PÁJARO DE CHINA

viernes, 24 de abril de 2015

LOS CUADERNOS DE LA TENIENTE RIPLEY - II





Never-forgotten-Pep, 


En esta cámara individual del hipersueño, mi cuello no está expuesto a colmillos afilados, dispuestos a que el semen se derrame sin hijos a la vista. El semen malgastado es imperdonable, por eso vive del lado de la sombra. Los astronautas, Pep, somos reclutas vírgenes; como los ángeles, no tenemos sexo. Vamos vestidos de un blanco virginal, no desgarrado. Si el sueño de la razón produce monstruos, el hipersueño de esta razón que ya lidió con monstruos es una concepción tecnológica e inmaculada, en la que la mujer, eterna incubadora, definitivamente sobrará. Nosotras, el recordatorio del ciclo irrevocable de las estaciones, con nuestra indetenible sangre menstrual que hay que obturar y tapar para que no se note y anotar en el calendario lunar de los días fértiles, como quien lleva un registro de libros de comercio; con nuestros órganos sujetos a control, extirpación y criopreservación in extremis, para salvar y congelar en el último instante la posibilidad de la reproducción que todo proyecto de futuro necesita. ¿Qué pasa si no puedo? ¿Qué pasa si, además de no poder, no quiero? Por eso estoy en el Nostromo, donde mi sexualidad es prescindible. Es fantástico haber comprendido que no quiero después de haber aprendido que no puedo, que mi cuerpo no pudo porque yo no quería. Mi cuerpo expulsó proyectos de hijos muertos, con poca soga vital, mal alojados. Y después dijo basta. El cuerpo dice primero lo que la cabeza entiende después. Ya somos demasiados, Pep, ya hemos hecho demasiado daño. Mejor hacer espacio gradualmente a un mundo de glaciares y mareas, rinocerontes lanudos y silencio. No me gusta sacar fotos con gente. Busco la ruina industrial que pueda asilar una nueva especie, sin rasgos comunes con su antecesora. Sin trompetas de Jericó ni Juicios Finales: un lento sustraerse al mecanismo impasible de la rueda, negándole los pedazos de carne que tritura, mastica y escupe en sus instituciones. No echar simiente ni dejar herencia. Que no te importe en absoluto la posteridad. Que la inexistencia de la posteridad te resulte finalmente un gran alivio, la balsámica sustracción mayor, el corte de manga radical al imperativo de la producción (la producción de recuerdos incluida), el punto final a este cansancio. ¿Quién puede estar tan seguro de sí mismo como para aspirar a ser recuerdo? Otros amarán las cosas que yo amé, eso es todo.

No voy a contarte cómo llegué hasta aquí. La trayectoria estaba marcada, de algún modo; su origen, como el origen de todo lo que alguna vez comenzó a existir, fue amoral, salvaje. Los mapas militares, los usos y costumbres, las tradiciones familiares, los reglamentos y los protocolos se montan sobre actos de enorme prepotencia. Son el intento, tedioso y opresivo, de domesticar un puñado hirviente de pulsiones. Sentimos que teníamos una ley. Qué tarados. Estoy en un cielo donde desaparecen los aviones, donde los pilotos estrellan su avión contra los Alpes y quedan ositos y cuadernos y piernas y dentaduras en la roca, que nadie podrá recomponer. Dentaduras y piernas, cuadernos y ositos flotan en la cabeza partida del piloto, resuelto y deflagrado, atrincherado en la cabina de comando donde al fin es rey. Si el bien está en las cosas, ¿por qué se angustian y se enferman los que pueden tenerlas? Mi aliada es la industria farmacéutica, que me promete el equilibrio que aprendí a desear. (Philippe Petit en la cuerda floja, su capacidad extrema de concentración, la delicada curvatura de sus pies, hecha de todas las cuerdas de su historia). Aparto lo que no puedo digerir; si me lo meto en la boca y rumio, lo regurgito con un simple e inevitable movimiento peristáltico. Me entreno en las delicias de la Coca sin gas. Como quien se inclina a beber, con desesperación, agua estancada. No es un consuelo, es un descubrimiento impensado, es el placer de lo liso y de lo quieto. Como quien lame una piedra y la atesora, sabiendo que jamás hará de ella una naranja.


El día comienza con el reflejo de una instrucción de ordenador en un casco vacío. La proyección de un fragmento verde que titila, bellísimo e incomprensible (como los carteles luminosos de las metrópolis) en el lugar en el que debería haber una cabeza. Ese casco es Shangai. Y el muñón remite al brazo más que el brazo mismo; también las prótesis y la ropa vacía. Los nudos en la garganta se hacen con la tela de la ropa de los ausentes. No los he visto por aquí. Pero en un convento terrenal se conserva como una reliquia una pluma del arcángel San Gabriel. Creo en esa pluma porque nos la inventamos. Porque es leve y es frágil y es mentira.

Yuri Gagarin tenía apenas 27 años y el traje de astronauta le quedaba demasiado grande. A todos nos queda así, vamos perdidos adentro, como niños que heredan la ropa de los primos prósperos. De la tela de la ropa heredada también se hacen los nudos que nos dejan sin palabras. ¿Palabras para qué? Un momento histórico para la humanidad se reduce a la menudencia de un dolor de huevos, o a las tremendas ganas de hacer pis y no poder. O poder y mearse al fin, entregado y dichoso, para no perderse la fiesta de ahí afuera. Salir a ver los cráteres lunares, hundir los pulgares en la estela de la Vía Láctea, cazar falsas luciérnagas como un alucinado, esquivar las jabalinas de basura espacial, cerrar los ojos y dejarse ir, todo meado por dentro y que traspase. El pis del terror y el de la vergüenza, el pis de la ansiedad y el de la risa. La suma de todos los meos en el pantalón de Yuri Gagarin. La filosofía es una nota al pie de un pantalón meado.


La libertad que no puedo ver vive en el descampado del cielo. Si el mar es una tumba, el cielo está virgen, como los astronautas, de urbanización, de turismo y de lealtades. No conoce las estampillas ni los rublos con la cara heroica de Gagarin. No sabe qué son los mausoleos, las columnas trajanas, los altares. El cielo es el cielo porque no ofrece ni impone nada a lo que asirse. Su falta de horizonte podría enloquecerte. Siete años después de su proeza, Gagarin se estrelló en un vuelo de rutina, por obra y gracia de un error humano. Quizá el cielo sea la cabeza de un casco vacío; el casco refleja un número determinado de constelaciones, una jerarquía de cuerpos celestes, una manera de orbitar. Pero la cabeza del cielo, vertida como Coca sin gas en ese páramo, está llena de piedras que no vemos. Reina la dispersión y el caos en la cabina del piloto que inicia una imprevista maniobra de descenso. Es como si llevara un casco demasiado ajustado, que lo asfixia. Su sistema nervioso se acelera. Los nervios del cielo, mientras tanto, cuelgan de sogas como pantalones, se mueven apenas, no guardan estampillas ni rublos en los bolsillos, no saben lo que es no poder aguantar. No irán a ninguna parte a llevar flores. Los nervios del cielo son pantalones que nunca se mojaron, salieron de talleres donde nadie manda, están secos.



(jones se acaba de despertar; 
pasa su lengua y sella el sobre donde va esta carta)

  


2 comentarios:

  1. Creí que no era posible mejorar lo extraordinario. Pero, sí.

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  2. Me alegra leerte.
    Me dejas con desprovista de palabras con este hermoso poema en prosa.
    Un abrazo

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