver. Así, de esa manera se manifiesta lo clásico, cuando alguien muy inteligente y con poco miedo dice lo que quizás ni el autor vio.
    Buñuel se volverá creyente leyéndote desde el más allá. Tus palabras están hechas de cócteles molotov que renuevan nuestras cabezas.
    No hay revista ni crítico de cine que sepa ver el texto y liarse con el contexto, para a partir de una obra maestra,hacer otra que encaje sin manchar y sin romper el discurso del artista.
    !Bravo!
    Pájaro, estoy absolutamente rendida a tus vuelos de inmensa altura.
    Y desde los interiores de éste país de la Garbo y de Bergman te envío un cálido abrazo.
    Había dejado de leer críticas de cine.

    ResponderEliminar
  7. Ya te han dicho todo. Cada palabra tuya es una joya. Hoy, sólo me dejo llevar por los recuerdos que tu post me trae. Me lleva a un libro que leí, en mi juventud, y creo haber perdido, entre una y otra mudanza: Mi último suspiro... Lo buscaré. Besos, pájaro, de China.

    ResponderEliminar
  8. Uy! gracias por la song de hoy... ¡cuántos recuerdos! :+:+

    ResponderEliminar
  9. He ahí la clave, y tú das bien en ella. Ellos, esos oligarcas felices que devienen en desesperados, son portadores de la barbarie. Pero si son capaces de manifestarse como bárbaros entre ellos, ¿de qué no serán capaces con los empleados y obreros que trabajan para las empresas de las que son accionistas o propietarios de haciendas?

    No se me ocurre nada que añadir a tu crítica perfecta de la película. Y no sabes cuánto me alegra que la traigas a colación en estos tiempos en que parece que cierta filmografía permanece olvidada. Es una película absolutamente moderna, en forma y fondo. Una película a visionar no solamente como tal sino como lección de politología.

    Los elementos surrealistas presentes en "El ángel exterminador" proyectan mucho más el sentido demoledor que pretendía Buñuel con su mensaje y guión. Ese no poder salir de la habitación no es un mero recurso. Es que tal cual hay individuos, clases sociales y sociedades que viven encerrados en sus propios y empequeñecidos límites, por muchos bienes y poder que pretendan tener. Pero todo se agota.

    Un beso, Mariel.

    ResponderEliminar
  10. Yo también me la voy a ver...

    Saludos desde Mundo Aquilante

    ResponderEliminar
  11. Es la visión y el análisis que necesitan las películas que se hacen para entrar en las mentes que viven tan confortablemente. Buñuel era un verdadero halcón.

    El retrato de la clase burguesa. Y su insoportable clasismo. No salen de ese encierro absurdo porque la comodidad mata. Aisla. Embrutece.

    Buñuel, pesimista (realista). Y ahora podemos comprobar que hoy todo lo que filmó sigue siendo así de patético.

    Todo tan actual.

    Por eso, Stalker y Marcela llevan razón. Para poder leer una crítica cinematógrafica tendría que ser que estuviera escrita de esta manera...

    ResponderEliminar