PÁJARO DE CHINA

sábado, 18 de septiembre de 2010

ME DARÁS MIL HIJOS


Hay un terror que viene desde adentro, aunque se caiga la casa Usher o se asesine en la calle Morgue. Y un terror que viene desde afuera, como el del loco de la motosierra o los electrodomésticos que cobran vida propia. Está Poe y está Stephen King. Una atmósfera de terror no se crea con el corazón, sino con la cabeza. Es el resultado del funcionamiento de un cerebro. Lo racional no necesariamente es frío. Un matemático se enamora de una ecuación; el descubrimiento de un cuerpo celeste puede equivaler a un orgasmo. 

El corazón suele equivocarse en la aprehensión de la realidad. Lo que naturalizamos como realidad es la constante puesta en marcha de un relato en el que se asignaron roles y se decidieron movimientos de cámara. Cuando Rosemary Woodhouse empieza a usar su cabeza, revisando libros de esoterismo y combinando desesperadamente las letras de su Scrabble, ya hace rato que el corazón la puso, como a un ratón, en la trampa.


Porque el origen del mal no es, en El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), la secta satánica de élite integrada por amables vecinos burgueses, sino el egoísmo del marido de Rosemary, que es capaz de entregar a su futuro hijo a una secta satánica para conseguir un papel en Broadway. Parece demasiado pero no lo es. Fausto no existiría si no estuviera disponible, invariablemente, alguien dispuesto al canje. El diablo se alimenta de sus clientes y elige como incubadoras a criaturas cándidas y angelicales como Rosemary.  


Ante una Mia Farrow con colitas, faldas sesenteras y corte de pelo signé Vidal Sassoon, en una Nueva York visitada por Paulo VI en la que se distribuye el ejemplar de Time cuya portada rezaba "Dios ha muerto", es decir, en un film donde el detalle de época está cuidado hasta el paroxismo, se reclina, mirándola embelesado pero sin entregarse, un John Cassavetes cuya meta es terminar mudándose a Beverly Hills a cualquier precio. En ese personaje que pasa la mayor parte del tiempo fuera de cuadro, o entra y sale del cuadro rápidamente, está la clave de la atemporalidad de la película: mientras no se lo ve, el ausente está dejándose tentar, está soñando con trepar, está firmando un contrato diabólico que se renueva cotidianamente.  

El bebé de Rosemary conforma, junto a Repulsión (1965) y El inquilino (1976), la trilogía de los "apartamentos del terror" filmada por Polanski. Esos apartamentos convertidos en espacios asfixiantes, que expanden la paranoia como un virus en una gran ciudad (Nueva York, París o Londres) donde se vive atrozmente solo aunque se camine rodeado de gente. Así deambulan Carol Ledoux, el Sr. Trelkovsky y Rosemary, cuyas salidas al exterior no hacen sino agudizar sus agonías.

Frente al binomio campo/contracampo, Polanski privilegia en los tres casos la profundidad de cada campo elegido y el plano secuencia. Inclusive, el desarrollo de una secuencia completa inscripta en el lenguaje corporal de Rosemary atrapada en una cabina telefónica, cuando decide rodar con una cámara fija.  

  
La arquitectura es, nuevamente, un personaje más. Este apartamento donde, literalmente, se gesta el mal, pertenece al ominoso edificio Bramford, en el que una chica se tira por la ventana a poco de iniciada la historia. La suicida porta el mismo amuleto que los Castevet, la pareja de viejitos excéntricos del apartamento contiguo, luego regalarán a Rosemary. En el apartamento de Rosemary hay un armario que esconde un pasadizo que comunica con el apartamento de los Castevet.

Minnie y Roman Castevet son los clásicos vecinos a los que uno le abre la puerta y después no sabe cómo sacarse de encima. Cada vez que tocan el timbre, lo hacen para entrometerse, avasallar y marcar el compás.

Sus llamados no son llamados al orden: son sirenas de emergencia que anuncian la llegada del invasor y que Rosemary escucha de lejos o directamente simula no escuchar hasta que terminan perforándole los tímpanos. El problema es que, de tan clásicos, parecen inofensivos. De tan excesivamente maquillados y enfáticos, parecen salidos de una telecomedia de trazo grueso, aunque después gatillen una pesadilla urbana urdida con precisión de cirujano.

La mirilla de la puerta, un recurso polanskiano hasta la médula, es el ojo de buey al que se pega el intruso. Los corredores, la autopista enloquecedora y escuálida de la que no hay salida. 

        


El intruso asedia hasta plantar bandera y tomar posesión. Vampiriza a la inversa: succiona imponiendo el consumo regular de sus líquidos caseros. Pretende que uno beba los extraños brebajes que trae consigo y que convierten el embarazo de Rosemary en un calvario. A punto de parir, el intruso ha hecho de Rosemary una hermana exangüe de Mina, la amada del conde Vlad expuesta a los colmillos que le drenan la sangre. En el vientre de Rosemary crece un bebé cuya cara no veremos jamás: es un antecesor invisible y directo del alien gestado por la Teniente Ripley en la nave Nostromo. Polanski quiere que lo imaginemos, porque intuir es infinitamente peor que ver. 

              







Por supuesto, Satanás no sólo sabe con quién firma sino también quién oficiará de gestor. Rosemary es débil, Rosemary es vulnerable. Tiene sueños surrealistas que revelan su represión sexual y es violada en sueños por un ser monstruoso. Amanece cubierta de rasguños. Podrían ser de ese monstruo onírico o de su propio esposo. La diferencia es, en este caso, irrelevante, porque Guy Woodhouse bien podría violar a una Rosemary dormida para conseguir un papel teatral y saciar su narcisismo.

Rosemary, además, posee el instinto maternal que la hará amar a su hijo aunque se trate del hijo del mismísimo demonio. Satanás lo sabe y por eso los convidados al bautismo ritual ni se inmutan cuando Rosemary atraviesa el pasadizo oculto con un tremebundo cuchillo en mano. Saben que la madre del monstruo dejará ese cuchillo a un lado para acercarse, hipnotizada, a mecer la cuna de telas y tules negros y entonar su siniestro arrorró.

Esa cuna negra es la única oscuridad física que Polanski se digna conceder, porque no sólo puede prescindir de los gritos, los hilos de sangre, la agitación de la cámara en mano y el montaje espástico para imantarnos a su tensión insoportable. Puede prescindir, en un salto sin red, hasta de la noche. En El bebé de Rosemary no hay una sola escena nocturna rodada en exteriores. 

Sin embargo, es un viaje hacia el supuesto fin de la noche lo que Polanski ha filmado. De la larga noche de nuestra psiquis insana, que insiste en darle de comer al diablo. Él sabe que le daremos no uno, sino cien, mil hijos. Debiéramos correr el armario para ver qué hay detrás, descifrar el mensaje de los libros y empuñar nuestro Scrabble. Debiéramos saber a qué monstruo con carita de carnaval o carita de ángel le abrimos la puerta. Algunos ya estudiaron el caso. Otros, como la chica suicida del Bramford, ya pagaron por él. Estamos avisados. 

   

Imágenes: El bebé de Rosemary, Roman Polanski, 1968.
Basada en la novela de Ira Levin del mismo nombre.
Polanski quiso utilizar, sin éxito, los interiores del edificio Dakota de Nueva York para filmar su película. Allí había vivido el poeta Aleister Crowley, fascinado por el esoterismo y las ciencias ocultas y médium autodeclarado. John Lennon fue asesinado en la entrada del Dakota en diciembre de 1980.
Un año después de filmar El bebé de Rosemary, Sharon Tate, actriz y esposa de Roman Polanski, embarazada de ocho meses y medio, fue asesinada y desventrada por el clan Manson en un ritual satánico, junto a cuatro invitados a su residencia en Bel Air. Polanski había querido, un año antes, que Sharon Tate protagonizara su película.
Manson confesó haberse inspirado, para planear el crimen, en la canción Helter Skelter, de Los Beatles. La destinataria del horror no era, aparentemente, Sharon Tate, sino Jay Sebring, un coiffeur de tendencias sexuales sádicas que estaba entre sus invitados.
"Me darás mil hijos", el título de la entrada, es también el nombre de una banda musical argentina fundada en el año 2000, de sonido básicamente acústico, que combina el bolero, el rock, el tango, la balada y el foxtrot. Me gusta su música pero más me gusta su nombre. Me recuerda lo que debe pensar Satán mientras me mira dormir.


9 comentarios:

  1. Leerte fue como mirar una película.
    Un abrazo

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  2. me gustan los análisis y críticas de películas...pero extraño tus escritos Pájaro!!! poemas o cuentos !!! ABRAZO

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  3. Aprendí lo que subyace, me colgué de tu texto del mismo modo que de la inquietante película. No sé de que género es el horror ante un hijo del diablo. Sé que el amor es más fuerte y mi amor por el cine, revisitado a través de tus escritos hace que éste otoño que comienza se llene de hojas vivas con tus palabras.
    Es necesario que publiques, que distorsiones y rajes las miradas opacas de los que no ven.
    Un abrazo transoceánico.

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  4. Recuerdo muy bien cuando salio esta peli, que por mi edad no podia ver, claro. Todo lo que se dijo. Como se convirtio en un sinonimo de horror. Y como Polanski fue convirtiendose el mismo en ese simbolo. Es tan facil ver a Satan porque socialmente permite no mirarse en el espejo. Es muy claro lo que dices acerca de lo que es verdaderamente demoniaco aqui.Gran lectura.
    Un abrazo
    PD : Si no hay tildes es porque se las llevo el diablo!

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  5. Terrible film.
    Por lo demás, me alegro de que haya sido Emma quien dijo lo que dijo y yo hubiese querido decir, pero preferí no decir para no ser impertinente. Y por lo demás, pariste esa historia tan luminosa del niño en la caja de fósforos...

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  6. Haces, como algunos traductores, cuando traducen a algún autor y lo mejoran. En tus críticas cinematográficas construyes un nuevo corpus. Al ver la película por primera vez, o al verla de nuevo la angustia será de otra clase porque el espíritu y la inteligencia estará más abierta, más ardiente, más brillante.

    Mariel, ¿has visto "El cuchillo en el agua"?, también de Polanski. Una película inquietante y que te produce muchos pensamientos por como está rodada, por el tono y la atmófera de los personajes y por el trasfondo argumental.
    Hace muchos años que la vi y aún la recuerdo...

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  7. A mí, siempre me pareció una película magnífica y, cada vez que vuelvo a verla, encuentro en ella matices nuevos y singularidades, desde estéticas hasta de fondo, que antes había pasado por alto.

    Con relación a Mia Farrow, me viene aquello que respondió la divina Ava Gardner cuando le dijeron que Frank Sinatra se había unido en matrimonio con la primera: "Siempre supe que terminaría casándose con un chico".

    Un saludo

    PD: A efectos meramente informativos, te confieso que llegué aquí rebotado de un comentario tuyo sobre "El pasado", de Alan Pauls.

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  8. Me encanta que comentes películas que ví hace más de veinte años, me encanta revisitarlas a través de tu mirada, Pájaro.

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