Ya le habíamos visto la cara. No a Dios, sino al capitalismo: "El capitalismo tiene cara de Don Carlos"
Pero ahora se pone en pelotas y nos muestra el rosquete, para que lo tengamos de cuerpo entero y veamos cómo se regocija desplegando la sempiterna práctica de cogerse a los obreros. Digo "obreros" y no "trabajadores", para que quede claro. Porque Don Carlos "trabajará", pero no es un obrero. Acá no hay eufemismos. Se han levantado cientos de voces indignadas contra esta publicidad oficial que incentiva a la patronal, en forma supuestamente vergonzosa, a pagar sus impuestos. Pero yo creo que es la primera vez que el Estado le muestra a los televidentes, en forma involuntaria y descarnada, la lacra empresarial en acción, con un bonus track: a esta escoria se la estimula con zanahorias (o con clausuras) y no con manuales de instrucción cívica.
Asistimos a una cadena de acciones que no espantan a nadie en vivo y en directo pero que, envueltas en el marco de un aviso, aparecen como una exhibición de atrocidades. Éstas no las imaginó Ballard para sus historias. Éstas forman parte del orden naturalizado de las cosas. Tan perversamente naturalizado que el buen burgués no se escandaliza por cuán garca puede llegar a ser Don Carlos, sino por las "maneras" con las que el gobierno pretende disciplinarlo en materia impositiva:
El aviso muestra el culo sucio de Don Carlos de la misma manera en la que mostró su cara: si no fuera por el respeto soberano que profeso por la caca, yo diría que Don Carlos es un auténtico sorete. Pero el calificativo le queda grande. ¿Soretito? También. Concedámonos la idea de que Don Carlos vuelve a casa y acaricia a su perro, ayuda a sus críos con la tarea y le lleva un ramo de flores a su amante esposa. Pensemos (con Todorov o Bourdieu) que son las circunstancias en las que vivimos las que sacan lo peor de uno mismo (o sea, no hagamos la de Darwin ni la de Lombroso - tiro estos nombres para que no me descalifiquen porque digo caca). Igual, Don Carlos es un reverendo hijo de puta.
Con sus laderos lameortos, que con tal de ganarse el sueldo seguro se disfrazan de travestis en la fiesta de fin de año (aunque el resto del año sean homofóbicos de fuste), Don Carlos se encierra en la Oficina (zona vedada a los mugrientos de mameluco) y pregunta: "¿Están todos?". Es la pregunta que podría preceder a un fusilamiento. En esta segunda parte, los "todos" ya ni siquiera tienen nombre. Son directamente los "nadies". Son bollos de papel arrugado metidos en una caja. Hay suspense hitchockiano pero Don Carlos no los fusilará, no los despedirá. Don Carlos sorteará un auto.
¿Está claro que la mano invisible de Adam Smith no existe? ¿Está claro que es Don Carlos el que arma la caja y que otro Don Carlos armará la caja en la que está el bollo arrugado que también es este Don Carlos y así en escala ascendente, conforme la patética ley del gallinero?
Está claro, también, que para que la olla a presión no estalle se necesita, entre otras cosas, un "azar controlado". Que el esclavo contemporáneo tenga un sueño modestito. Acertarla en el bingo, embocar el loto o pegar unos mangos en los concursos de la tele. La medida del sueño es directamente proporcional al grado de esclavitud. Para los desharrapados de Don Carlos no existe la casa en el country, por supuesto, ni el 0 kilómetro.
Cuando Don Carlos anuncia que se ganó un auto, por un momento me ilusiono con las caras de ojete (léase: legítimo resentimiento de clase) y pienso que se viene la revuelta social. Pero no. No sería "natural". Lo "natural" es hacer caridad, pero hasta ahí. Hasta ahí. El auto nuevo se lo queda "papito" (¿o acaso alguien pensó que lo vendería para repartir la ganancia?)."Está bien, está bien igual", dice uno, por si a otro (un justiciero, digamos) se le ocurre escupir a Don Carlos o sacar los fósforos. No. Le dan las gracias y hasta lo aplauden por el magnánimo gesto de rifar su auto viejo, que tiene solo 2 años y está "pipí cucú".
Y todos contentos.
Hasta que uno se harta, o dos, o más. Y quiere ser escuchado. Ya sabemos que a la Oficina solo se entra para ser amonestado o despedido. La relación laboral está signada por una asimetría pavorosa. Pero hay maneras de que Don Carlos escuche. Hubo una manera, por ejemplo, de que Kraft (ex fábrica Terrabusi) anunciara hoy que se aviene a negociar y revisar 86 despidos y 36 suspensiones. El buen burgués está escandalizado, nuevamente, por los modos (los modos de los obreros, esta vez, jamás los de Don Carlos Kraft). Por el caos en la ciudad: paro, movilización, solidaridad de organizaciones sociales y cortes de ruta.
Así. Y que Don Carlos se meta el 0K en el orto.
El aviso muestra el culo sucio de Don Carlos de la misma manera en la que mostró su cara: si no fuera por el respeto soberano que profeso por la caca, yo diría que Don Carlos es un auténtico sorete. Pero el calificativo le queda grande. ¿Soretito? También. Concedámonos la idea de que Don Carlos vuelve a casa y acaricia a su perro, ayuda a sus críos con la tarea y le lleva un ramo de flores a su amante esposa. Pensemos (con Todorov o Bourdieu) que son las circunstancias en las que vivimos las que sacan lo peor de uno mismo (o sea, no hagamos la de Darwin ni la de Lombroso - tiro estos nombres para que no me descalifiquen porque digo caca). Igual, Don Carlos es un reverendo hijo de puta.
Con sus laderos lameortos, que con tal de ganarse el sueldo seguro se disfrazan de travestis en la fiesta de fin de año (aunque el resto del año sean homofóbicos de fuste), Don Carlos se encierra en la Oficina (zona vedada a los mugrientos de mameluco) y pregunta: "¿Están todos?". Es la pregunta que podría preceder a un fusilamiento. En esta segunda parte, los "todos" ya ni siquiera tienen nombre. Son directamente los "nadies". Son bollos de papel arrugado metidos en una caja. Hay suspense hitchockiano pero Don Carlos no los fusilará, no los despedirá. Don Carlos sorteará un auto.
¿Está claro que la mano invisible de Adam Smith no existe? ¿Está claro que es Don Carlos el que arma la caja y que otro Don Carlos armará la caja en la que está el bollo arrugado que también es este Don Carlos y así en escala ascendente, conforme la patética ley del gallinero?
Está claro, también, que para que la olla a presión no estalle se necesita, entre otras cosas, un "azar controlado". Que el esclavo contemporáneo tenga un sueño modestito. Acertarla en el bingo, embocar el loto o pegar unos mangos en los concursos de la tele. La medida del sueño es directamente proporcional al grado de esclavitud. Para los desharrapados de Don Carlos no existe la casa en el country, por supuesto, ni el 0 kilómetro.
Cuando Don Carlos anuncia que se ganó un auto, por un momento me ilusiono con las caras de ojete (léase: legítimo resentimiento de clase) y pienso que se viene la revuelta social. Pero no. No sería "natural". Lo "natural" es hacer caridad, pero hasta ahí. Hasta ahí. El auto nuevo se lo queda "papito" (¿o acaso alguien pensó que lo vendería para repartir la ganancia?)."Está bien, está bien igual", dice uno, por si a otro (un justiciero, digamos) se le ocurre escupir a Don Carlos o sacar los fósforos. No. Le dan las gracias y hasta lo aplauden por el magnánimo gesto de rifar su auto viejo, que tiene solo 2 años y está "pipí cucú".
Y todos contentos.
Hasta que uno se harta, o dos, o más. Y quiere ser escuchado. Ya sabemos que a la Oficina solo se entra para ser amonestado o despedido. La relación laboral está signada por una asimetría pavorosa. Pero hay maneras de que Don Carlos escuche. Hubo una manera, por ejemplo, de que Kraft (ex fábrica Terrabusi) anunciara hoy que se aviene a negociar y revisar 86 despidos y 36 suspensiones. El buen burgués está escandalizado, nuevamente, por los modos (los modos de los obreros, esta vez, jamás los de Don Carlos Kraft). Por el caos en la ciudad: paro, movilización, solidaridad de organizaciones sociales y cortes de ruta.
Así. Y que Don Carlos se meta el 0K en el orto.